Con la celebración de este Pleno institucional comienzan los actos festivos en torno al Día de Asturias, instituido por acuerdo de los grupos popular, socialista ... y comunista en formato de Proposición de Ley, en fecha de 25 de junio de 1984, tras el informe de una Comisión especial creada al efecto que concluyó en el día 8 de septiembre de cada año como la fecha idónea, pues entendieron –creo que acertaron- que conectaba mejor que cualquier otra con el sentir de la mayor parte de los asturianos.
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En palabras del entonces presidente De Silva, Covadonga y el 8 de septiembre constituían «el eje emocional de Asturias», afirmación de plena validez cuatro décadas después, y ello sin perjuicio de los credos religiosos de cada cual, pues Covadonga constituye un hito histórico referencial en la historia de Asturias -y en consecuencia de España- sin perjuicio de la entidad y alcance de la batalla entre Munuza y Alkama y las huestes de Pelayo, de la que da sobrada cuenta la historiografía sobre la materia. Importa y celebramos el momento seminal, constituyente, que dio origen al primigenio Reino de Asturias, que está en el origen del actual Reino de España.
La Constitución española del 78 significó el primer intento serio –y exitoso– para ahormar la estructura territorial del poder político en España de acuerdo con su realidad territorial y humana, plena de diversidad. El Título VIII de la misma instituyó un modelo cuasi federal de distribución del poder político y las responsabilidades, bajo la premisa de una España liberal capaz de aceptar su pluralidad. El osado experimento podría haber salido mal, pero visto con la perspectiva de más de cuatro décadas se puede afirmar que ha sido un rotundo éxito, sin perjuicio de la necesidad de corregir defectos y producir ajustes que el transcurso del tiempo y las coyunturas políticas imponen.
El éxito se corresponde, a mi juicio, con un razonable diseño de las instituciones públicas que alumbró la Constitución del 78, y a los grandes consensos que se forjaron entonces, que están en la base -al menos hasta ahora- del correcto funcionamiento de los delicados engranajes que hacen posible la gobernabilidad de un Estado complejo como el nuestro. El Estado autonómico ha mejorado el conjunto de los servicios públicos acercándolos a la ciudadanía (de hecho todas las encuestas de opinión muestran mejores valoraciones de los gobiernos autonómicos en comparación con los sucesivos gobiernos centrales, y ello al margen de afinidades políticas), y ha propiciado que aún perviviendo desigualdades entre territorios, tras años de descentralización política, éstas se hayan minorado significativamente, especialmente en materia de salud y educación y muy apreciablemente en la dotación de infraestructuras básicas.
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El caso asturiano es paradigmático, pues nuestro aislamiento físico de la meseta, por razón de una orografía que nos confinó entre la cordillera y el mar, solo se remedió en época bien reciente. Quedan para la historia aquellas quejas de Carlos IV, que pedía explicaciones sobre los grandes costes asociados a la construcción de la vieja carretera de Castilla, que le llevaban a preguntarse si se estaba pavimentando con plata. El aislamiento solo se superó (autovía del Huerna, túnel ferroviario de Pajares) con el advenimiento de un Estado moderno, con capacidad fiscal, solidario con y entre los diversos territorios que lo conforman y políticamente descentralizado.
Transitamos por las décadas más brillantes de la moderna historia de España, consecuencia del esfuerzo de todos, pero sin duda, del acierto histórico de la transición española. Sin embargo, aquí y ahora algunos sectores de la sociedad española parecen empeñados en una enmienda a la totalidad de lo actuado, al socaire del crecimiento de la sensación de desigualdad, y un cierto agotamiento del sistema para proveer mejores condiciones de vida para la mayoría, sobre el excipiente de una coyuntura política volátil que no ofrece las certidumbres necesarias.
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Algunos esgrimen, además, la conveniencia -legítima- de que las nuevas generaciones ajenas al proceso constituyente se les interrogue sobre la idoneidad del modelo elegido. Cierto que España –también Asturias – enfrenta enormes desafíos en cuya correcta resolución está comprometido nuestro futuro colectivo; a saber: el crecimiento macroeconómico que experimentamos debe ir acompañado de una mejor distribución en términos de rentas individuales para contener la desigualdad. El acceso a la vivienda no puede convertirse en una brecha insalvable para las nuevas generaciones, y la política de inmigración debe resolverse en términos que obliguen a conciliar el humanismo y la protección de las personas con la convivencia entre diferentes.
Los recientes episodios en el levante español, que terminaron impidiendo la libertad de culto, son una señal de alarma de la que debemos tomar nota. Afortunadamente la libertad religiosa y de culto forma parte del paquete innegociable de derechos y libertades inherentes a la cultura democrática occidental. Así lo ha entendido también la propia Iglesia católica que ha salido al paso condenando cualquier restricción en este ámbito, y ello sin perjuicio de entender las legítimas protestas de quienes piden que la libertad religiosa sea recíproca y forme parte de la cultura política universal. Desafortunadamente solo es patrimonio de las sociedades democráticas occidentales.
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Al fin, y por concluir un somero repaso a asuntos que urge abordar, el modelo autonómico requiere un reseteo para migrar hacia un federalismo formal, que implique una delimitación nítida de competencias y unas reglas claras para la resolución de conflictos, incluyendo los imprescindibles mecanismos de financiación del modelo, con las correspondientes cautelas que salven los principios de igualdad, equidad y solidaridad.
Estos son los principales retos a afrontar -el listado, claro está, es susceptible de ampliación- para el próximo futuro, y las herramientas para afrontarlo con perspectivas de éxito solo se pueden extraer del bloque normativo (Constitución y Estatutos) que contienen los mecanismos para su reforma, si fuera el caso; aunque se me antoja más relevante a estos efectos la recuperación de viejos consensos entre partidos, superadores de la política de bloques enfrentados que impiden construir respuestas satisfactorias a los problemas enunciados. Por ahí se cuela la gangrena de los populismos y los nacionalismos disgregadores empeñados en subrayar lo que divide, antes que lo que nos une (el narcisismo de las pequeñas diferencias, en la terminología de Sigmund Freud).
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Esta incapacidad para construir consensos transversales, por razón de la confrontación entre bloques ideológicos ásperamente contrapuestos tiene antecedentes en nuestro próximo pasado. En la etapa de la restauración española del siglo pasado, la incapacidad de los políticos de entonces para construir consensos y ofrecer soluciones abrió las puertas a uno de los periodos más negros de nuestra historia.
Urge, en consecuencia, construir acuerdos transversales entre partidos para afrontar los retos que nos esperan, que no son pocos; algunos acaban de enunciarse.
Lo mejor de nuestra historia fue la consecuencia de amplios procesos de diálogo y entendimiento entre diferentes, por encima de bloques ideológicos: así consensuamos la Constitución más duradera de nuestra historia, y también nuestro Estatuto de Autonomía, que se aprobó sin disenso alguno; de esta manera articulamos los pactos de la Moncloa en momentos económicos especialmente difíciles, superamos procesos de involución democrática, y derrotamos al terrorismo de ETA.
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En fin, necesitamos construir consensos, incluso para celebrar, sin gestos inamistosos, ni palabras desabridas el propio Día de Asturias, que es el de todos nosotros. Un día para celebrar, aparcar nuestras legítimas opiniones, y celebrar en comunidad.
Concluyo, no obstante, porque el día lo merece, con unas bellas palabras que el peregrino italiano BARTOLOMEO DE FONTANA nos dedicó allá por el siglo XVI, quien, ante lo deslumbrante del paisaje asturiano, exclamó: «O Asturia, bella Asturia/tu sei pur bella, e sei pur dura». La montaña se le hizo agotadora, al parecer, al caminante veneciano.
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