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Yulian Pechenyi en la redacción de LA VOZ posando con su violín del siglo XIX. MARIETA

La música que llegó de Ucrania

Yulián Pechenyi Pechenyi se jubila en el Conservatorio Municipal Julián Orbón donde se incorporó en el año 1996

Domingo, 8 de diciembre 2019, 02:35

La música construye puentes entre personas, entre naciones, entre sentimientos. A veces, esos puentes son tan grandes que pueden explicar una vida y darle sentido, como sucede a Yulian Pechenyi Pechenyi (Chernivtsi, Ucrania; 1952), que se acaba de jubilar en el Conservatorio Municipal Julián Orbón de Avilés, donde impartió clases de violín y viola, además de dirigir la orquesta del centro, en una de las experiencias más hermosas de su vida, según confiesa. Además, Pechenyi es compositor, una pasión a la que ahora podrá dedicar más tiempo. Aunque si fuese por él, hubiese seguido dando clases, si bien su espalda le aconsejó retirarse.

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Yulian Pechenyi nació en Ucrania. El colapso de la Unión Soviética explica su salida de su país natal en busca de una vida mejor para su esposa, María Pechenyia, y sus dos hijos, Ostap y Cristina. Un amigo le animó a participar en un concurso convocado por la Orquesta de La Coruña. Mandó una grabación con el repertorio propuesto y fue seleccionado. Al poco de llegar Galicia, se enteró de la convocatoria de plazas en el Conservatorio Julián Orbón y no dudó en presentarse. Lograba la plaza y en 1996 llegaba a Avilés.

«En ese momento, la ciudad estaba un poco en ruinas. Nos gustó Avilés y lo peor es el clima, la humedad. Desde entonces, la ciudad ha cambiado mucho y hay una gran mejoría», explica. Yulian Pechenyi es un enamorado del centro de la ciudad por el que le encanta pasear con su esposa.

Con todo, la incorporación de Pechenyi al conservatorio no fue sencilla, según recuerda. Y es que venía de un sistema educativo completamente diferente, como es el soviético. «Los mejores alumnos tenían hasta cuatro horas a la semana de música. Había conservatorios profesionales en las capitales de cada república donde se formaban los jóvenes para ser músicos profesionales. Recibían todas las enseñanzas y, sobre todo, música», explica. Sin embargo, aquí era todo lo contrario. La música se entendía como una actividad extraescolar. «Preguntaba a algún alumno si no había ensayado y me decía que no podía, que tenía que entrenar kárate», recuerda.

Y luego estaba la barrera del idioma. «Al principio escribía las indicaciones en una hoja para saber decirlas correctamente, llevaba el diccionario a clase», explica en un español tan correcto como marcado por su acento.

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Pero con la ayuda de otros profesores del centro como Alexander Osokin, Lev Chistiakov y Jacek Niwelt fue derribando obstáculos. En sus agradecimientos no se olvida de citar a José María Martínez, «para el que solo tengo palabras de agradecimiento. Tenía el carácter necesario para ser director, la capacidad de resolver problemas y, si en un momento se equivocaba, no había problema en tomar un café contigo y reconocerlo», recuerda.

Más allá de esas lógicas dificultades, Pechenyi destaca los buenos momentos que llegaron de mano de «alumnos muy buenos, como José Antonio Lage o Noelia Fernández Rodiles, que podría haber sido una buena violista, pero se decantó por el piano». Y, sobre todo, el esfuerzo conjunto para hacer del Conservatorio Municipal Julián Orbón un centro cultural y un lugar de referencia en España. «Entre 1999 y 2009 organizamos unos cursos de verano a los que venía gente de Madrid, de Venezuela...», recuerda.

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O más satisfacciones, como las de haber dirigido la orquesta del conservatorio en los últimos tres años. «La música genera sentimientos en el alma que ayudan a los niños. Como director de la orquesta recibía las felicitaciones de los padres que se emocionaban al escuchar a sus hijos y es algo muy especial», asevera al tiempo que desea lo mejor para un centro que siente como algo propio.

Ahora, jubilado, podrá disfrutar de la ciudad paseando con su esposa, la artista plástica María Pechenyia, y dedicar más tiempo a la composición. Es feliz en Avilés y no lo oculta. «Nunca he tenido ningún problema. Me gusta la ciudad», dice.

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No son las únicas aficiones a las que dedicará su tiempo. Le gusta jugar al ajedrez, aunque asegura practicarlo poco, salir al monte a por setas y seguir los partidos de fútbol. «Me gustan los equipos que juegan bien. No soy un gran fanático de un equipo, como hacía Shostakóvich, que apuntaba en una libreta todos los resultados del Zenit de San Petersburgo. Ahora sigo al Barcelona, pero antes al Real Madrid».

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