Urgente Herida una mujer en una colisión contra una furgoneta en la A-66 en Mieres
Primera página de EL COMERCIO con el anuncio de la inversión industrial que resultó un fiasco. E. C.

El 'Petromocho', 30 años después

Aunque seamos conscientes de que no existen varitas mágicas, tampoco nos debemos dejar llevar por la ensoñación, el populismo y la esquizofrenia como fue en aquel caso

Domingo, 14 de mayo 2023, 02:56

El próximo jueves, 18 de mayo de 2023, se cumplen treinta años del anuncio del proyecto para la instalación del complejo petroquímico en el valle ... de Tamón que daría lugar al escándalo del 'Petromocho'. Aquel martes por la tarde comparecían ante los medios de comunicación en la sede del Gobierno regional el presidente del Principado, Juan Luis Rodríguez-Vigil, acompañado de su consejero de Industria, Víctor Zapico, el empresario asturiano Juan Blas Sitges y el ciudadano de origen francés Maurice Jean Lauze, para hacer pública la fantástica inversión industrial. Ante la prensa, el presidente y el supuesto intermediario del Saudi International Bank firmaban el protocolo para la construcción de la refinería en Asturias con un desembolso previsto de 366.000 millones de pesetas, que al cambio equivaldrían entonces a 2.200 millones de euros. El polo energético se iba a ejecutar en dos años y generaría un millar de empleos directos y más de 5.000 inducidos. Pero tan solo veinticuatro horas después el proyecto empezaba a hacer agua por las indagaciones realizadas desde la Redacción de EL COMERCIO. Al cabo de siete días de aquella comparecencia, el presidente Rodríguez-Vigil presentaba su dimisión víctima del engaño.

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Treinta años después el 'Petromocho', con toda su singularidad por el contexto en el que se produjeron los hechos, los antecedentes que existían por la vieja aspiración de Asturias a una industria petrolera y la confluencia de personajes estrambóticos en torno al 'affaire', podría considerarse como un hecho surrealista difícilmente repetible. En el debate político se sigue recordando hoy el episodio de manera metafórica cada vez que se quiere ridiculizar la gestión pública, pues el adefesio de la Administración fue una de las cuestiones que la gestación del fraude puso más en evidencia.

El 'Petromocho' no es solo la historia de un hazmerreír tras el intento de embauque estrafalario por parte de quien decía representar a un príncipe saudí, que acabó tumbando al gobierno asturiano. También es la historia de una región en permanente crisis industrial, económica, social y demográfica, necesitada de autoestima, vulnerable por su debilidad política y hundida en el desencanto. Una comunidad que, transcurridas tres décadas, continúa ocupando los últimos puestos de la práctica totalidad de los indicadores de prosperidad sin dar con los remedios para sacarnos del marasmo como lo han venido haciendo otras autonomías. Indudablemente se produjo una transformación, pero ha sido más estética que de fondo. De una dependencia prácticamente absoluta de la empresa estatal hemos pasado a una economía de la subvención, de los subsidios y del funcionariado. Un modelo que mantiene a la región fuertemente enganchada a las arcas públicas y que, al mismo tiempo, resulta atractivo también para quienes tienen la tentación de defraudar mediante la picaresca o la especulación. La misma tentación que tenía Lauze, que buscaba escapar de la ruina con la saca de dinero que le hubiera reportado la farsa.

Asturias sigue sin encontrar la receta eficaz para dar el salto pendiente de la esperanza a la realidad. Como en el juego de la oca, seguimos saltando de expectativa a expectativa sin llegar nunca a la meta, retrasándonos de posición hasta regresar a la casilla de salida por los deseos frustrados y las promesas incumplidas que nos vamos encontrando por el camino.

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Aunque seamos conscientes de que no existen varitas mágicas ni debemos esperar a que se produzca el milagro, tampoco nos debemos dejar llevar por la ensoñación, el populismo y la esquizofrenia como la que se produjo en el caso de la petroquímica. Esa es posiblemente la mayor de las lecciones que se pueden extraer de aquella etapa convulsa que, además de golpear de lleno la confianza en los representantes políticos, dejó unas largas secuelas en la vida institucional asturiana. Las administraciones, durante años, sufrieron en su funcionamiento el síndrome de aquel fracaso.

Un fracaso que entonces se saldó como exigían las circunstancias. La dimisión de Juan Luis Rodríguez-Vigil como presidente del Principado fue, lo sigue siendo hoy, un ejemplo de ética en el ejercicio de la política. No fallaron los controles de la administración, simplemente no se llegaron a usar, brillando por su ausencia. Rodríguez-Vigil abandonó el cargo asumiendo la responsabilidad del fiasco en cuanto el consejero de Industria en el que había confiado puso en bandeja su cabeza. Víctor Zapico había protagonizado personalmente las negociaciones con aquel impostor sin dejar que nadie más participara en el proceso en aras de una malentendida discreción. Un error nefasto que no había cometido meses antes el gobierno andaluz, que detectó a tiempo la escasa seriedad del farsante. El jefe del Ejecutivo regional hizo suya la ingenuidad del subordinado, movido por la ambición desmedida y el oportunismo político en busca de un golpe de efecto en plena campaña electoral, la que enfrentaba a Felipe González y José María Aznar aquel mes de mayo con un partido socialista a la baja.

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La marcha del presidente del Gobierno asturiano se convirtió en un hecho tan insólito como el propio intento de fraude en un país donde la dimisión no forma parte de la cultura política. Desde el 'Petromocho' hubo más de una veintena de presidentes autonómicos imputados por algún tipo de delito y las renuncias, por el contrario, se cuentan con los dedos de una mano. Casos de corrupción, malversación de fondos públicos, prevaricaciones, blanqueos de dinero… En todos los ámbitos de la gestión hemos visto en los últimos tiempos que se cometían errores garrafales, algunos de un ridículo tremendo, con un coste para el erario público y el ciudadano ingente, sin que los políticos de turno asumieran su responsabilidad como corresponde. En este país, el apego a la poltrona es una patología endémica.

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