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Decenas de amigos se reunieron en la iglesia de La Corredoria para acompañar a la familia de Alejandro Espina en su último adiós.

Último aplauso a la sonrisa eterna del rock

Tan apreciado como profesional como por su nobleza, deja un inmenso vacío en la escena musical de la región, que ayer arropó a su familia

IDOYA REY

Martes, 15 de marzo 2016, 00:36

Ya lo dijo Ilegales en su canción: «Hoy no hay sonrisas». Se las llevó todas el que tenía una inmensa, perenne, siempre a tono tras la mesa de sonido o tras ese bajo que tocaba con magisterio. Ayer no había sonrisas. Solo chupas de cuero que se abrazaban, que no encontraban consuelo tras la marcha temprana e inesperada de Alejandro Espina, el músico que atesoraba amigos allá donde iba.

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El pasado sábado la región amanecía con incredulidad ante la noticia de su repentina muerte por un fallo cardiaco que sufrió en su casa, en La Corredoria. Allí fue donde ayer su esposa, Irene Riesgo, el resto de su familia y un montón de amigos le despidieron con ese último e intenso aplauso que dolía más en las entrañas que en las manos que golpeaban con toda la fuerza posible.

La lista de músicos que quisieron acercarse a arropar a la familia en ese último adiós era interminable. Allí estaban sus compañeros de Ilegales, con Jorge Martínez despidiendo a su camarada en un gesto cómplice, íntimo, un momento de soledad entre la multitud; y Álvaro Bárcena y Wilón, los miembros del otro proyecto de Espina, The Electric Buffalo, una banda con un nuevo disco recién salido del estudio, que se ha paralizado de sopetón. Vaudí, Pablo Jonte, Elena Gil, Michael Lee Wolfe, Pablo Moro, Jorge Otero, David Feito, Silvia Fernández, Ivo Pérez, Ronny Río, Borja García, Roberto Nicieza, Javi Méndez, Nacho García, David Morei, Willy Vijande, Rubén Marigorta, Chus Neira, Javier Blanco, Manolo Abad, Belén Suárez Prieto, Ana Rey, Enrique Patricio y un sin fin de amigos vinculados a la música asturiana se reunieron ayer para despedir a Espina, que con tan solo 45 años se fue.

«No hay palabras de consuelo, ante una muerte tan sorprendente e injusta», reconocía el párroco en su homilía ante una repleta iglesia. Los amigos no le dejaron solo en ese último adiós y luego se fueron al chigre, «como a él le gustaría».

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