Placeres de verano
Juan Miguel Quiñones. Bea Villamarín acoge la exposición 'San Lorenzo', en la que el gaditano echa mano del humor y convierte en mármol los helados
Cualquiera se vuelve un poco niño ante el escaparate de la galería Bea Villamarín estos días. La exposición 'San Lorenzo', de Juan Miguel Quiñones, resta ... años a los adultos y los convierte otra vez en esos críos jadeantes que estrellaban sus manos contra el cristal de las heladerías. Otra vez, los señores y las señoras que pasean por la calle San Antonio son aquellos guajes que se aferraban a las monedas para cambiarlas por un almendrado o por un sándwich de nata, en una tarde de esas de felicidad y salitre entre los dedos.
En la sala hay todo tipo de recuerdos dulces, pero esta vez, la vainilla, las almendras y la galleta se convierten en mármol. Y esta piedra es tan realista que apetece desafiar su fuerza y morderla para viajar a los placeres de este verano que está a punto de empezar.
Aunque la exhibición de Quiñones va más allá de los helados, porque este creador siente debilidad por la representación de objetos cotidianos, que se erigen como símbolos de nuestra época. Al fin y al cabo, un Mikolápiz y un Maxibon son mucho más que meriendas de verano, son representaciones de un momento social determinado, de aquellas tardes en las que su madre les decía a él y a sus hermanos que no jugaran con la comida.
De poco sirvió, han pasado los años y sigue experimentando con ella y en ese contexto también juega con tablas de 'bodyboard' y con quillas de surf, echando mano del sarcasmo. Las hace realidad con resina, piedra caliza, alabastro, lapislázuli, arenisca, granito, pan de oro y hasta bronce. Hay materiales muy diversos en estas piezas hechas sobre piedra dura, una técnica renacentista que muy pocos son capaces de ejecutar.
Pese a su dificultad, pueden parecer banales estas esculturas por representar helados, pero nada más lejos de la realidad: son de una precisión asombrosa y de una belleza apabullante. Esta opinión está tan extendida que la última vez que Bea Villamarín acogió sus obras, las vendió todas en cuestión de seis días. Todo el mundo quería tener un helado, un Quiñones, en su casa porque es de esas piezas que despiertan una sonrisa automática.
En la sala gijonesa estarán a la vista hasta el 3 de agosto, dejando a los visitantes disfrutar de sus bombones de Oreo y también de sus helados de hielo, esos que para las madres nunca serán merienda porque están hechos de agua. Y, al salir de comer con la mirada esta exposición de Quiñones, habrá que continuar el camino calle San Antonio arriba para pararse en Islandia y saciar el deseo veraniego de comerse un helado en 'San Lorenzo', como si el tiempo se hubiera frenado.
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