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La cabeza de Zancas, a la entrada de la oficina de la Consejería de Medio Rural en Proaza. (Foto cedida por Alberto García Mejido)

Tres lobos matan y descuartizan a un perro de caza en Proaza

Alberto García Mejido llevó la cabeza a la oficina de la Consejería en Proaza y le dijeron que «los cazadores tenemos que asumir los riesgos». «Luego desde la Consejería me amenazaron con denunciarme por publicar el caso»

Octavio Villa

Gijón

Viernes, 1 de noviembre 2024, 12:49

«Un grupo de tres lobos rodearon a Zancas en una riega cerca de Bandujo. Había huellas de lucha y mucha sangre donde le mataron. Vi a los lobos, uno de los cuales llevaba la cabeza de Zancas colgada de la boca y les perseguí hasta que la soltaron. La recogí y la llevé a la oficina de la Consejería de Medio Rural en Proaza, primero, para que lo supiesen, y también para presentar una reclamación por daños, pero me dijeron que no iban a pagar ni un duro, que los cazadores tenemos que asumir los riesgos de nuestra actividad, y luego, desde la Consejería, me amenazaron con denunciarme por publicar el caso. No quieren que se sepa. Me pregunto, en el caso de Zancas, ¿dónde piensan que está el bienestar animal del que tanto hablan para los lobos y para el ganado?». El que habla desde Villamorey, en Sobrescobio, es el joven pero experimentado cazador de jabalís Alberto García Mejido, Berto, que con 21 años acumula 15 de experiencia en el monte, desde las primeras cacerías acompañando a su padre y su abuelo.

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El miércoles pasado, Berto y un amigo se desplazaron a Proaza, a la zona de Bandujo (uno de los pueblos más fotografiados de Asturias, con su torre circular sobre una loma, en medio de un paisaje de bosques en los que ocurrió este caso). Soltaron a sus perros de caza para seguir el rastro de los jabalís, y al cabo de una hora, utilizando el localizador gps que llevan consigo intentaron ubicar a Zancas, un cruce de Grifón con Sabueso, especialmente adecuado para la caza siguiendo rastros, sin resultado.

Buscaron por la zona que suponían que debería encontrarse y hallaron huellas, hacia las dos de la tarde. «De jabalí, bajando hacia la riega, y de lobo, subiendo desde allí». Con esas pistas, «mi amigo me dijo que me pusiera en lo peor, y así fue». Llegados hasta la riega, se encontraron «huellas de pelea y mucha sangre», y al volver a subir, siguiendo el rastro de los lobos vieron «que en la subida desde la riega habían ido descuartizando al pobre Zancas», al ir encontrando restos y más sangre entre las huellas de los tres lobos. «No quiero ni imaginarme lo mal que lo tuvo que pasar Zancas», un perro «especialmente cariñoso, valiente y listo, que llevaba conmigo sus cuatro años». Ese cariño que se le coge es «algo que no pueden entender quienes piensan que los cazadores tenemos a los perros como si fueran cosas».

En la búsqueda de Zancas, Berto y su amigo llegaron a avistar al pequeño grupo de carnívoros «a apenas unos veinte metros, con la cabeza de Zancas colgando de la boca de uno de ellos. Les perseguimos y dí voces hasta que la soltaron, unos setenta metros después». No les dispararon, conscientes de que matar un lobo les hubiera supuesto problemas legales por la protección de la especie en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (Lespre).

«Sólo dejaron la cabeza y los huevos de Zancas», explica Berto, que, con las mismas, se llevó la cabeza hasta la oficina de la Consejería en Proaza, donde, además de lo que relató antes, «no querían creerme. Tuve que llevar a uno de los guardas conmigo hasta donde ocurrió todo, y ahí sí me creyó». Explica Berto que «quiero que esto se sepa. Que los cazadores de jabalí salimos al monte porque queremos ayudar a controlar el exceso de este animal. Pero, sobre todo, que estamos expuestos a todo y que no se nos ayuda, sino que se nos ponen trabas. Que la Consejería no quiere que se sepa y que me han llegado a amenazar por publicar esta historia con denunciarme. Y que el lobo campa a sus anchas por todo el monte. Tengo claro que a Proaza no voy a volver a cazar», afirma, pero justo a continuación precisa que salir al monte sigue siendo necesario, también en las inmediaciones de su pueblo, Villamorey (justo antes de Soto de Agües desde Rioseco, aún a la vista del embalse) porque en esa zona, tan cerca de la carretera general, «los lobos no dejan viva una cabra o una oveja», por lo que Berto finaliza preguntándose «si para que algo cambie los lobos tendrán que comerse a algún político o algún ecologista que suba al monte despistado».

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