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La sidra contada de la manzana al vaso
Un libro recopila la memoria fotográfica de la bebida asturiana, que esta semana celebra su fiesta en Gijón. Inaciu Hevia guía un viaje visual por un pasado en blanco y negro que adquiere hoy un color luminoso con la declaración de la Unesco
Está en el álbum fotográfico de todos. ¿Quién no tiene una foto degustando un culete? ¿Quién no se ha dejado retratar apurando el trago sin ... llegar al final? El éxito de la sidra va parejo al éxito social que siempre ha tenido la fotografía a la hora de contar nuestra cotidianidad. Dicho esto, no es extraño que exista abundantísimo material gráfico que cuenta cómo la bebida asturiana que celebra en Gijón esta semana su fiesta ha formado parte de nuestra vidas. En esos álbumes ha buceado Inaciu Hevia para componer un libro que acaba de ver la luz y que tiene un título absolutamente elocuente: 'Memoria fotográfica de la sidra de Asturias (1880-1970)', que cuenta con prólogo de Juaco López, director del Muséu del Pueblu d'Asturies. Así presenta él este singular trabajo: «Hevia lleva años buscando fotografías en casa de lagareros, taberneros, chigreros, toneleros, familias campesinas y urbanas, anticuarios, fundaciones culturales y sociales. Su proyecto es completamente personal».
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El relato visual que se establece sirviéndose con un tercio de imágenes procedentes de la fototeca del Pueblo de Asturias tiene un orden que arranca con la manzana, se detiene en el lagar, continúa por el proceso de fabricación, se adentra en el consumo y finaliza con la aparición de la sidra achampanada. Y en ese viaje, la primera instantánea conduce a casa Rionda, en Vega, a una pomarada retratada con animales y familia en pleno 1925. Con ella relata el inicio del proceso de la sidra: «En primer lugar, una vez que la manzana está madura, se apareja el carro para transportar lo que se recoja. La recogida es una de las tareas más duras del proceso de fabricación de la sidra, y es costumbre realizarla entre toda la familia, muchas veces en colaboración con vecinos y allegados».
Se suceden las imágenes que conducen a ese mismo lugar, antes de mostrar el lagar de Casa Morán, en Llanes. Con él se aporta un dato anecdótico y revelador: «Un emplazamiento habitual de los lagares, normalmente vinculados a tabernas, es junto a las vías de comunicación, como es el caso de este, fundado en 1876 en la parada de la ruta de diligencias Oviedo-Llanes». Son múltiples las estampas y también los detalles, algunos de los cuales nos llevan a una atmósfera casi onírica: «La escasez de puertas y ventanas para minimizar los cambios de temperatura y evitar el daño de la luz para el buen funcionamiento de la sidra son responsables de la penumbra, casi mágica, que reina en el interior del lagar tradicional», ha quedado escrito.
El proceso de fabricación tiene también sus buenas palabras arropadas por el viaje en el tiempo de las fotografías en blanco y negro. «En una mayada se reúnen vecinos, amigos y todo quien pueda: hombres, mujeres y niños, llevando casi siempre cada uno su propia herramienta, porque en el lagar no hay para todos. Hay aquí veintiséis personas, doce mayadores. No falta el acordeón para amenizar el duro trabajo», queda escrito para detallar y explicar así una foto de La Peral, en Noreña, fechada en el año 1935.
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El consumo, el siguiente capítulo, huele a chigre, a jira campestre, a jarras de madera y barro, porque no solo hay vasos de culo ancho tras la bebida asturiana como bien se cuenta en este volumen: «En algunas ocasiones la sidra también se espichaba del tonel para vender en jarras, en las que después se servía a los vasos». Una postal costumbrista de Laureano Vinck captada en 1910 lo atestigua. Romerías, meriendas en el prao, comidas y diversión se retratan y cuentan sin dejar de lado la imagen icónica del escanciador brazo en alto, mirada firme, pulso de hierro.
La sidra champanizada ocupa lugar final y de ella se recuerda su gran éxito allende las fronteras asturianas. «La numerosa colonia asturiana en América fue responsable de la gran difusión de la sidra achampanada, que despachaban en todas las tiendas de abarrotes de su propiedad», ha quedado impreso acompañado de testimonio gráfico múltiple con dependientes posando en las tiendas orgullosos, en festejos populares o componiendo estampas costumbristas con niños vestidos de asturianos con su botella de sidra en la mano.
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