Los MIR de Medicina de Familia: «Esta especialidad es la gran desconocida»
Cuatro residentes de Atención Primaria analizan por qué este nivel asistencial nunca logra completar sus plazas de formación especializada
El gijonés Alberto Fernández estudió la carrera de Medicina entre Badajoz, adonde sus padres se trasladaron siendo él un niño, y la ciudad alemana ... de Tübingen, a unos 40 kilómetros de Stuttgart. Entonces, su idea era especializarse en Radiología y trabajar en un hospital. Pero, por designios del proceso de adjudicación de las plazas MIR (Médico Interno Residente) se le cruzó en el camino una vacante en el centro de salud de Luarca, que Alberto acabó aceptando aunque, a priori, ni ese destino ni la Medicina Familiar y Comunitaria estaban entre sus planes.
El Occidente asturiano, donde se localizan las cuatro únicas plazas del Servicio de Salud del Principado (Sespa) que han quedado desiertas, todas ellas en Atención Primaria, le ha puesto en contacto con una forma de desempeñar la medicina que «me encanta». Y subraya: «Me enamoró la especialidad y me enamoró esta zona». Sin embargo, son muchos los que prefieren repetir el examen MIR antes de quedarse con una plaza como la suya. Este año, sin ir más lejos, se batió el récord de vacantes en Medicina de Familia: 246 en toda España.
¿Y por qué una especialidad «tan bonita» no es capaz de captar el interés de las nuevas generaciones de médicos? Alberto Fernández lleva tres años como residente (R3) y se ha instalado en Puerto de Vega, como un vecino más. Así que puede hablar con conocimiento de causa de un nivel asistencial «donde, sí, se trabaja mucho, pero te da una cercanía con los pacientes que es muy gratificante», y más si se ejerce en una comarca pequeña, como es su caso. «Lo que ocurre es que la Medicina de Familia está infravalorada», considera, «y se debería poner en valor tanto desde la Universidad como desde la Administración, porque hacemos un trabajo tan importante como cualquier especialista hospitalario».
Se debería también, en su opinión, «buscar la manera de gestionar mejor la gran presión asistencial» que soportan actualmente las consultas de Atención Primaria. «Somos parte de la vida de los pacientes y eso no se puede perder; necesitamos tiempo para poder atenderlos bien», recalca. Pero en las comarcas pequeñas existen otros factores adicionales que pueden ser disuasorios a la hora de elegir la especialidad, como «los problemas de comunicaciones o de transporte público», la carencia de servicios o de ocio. Lo que fundamentaría la necesidad de «algún tipo de motivación o incentivo para que se ocupen estas plazas».
La visión y experiencia de Beatriz Ibaseta, residente de tercer año (R3) en el centro de salud de Grado-Candamo, ayuda también a entender por qué la unidad docente de Medicina Familiar y Comunitaria nunca cubre todas sus plazas. «Es la gran desconocida de la profesión», asegura. «Sólo hay una aproximación a la especialidad en el rotatorio de sexto de carrera, y muy escasa. Frente a otras especialidades con más renombre, hay quien sigue pensando que el médico de Familia no tiene que saber gran cosa. Pero no es así. Atención Primaria abarca muchísimo», señala.
Un médico residente de Atención Primaria, de hecho, no desarrolla su formación sanitaria especializada exclusivamente en un centro de salud, sino que rota por las consultas de distintos servicios hospitalarios. «Nosotros no vemos órganos, vemos a la persona en su conjunto. Hacemos una medicina integral», puntualiza la doctora Ibaseta, que también se declara «encantada» con una especialidad que «atiende y sigue a los pacientes desde el inicio hasta el final de sus vidas. Los conocemos a ellos, a su familia, su entorno, sus problemas... Sabemos, según entra por la puerta, si un abuelo está malín de verdad o viene porque necesita un poco de cariño».
Facultativos de toda la vida
Esa «valoración global» requiere conocimientos, experiencia, mucho trabajo comunitario y una alta dosis de vocación, a prueba «de un día a día que es complicado, porque las consultas están sobresaturadas y a veces es frustrante no poder atender a los pacientes como quisieras». Esa sobrecarga de trabajo echa para atrás a muchos médicos jóvenes a la hora de hacer planes de futuro, pero Beatriz está convencida de que «las nuevas generaciones vamos a tirar de la Atención Primaria» y la situación cambiará: «Se necesitan contratos que nos den estabilidad en un centro».
Joel Domene, catalán de Cardedeu, con plaza MIR en el centro de salud de Piedras Blancas, refuerza el análisis de sus colegas y viene a decir lo mismo, aunque con otras palabras. «La Medicina de Familia es la columna vertebral del sistema sanitario. Debería tener un papel más importante en la Universidad. Si la especialidad no genera interés es, en buena medida, porque lo que no se conoce no se elige», incide este residente de segundo año (R2), que ha encontrado en Atención Primaria «la idea que tenía de ser médico».
La especialidad, dice, «está maltratada» y su situación «es un reflejo de la sociedad que tenemos, en la que prima la inmediatez y se patologiza la vida cotidiana». Aún así, «estoy absolutamente encantado con haber elegido Medicina de Familia. ¿Lo más guapo? Que las enfermedades van cambiando pero nuestros pacientes permanecen». Es lo que se conoce como longitudinalidad asistencial, que da lugar a una relación de confianza que es la esencia de la especialidad, «todo un privilegio».
En definitiva, los facultativos de Atención Primaria «somos los médicos de toda una vida» y «está demostrado que mantener a un mismo profesional durante años en una consulta reduce un 30 por ciento las hospitalizaciones y un 25 por ciento la mortalidad». Razón más que suficiente para que «nos den el hueco y la importancia que merecemos», reivindica Domene, que decidió hacer el MIR en Asturias «sopesando la docencia y la calidad de vida».
Que a la Medicina de Familia «no te da tiempo a cogerle el gusto en la carrera» y que «aquí sabes cuando empiezas pero nunca cuando acabas» es una reflexión en la que también coincide Elena Rodríguez. Ella es residente de cuarto año (R4) en el centro de salud de Arriondas. Por tanto, en septiembre terminará su formación y empezará a ejercer como adjunta. «No te das cuenta de todo lo que se puede hacer desde Atención Primaria hasta que pasas tiempo en un centro de salud y empiezas a conocer a los pacientes, eso es lo bonito», precisa.
Explica que «sabemos de memoria su historia clínica» y «hacemos un abordaje multidisciplinar y en equipo de las enfermedades». Si alguien vive solo o cuenta con soporte familiar, si está limitado por barreras físicas o tiene algún problema que le hace vulnerable –cuenta Elena– «es casi tan importante como el tratamiento en sí». Pero, durante la carrera, «eso no llegas a apreciarlo, los estudiantes de Medicina se quedancon que en Atención Primaria se ven muchas consultas en pocos minutos», cuando en realidad «tienes una relación muy estrecha con la gente y haces desde ecografías a cirugía menor».
Elena Rodríguez es langreana. Ha elegido centro de salud en el Oriente porque «soy una enamorada de la zona» y su familia tiene segunda residencia en Ribadesella. De no ser así, «aquí es difícil encontrar alquileres asequibles y ese es un hándicap a tener en cuenta». De hecho, las plazas MIR de la comarca se completaron en convocatoria extraordinaria, aunque «la formación aquí es muy buena».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión