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Interior del Teatro Real con su patio de butacas y sus palcos. Guillermo Navarro

Los fantasmas del Teatro Real

La historia de una mujer y una niña con un tutú rosa que nunca salieron del baño en años distintos del siglo actual sigue intrigando al jefe de seguridad: «Es el único hecho inexplicable en mis 28 años aquí»

Lunes, 1 de diciembre 2025, 00:44

Francisco Campillo es el jefe de Seguridad del Teatro Real, un profesional que lleva 21 años en el cargo (y antes, otros siete como vigilante) que conoce el Real mejor que la palma de su mano: aunque su trabajo es mucho más complejo que supervisar hasta el último rincón del edificio, él lo ha recorrido mil veces. Lo ha hecho de noche, de madrugada y de día, inspeccionando hasta el último rincón de los palcos, salas y salones, vestuarios, baños... «con las luces apagadas y con las luces encendidas».

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Ante leyendas, rumores y habladurías, como profesional siempre ha tratado de buscar respuestas racionales en su afán por poner coto a cualquier chisme. Si alguien comentaba que se escuchaban voces de ultratumba, él lo desmontaba explicando que lo que se oía en realidad era a los obreros que trabajaban en la ampliación del metro; si otro decía que había un fantasma en la sala de ballet, él pasaba las noches allí «incluso sin linterna» para ver si algo se salía de lo normal. Nunca pasó nada.

A los que relacionaban el mal farío del teatro (el edificio permaneció cerrado varios años en distintas etapas por problemas técnicos) con sus 'hechuras' de ataúd, o que con esta peculiar configuración, el arquitecto original quiso homenajear al cementerio árabe que ocupaba el solar, él les contaba que lo lógico era pensar que esa estructura era la única posible para poder encajonar el teatro entre las edificaciones de las calles que lo bordean. Otros le hablaban de las leyendas de los túneles, que conectan el Teatro Real con el Palacio Real, la Almudena o el Senado. «Es verdad que hay túneles pero están cerrados, entre otras cosas porque se construyó un aparcamiento subterráneo». Y así todo.

Por eso llama la atención que, a sus 54 años, casi la mitad de ellos vinculado al Teatro Real, Campillo sostenga que solo hay un extraño episodio para el que, a día de hoy, él no tiene explicación y que se ha animado a contar por primera vez en un medio.

El asunto tiene que ver con una mujer y una niña pequeña vestida con un tutú de bailarina de color rosa, seguramente una madre y su hija, que en años diferentes, primero en 2004 y luego en 2014, se metieron en los lavabos de chicas de la quinta planta y, que se sepa, nunca salieron de allí.

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El telón de esta historia se levanta una tarde-noche de 2004 al término de una función de ballet clásico en el Real. Como siempre hacen, el equipo de acomodadores empezó a supervisar de arriba abajo todos los palcos y las siete plantas del teatro, comprobando aseos, salones, pasillos... para cerciorarse de que ninguna persona del público (el Real cuenta con un aforo de unas 1.900 plazas) quedaba dentro. Mientras tanto, Campillo esperaba en el vestíbulo a que todo el personal bajara y le confirmaran el desalojo... pero faltaba uno de los acomodadores.

La razón era que ese acomodador aguardaba a que salieran del baño una mujer joven y una niña de unos seis o siete años que habían entrado al aseo de la quinta planta, en concreto al baño de señoras del lateral impar que da a la calle Carlos III. La pequeña llevaba un tutú rosa, nada demasiado raro entre las chiquillas que acuden a las funciones de ballet del Real acompañados de sus padres y que les hace ilusión ir vestidas como las bailarinas que van a ver sobre el escenario.

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«Como tardaban en salir del baño, el acomodador abrió un poco la puerta y las vio de pie frente al espejo. 'Disculpen, pero tienen que ir desalojando, hay que cerrar el teatro', les dijo», recuerda Campillo. Ocho o nueve minutos después la señora y la menor seguían dentro, por lo que el hombre, que no se había movido de la puerta, entró en los servicios preocupado por si alguna de las dos había sufrido alguna indisposición. Pero dentro no había nadie. «Bajó extrañado, con la cara pálida y me contó lo ocurrido. No le di mayor importancia. Podía haber sido un despiste y me olvidé completamente de la historia».

El enigma del tutú rosa

Justo diez años después, con otro equipo de acomodadores completamente renovado, la escena se repitió tal cual. Al término de una función de ballet clásico, el personal inició su recorrido habitual para cerciorarse de que el teatro quedaba vacío. Planta por planta, los acomodadores recorrieron el interior y el exterior de los palcos hasta comprobar que todos los espectadores habían dejado sus asientos y se dirigían a la salida.

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Hubo que esperar a un acomodador –que ni remotamente conocía a su antecesor– que aguardaba a que una mujer y una niña con un tutú rosa salieran del baño de chicas del lateral impar de la quinta planta. Exactamente igual que un decenio atrás. Y al igual que entonces, el empleado entreabrió la puerta, las vio delante del espejo y les pidió que fueran terminando. Tras unos minutos de espera, irrumpió en el aseo... ¡y no había nadie! Bajó al vestíbulo «blanco» a contar lo ocurrido y al hablar de «una niña con un tutú rosa», a Campillo se le revolvió alguna neurona que le devolvió al episodio vivido diez años antes. «Esto lo he vivido yo, pero lo he vivido igual», pensó para sus adentros.

«Me había olvidado completamente de aquella historia, pero al hablar de la niña del tutú rosa, de repente lo recordé. La verdad es que hoy tampoco le doy ninguna importancia, pero que pase dos veces y tan clavadas, en el mismo baño, en la misma planta y en una situación idéntica, no le encuentro explicación. Con diez años de diferencia, lo que tenían claro los dos acomodadores es que la niña era pequeña, de unos seis o siete años, que llevaba un tutú rosa y que no formaba parte del elenco de artistas. Eso lo recordaban milimétricamente. Y que la mujer era relativamente joven, que no era muy mayor y ambos la identificaban como una madre con su hija. Y ninguno de los dos acomodadores se habían visto antes, ni conocían entre ellos no conocían la historia«.

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Campillo se ríe de los comentarios de sucesos paranormales que se han relacionado con el teatro. «Porque al final todo tiene una explicación... aunque de momento para esto nunca he encontrado una», zanja sobre una historia que bien podría titularse 'Los fantasmas de la ópera'... del Real.

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