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La Philarmonia Orchestra de Londres, anoche, en el Auditorio Príncipe. PABLO NOSTI

Rotundidad orquestal y magia del violonchelo

Masaaki Suzuki dirige en el Auditorio Príncipe a la Orquesta Filarmónica de Londres en un aplaudido concierto protagonizado por el solista Jean- Guihen Queyras

Jueves, 25 de abril 2024, 02:00

Sabíamos que Masaaki Suzuki es uno de los apóstoles de Bach. Aunque su nombre no está, por ahora, en las columnas del Auditorio Príncipe Felipe, ... Suzuki y su Bach Collegium Japan nos regalaron las mejores cantatas de Bach que se escucharon en el Auditorio. No deja de ser paradójico que el Bach más auténtico, tanto en la piedad como en la musicalidad, no se encuentre en la Alemania descreída que antes fue luterana, sino en el mundo nipón. Suzuki volvió al Auditorio tal vez como segundo plato (sustituye a John Eliot Gardiner al frente de la Philarmonia Orchestra), y con un repertorio menos frecuentado por él, pero con el mismo rigor, autenticidad y delicadeza que caracteriza a este gran director japonés.

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La Philarmonia Orchestra, fundada en Londres en 1945 con el propósito de crear una orquesta en Inglaterra equiparable a las mejores orquestas europeas, posee una flexibilidad de cuño británico, unida a una rotundidad germánica. La principal característica es la rotundidad del sonido, con unas dinámicas compactas y fuertes. La colocación con la cuerda grave a la izquierda del director le da también un carácter sonoro en donde prevalece cierta gravedad. De las familias, la cuerda y el viento metal son los más destacados.

‘Egmont’ es un drama de Goethe sobre este conde flamenco enfrentado a Felipe II por la liberación de los Países Bajos. Beethoven crea una música incidental con varios números que acompañan la tragedia de Goethe. La obertura es una síntesis del drama. La evocación hispana de la folia en la parte lenta; la tensión dramática en el allegro, con la lucha de liberación y, en un segundo tema, el amor de Egmont por Clara, y, finalmente, la victoria final, cuando el héroe ya está en el cadalso. Todo ello lo pintó Suzuki en una versión plástica, movida y a un tiempo algo más rápido que el habitual.

Además de conducir a los músicos, el director nipón tocó el triángulo en la ‘Danza eslava en Mi menor’

El ‘Concierto para violonchelo y orquesta en La menor’, de Schumann, además de extremar las posibilidades técnicas del instrumento en la endiablada cadenza del ‘Vivace’ posee un lirismo ‘cantábile’ y poético. El violonchelista franco canadiense, Jean- Guihen Queyras nos dio una muestra de ello tanto por su seguridad técnica, como por su comunicabilidad emocional. Afinación perfecta, sonido muy pleno, potente, que trata de igual a la orquesta, virtuosismo esmerado y, sobre todo, esa capacidad de canto por la que extrae melodías mágicas a esta obra de Schumann. Los motivos cíclicos siempre se resaltaron con una intencionalidad característica por el solista. Tras los aplausos, ofreció como bis una canción folclórica ucraniana que desembocaba en una página de una suite de Bach. Original propina llena de emoción y fuerza.

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En la segunda parte, la Filarmónica de Londres interpretó una feliz versión de la ‘Sinfonía N.º 6 en Re mayor’, de Dvorak. Una sinfonía que aúna la admiración por Brahms, con las raíces populares del compositor checo, evidentes en el tercer movimiento, inspirado en la enérgica danza Furiant, característica de Moldavia. Lo mejor de esta versión fue el tercer movimiento, el Furiant, con sus notas a contratiempo y su raíz folclórica muy bien indicada. Como propina, Suzuki además de dirigir tocó el triángulo en la ‘Danza eslava en Mi menor’ de Dvorak. Lo mejor de Dvorak, la propina.

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