Jeremy Irons, sobre las tablas del Auditorio Príncipe Felipe
El actor británico pone voz al 'Egmont' de Beethoven con texto de Goethe
PPLL
Domingo, 24 de enero 2016, 19:27
En octubre se hacía oficial: Jeremy Irons (Cowes, Isla de Wight, 1948) sustituiría a John Malkovich para recitar Egmont en los conciertos del Gran Teatre del Liceu y el Auditorio Príncipe de Oviedo después de que el primero se cayese del cartel al cancelar «por motivos profesionales». Así que Asturias había cambiado a un estadounidense por un dandi inglés y el recital de hoy a partir de las 19 horas dentro del ciclo Conciertos del Auditorio, cuyas localidades están agotadas desde hace una semana, ha pasado a llamarse Beethoven e Irons, una propuesta innovadora a cargo de uno de los nueve actores del mundo que pueden presumir de la triple corona de la interpretación (un Oscar, un Tony y un Emmy) y de la prestigiosa orquesta austriaca Wiener Akademie dirigida por el maestro Martin Haselbök.
¿Pero qué es exactamente lo que podrá disfrutar el público de Barcelona y Oviedo encarnado por este veterano de la escena, además de reconocido melómano? Pues, en concreto, la obertura de Egmont, una pieza musical para orquesta compuesta por Ludwig van Beethoven para la representación de la tragedia del mismo nombre escrita por Goethe en 1788. Un programa en el que se entrelazan una soprano, Kerstin Avemo, piezas de música incidental y Egmont recitado por el intérprete británico con más de 40 películas a sus espaldas.
Y, como no podía ser de otra forma, los pasajes de Egmont que Beethoven incluyó en su obra musical serán recitados por Irons en inglés, con traducción de Christopher Hampton, guionista también ganador de un Oscar por la adaptación de la película Las amistades peligrosas. Un concierto rupturista cuyo programa se completa con la célebre Sinfonía número 7, además de con el aria del concierto Ah! Perfido.
Porque, si hay algo que le apasiona al hijo un contable y una ama de casa que a los siete años fue enviado a un internado y que describe su segundo matrimonio como «disfuncional» (el primero, a los 21, duró menos de un año), son los retos: «Mi vida está constantemente llena de cambios. El contraste es uno de los placeres del mundo, ya sea en la comida, en el trabajo, en compañías personales distintas (...) Con el contraste se valora la diferencia. Y eso me gusta mucho».
Se trata de un Egmont en la particular voz cincelada por el tabaco de liar (su adicción a la nicotina es tan legendaria que, cuando el alcalde de Nueva York prohibió fumar en los espacios públicos de la ciudad, Irons llegó a decir que los fumadores deberían estar protegidos como los «minusválidos y los niños») de este hombre de elegancia contrastada y dicción exquisita que comenzó en el mundo del teatro. Porque, tras haber estudiado actuación en el Bristol Old Vic Theatre School, se trasladó a Londres, donde trabajó con la Royal Shakespeare Company, y que dio el salto al cine con Nijinsky (1980), aunque su fama entre el gran público le llegó con Retorno a Brideshead.
Esa voz grave y misteriosa que es la marca de la casa del chico que llegaba a Oxford y se quedaba prendado de una caprichosa aristocracia de la que él estaba por cuna descolgado en la serie que lanzó a la fama a un Irons que suele intercalar puntos suspensivos, como dando siempre a entender que todo está aún por construir y por pensar y que no hay nada prefabricado en el arte de meterse en la piel de otros.
De hecho, el actor ha participado en numerosas producciones teatrales del West End y del National Theatre de Londres e incluso posee un premio Tony al mejor actor por The Real Thing, obra que supuso su debut en Broadway en 1984.
Impressionism, de Michael Jacobs, fue la última obra que protagonizó en los escenarios de Nueva York en 2009, así que, en cierta manera, este concierto supone su regreso a las tablas, que ha ido intercalando con producciones tan inolvidables como Lolita (su preferida), La Misión, El Hombre de la Máscara de Hierro, La Casa de los Espíritus, La mujer del teniente francés o, más recientemente, Los Borgia, emitida con notable éxito en televisión, o Tren de noche a Lisboa.
En Oviedo, este inglés que es un apasionado de España, de la siesta -«la costumbre más civilizada del mundo»- y de la idea de emplearse para vivir y no a la inversa («La vida es para vivirla. Es para vaguear un poco, sentarse en un café, reírse... Sí, hay que trabajar, pero solo un poquito») encarna la vida del héroe nacional flamenco conde de Egmont (1522-1568), general, hombre de estado y caballero de la Orden del Toisón de Oro (ese mismo que acaba de recibir la Princesa de Asturias como regalo del Rey) que se enfrentó con Fernando Álvarez de Toledo, tercer duque de Alba, hasta que finalmente fue arrestado, condenado a muerte y decapitado, así que el texto finaliza con la muerte del protagonista que proclama su ideal de lucha por la independencia y contra la opresión que representaba para su país la monarquía española.
La música fue compuesta por Beethoven entre octubre de 1809 y junio de 1810 y se interpretó por vez primera en Viena el 15 de junio del mismo año. Una composición descriptiva con la que el músico quiso representar el sufrimiento de un pueblo ante esa opresión y que culmina con un himno que simboliza la liberación.
La obra fue muy elogiada tras su estreno por el propio Goethe, que manifestó públicamente su admiración por la genialidad de Beethoven y, en total, consta de diez números, de los que el más interpretado es la obertura, que ha sido grabada en numerosas ocasiones por las principales orquestas del mundo. Todo un reto para un intérprete que se caracteriza por su polivalencia interpretativa y que brilla en papeles en los que encarna a personajes con un carácter muy exigente, como por ejemplo el playboy Claus von Bülow, sospechoso de haber matado a su mujer, en la cinta El misterio von Bülow, que le valió el Oscar en 1990.
Y es el caso, porque la vida de Egmont tiene muchos elementos de héroe crepuscular que representó el fin de una forma de hacer la guerra, aquella protagonizada por la caballería, y el ocaso de la Europa de las monarquías subordinadas a los nobles.
Así que Lamoral Egmont pagó con su vida haber desafiado a su primo Felipe II. Y, finalmente, el 5 de junio de 1568, fue decapitado en el Mercado de Caballos de Bruselas ante los ojos de una multitud sollozante y las lágrimas de su propio verdugo, el temido y odiado duque de Alba, del que se dice que no pudo contenerse al ver a uno de los últimos caballeros medievales muerto de esa manera.
Lo que aún no sabe Irons es por qué le dice sí a un personaje. «Debe ser un misterio. Para mí es como enamorarse. Lo más apasionante de ese proceso es conocer a esa persona, entenderla, descubrir sus secretos... Ese es el viaje más apasionante que existe, y es lo que me pasa a mí con mis personajes. En realidad, todos desarrollamos un personaje para transitar por la vida y debajo de él se encuentra aquello que nos da miedo de nosotros mismos y de lo cual ni siquiera somos conscientes».
Porque, del exterior, tiene claro lo que le asusta: «El sistema inmoral que domina el mundo, basado en el consumo y manejado por grandes corporaciones e instituciones financieras». Eso y quizá Loles León, que en 1999 se rompió la pelvis y la muñeca al caerse en la suite del actor en el hotel Santo Mauro de Madrid. Pero esa es otra historia infinitamente más prosaica.