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Cientos de personas disfrutan del festival Sziget, en Budapest.
La isla de la libertad

La isla de la libertad

El festival Sziget reunió durante una semana a más de cuatrocientas mil personas en Budapest

Txema Rodríguez

Sábado, 15 de agosto 2015, 07:28

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La isla de Óbuda no alcanza los tres kilómetros de distancia en su lado más largo. Un poco más al norte de otra isla, Margarita, donde los vecinos de Budapest suelen ir a pasear y hacer deporte, a la primera le cabe la gran responsabilidad de albergar durante una semana al año el festival Sziget. En esos días más de cuatrocientas mil personas viven en la isla de la libertad.

Los españoles merodean por una especie de bar, en realidad una caseta de feria, que se llama Torrente, como el personaje creado por Santiago Segura, y algunas de las míticas frases de la saga, traducidas al inglés, cubren la lona al lado de las mesas. Una camarera explica con gestos de significado universal alguna de las escatológicas escenas del personaje para probar que ha visto las películas. Recibir a jóvenes de 89 países da mucho juego. Gente dispuesta a disfrutar de una extensa maratón de conciertos y actividades de todo tipo, desde teatro, circo, juegos de lógica, deportes y charlas Ted hasta talleres para fabricar unicornios. Aunque parece obvio que la mayor parte del atractivo recae en la música: Robbie Williams, Florence + The Machine, Alt-J, Kings of Leon, Kasabian

Lilla Valko, que es representante de artistas, explica el éxito de este festival, y otras iniciativas similares, en el interés por atraer turistas (lo cierto es que los húngaros no son especialmente simpáticos con los de fuera) y ocultar de paso muchas de las fracturas sociales y económicas de este país, comenzando por la corrupción. De hecho, en la isla no se puede emplear dinero en metálico: hay que acudir a unas oficinas en las que a cambio de los billetes te dan una tarjeta con un chip con la que puedes pagar en todos los puestos. Lilla, que ha trabajado en muchos países, considera que en el fondo es la eterna disputa entre una sociedad joven y otra vieja, vinculada al antiguo socialismo, que maneja los resortes del poder. Nada que impida que Robbie Williams confundiera en twitter Budapest con Bucarest o que exigiera ser llevado a la isla en helicóptero desde el lujoso hotel Four Seasons Gresham. En coche se tardan diez minutos.

El espacio de este evento es enorme, lleno de patrocinadores: bancos, marcas de moda, vehículos de lujo y bebidas de todo tipo. Concebido como un parque del que no es preciso salir durante una semana, con tiendas de campaña desparramadas en ocasiones sin orden aparente cerca de los polvorientos caminos de la isla, que cuenta con vegetación frondosa y la posibilidad de darse un chapuzón en las aguas no muy azules del Danubio. De ellas asoman grupos de jóvenes que sestean tras las largas noches de juerga, juegan a las cartas, fuman o deambulan formando masas multicolores en las que predominan las pieles rojas, los bañadores y todo tipo de disfraces solitarios y comunales. Hay fiestas en todas partes, a todas horas y todos los días. Un día pompas de jabón, otro banderas, globosmedios para crear esa sensación de felicidad individual y colectiva por la que los jóvenes quieren pagar.

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