¿Quieres despedir a tu mascota? Puedes hacerlo en el nuevo canal de EL COMERCIO
Drew Goodall limpiando unos zapatos.

Una estrella a la altura del betún

Una mala crítica llevó al actor Drew Goodall a la indigencia. Empezó a lustrar zapatos y hoy su empresa de limpiabotas triunfa en Londres: solo ficha a 'homeless' y discapacitados

Lunes, 6 de enero 2020, 04:24

Una vez, el gran James Brown se bajó de un autobús en la localidad de Roanoke, en el estado de Virginia (EE UU), y se acercó a estrechar las manos de los oriundos que le contemplaban extasiados a la puerta de una barbería, junto al teatro en el que iba a actuar. Entre ellos, un chavalillo al que miró fijamente. Le dijo: «Tú debes ser el negro de las botas». Y pese a que sus zapatos brillaban más que el sol se sentó ante el chico y le pidió que volviera a limpiárselos. Mientras le entregaba un billete de 5 dólares le confesó que él también había empezado limpiando zapatos en su ciudad natal: «Es una profesión honorable, un buen trabajo. Solo tienes que pensar, ¿qué más quieres hacer con tu vida?». Tras aquella primera etapa de limpiabotas, Brown vivió otra ligada al delito y la cárcel... hasta que se convirtió en el padrino del funk.

Publicidad

La historia del británico Drew Goodall va también de calzado, de encuentros fortuitos, de descenso a los infiernos... y también de ascenso, pues Goodall es hoy un hombre feliz con una empresa exitosa y solidaria, Sunshine Shoeshine, posición a la que ha llegado tras un tortuoso camino. Mucho antes que esto, también fue feliz cuando su apuesta por la carrera de actor estaba siendo premiada con su inclusión en películas de éxito; primero un papelito secundario en 'Snatch: cerdos y diamantes', donde se codeaba con Brad Pitt en una cinta que el director Guy Ritchie rodó en 2000 en Londres. También consiguió colarse en 'Un niño grande', con Hugh Grant. Siempre había querido ser actor, desde que ayudaba a sus padres en el pub del pueblo: «Allí, desde muy joven, me sentía continuamente en el ojo público. Siempre estaba actuando de alguna manera, y por eso pensé en ser actor. Es lo que siempre quise hacer», recuerda para este periódico desde su casa flotante en Twickenham, localidad al suroeste de la capital inglesa.

Pero después de aquellas apariciones junto a estrellas de Hollywood, todo se hundió. Sucedió al leer la reseña que un crítico de un periódico de tirada nacional hizo de su participación en la obra 'Marat/Sade', que se representaba en el West End londinense: «Aquella terrible crítica me envió directamente a una crisis existencial, a un grave problema de confianza en mí mismo: 'Si no soy un actor... ¿quién soy y qué soy?'... Yo era la gran esperanza de mis padres, incluso me hicieron una fiesta en el pub cuando me gradué en la escuela de arte dramático. Pero ya no quería actuar, no trabajaba, así que no tenía ingresos». Al principio recurrió a buenos amigos «con sofás disponibles para dormir», pero la buena voluntad de estos, con el tiempo, fue decayendo. «Y finalmente, una noche, me encontré sin un lugar donde quedarme y busqué un banco para dormir». Como suele suceder, aquella circunstancia puntual acabó por convertirse en una 'desocupación' a tiempo completo que duró seis meses. Cierto es que hubo un paréntesis; trabajó de repartidor de pizza hasta que lo descubrieron durmiendo en el armario de los ingredientes con la barriga llena de 'pepperoni'. Y vuelta a la calle.

«Fui atacado dos veces por borrachos mientras dormía en un pequeño parque urbano y en una de esas ocasiones acabé en el hospital. Aunque el peor momento, sin duda, fue cuando presencié cómo mi amigo de aquellos días se arrojó al tren». Aquella tragedia, sin embargo, lo despertó de alguna manera. «Actuó en mí como una epifanía, me ayudó a darme cuenta de que no quería terminar solo y desesperado como él».

La buena noticia es que la infancia y juventud vividos en el pub de sus padres desarrollaron en él una aversión al alcohol y otro tipo de drogas que lo mantuvieron alejado de abismos más profundos. Un día, un desconocido, un hombre de negocios, se acercó a él y, además de echarle unas libras, le brindó algo mucho más valioso, un consejo que, en medio del duelo por el suicidio de su compañero, no cayó en saco roto: hacerse con los bártulos necesarios para montar en la calle un puesto de limpiabotas. «Entré en un taller de reparación de zapatos y compré un poco de betún y cepillos». Goodall vio la luz. Poco a poco, lustrando el calzado de los transeúntes, empezó a ganar un dinero que le permitía subsistir y pagarse un techo bajo el que dormir a buen recaudo. «Por primera vez en mucho tiempo, estaba ganando dinero y logré encontrar un lugar para vivir». Aunque su situación de trabajador ilegal le provocara encontronazos habituales con la Policía.

Publicidad

Fue otro encuentro fortuito el que definitivamente le sacó de las calles para no volver; un cliente habitual le comentó que, en su empresa, la persona que limpiaba los zapatos de los ejecutivos se había marchado, y le sugirió que se presentase al puesto. Aquello fue el despegue definitivo de un vuelo que lo ha llevado muy alto; cada vez más clientes solicitaban sus servicios, lo que le obligó a recurrir a sus colegas para que le ayudaran con la sobrecarga de trabajo. Uno de ellos tenía una discapacidad, «necesidades especiales, pese a las que era capaz de hacer frente al curro de igual manera que el resto. Y vi cómo esto cambió completamente su vida, mientras que a los clientes les encantaba la idea de que estar ayudando a alguien que lo necesitaba de verdad».

De este modo, en 2012, Goodall estuvo preparado para alumbrar Sunshine Shoeshine, una pequeña empresa solidaria de limpiabotas que solo contrata a personas sin hogar o con discapacidades, a los que se les conoce familiarmente como 'sunshiners'. Entre ellos, Adam Pope: «He tenido dificultades de aprendizaje desde siempre. Vivo en Wallington con mi papá, mi hermano y su esposa. Tengo 30 años y este es el primer trabajo remunerado que he tenido. Ha cambiado toda mi vida y mi papá dice que está muy orgulloso de mí. Me encanta hacer que los zapatos brillen y estoy feliz de que mi vida me haya llevado a trabajar para Sunshine».

Publicidad

También anda por aquí Alan Walton: «Llevo 5 años en esta empresa y no puedo imaginar mi vida sin ella. Nací con miopía extrema, estaba casi ciego al nacer, y pasé por muchos hogares de acogida. A los 18 años estaba estudiando música en la universidad cuando sufrí un colapso esquizofrénico y terminé en un albergue para personas sin hogar. Salí en 2006 recuperado de mi enfermedad, pero la vida fuera del albergue fue increíblemente difícil, no pude encontrar ningún trabajo por mis antecedentes y entré en un círculo vicioso de desempleo y miseria general. Encontré a Sunshine, y Drew me apoyó y me ayudó. Hicimos un plan para ahorrar mi salario y pedir un préstamo y me operé de los ojos para corregirlos. ¡Ahora ni siquiera necesito lentes! ¡Me encanta ver Londres, hablar con los clientes e incluso he aparecido en la BBC! ¡No me planteo dejar Sunshine nunca!». Gracias a todos ellos, y en solo siete años, esta empresa que combina a la perfección el negocio con la ética se ha convertido en la primera de Europa en su ámbito y la segunda a nivel mundial.

Perderse para encontrarse

Hoy Goodall apenas limpia zapatos, aunque de vez en cuando se ejercita. Pasa su tiempo administrando la empresa, haciendo fotografías de viajes y escribiendo sus memorias.

- ¿Qué piensa hoy de aquella crítica que lo arrastró a una dura depresión?

Publicidad

- Siento que la crítica era dura pero veraz. Es el trabajo de un crítico ofrecer una crítica. Aprendí que me había otorgado a mí mismo la etiqueta de 'actor' cuando yo en esencia no soy esa cosa. Desde aquello he incursionado un poco en la interpretación, pero nunca me he apegado obsesivamente a ello. Tuve que perderme para encontrarme. No estoy definido por una etiqueta, la vida es una serie interminable de cambios y desafíos que todos debemos aceptar.

Así llegamos al final feliz del cuento de Drew Goodall, que pasó de limpiar botas en la calle a tener la segunda empresa más exitosa del planeta en este sector. Y además, solidaria, sin olvidar que una vez él también estuvo en lo más bajo. «Estoy agradecido y contento de estar vivo». Si ya lo dijo James Brown: «Solía lustrar zapatos frente a las estaciones de radio... Ahora tengo estaciones de radio».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

1 año por solo 16€

Publicidad