«No hay como descargar en un personaje los impulsos propios»

-Su novela trata de la soledad y el olvido. Dígame, ¿cuál es peor?

-Me sorprende esa mirada, y está muy bien, cada lector entra en una obra y la vive de manera diferente. No veo a Ema, la protagonista, sufriendo de soledad ni de olvido. Es cierto que hay olvidos, los de su memoria, con los que juega, reemplaza vacíos y se divierte. Son un buen recurso para crear fantasías. Si, fuera de mi novela, me pregunta qué es peor, si la soledad o el olvido, respondería que las dos cosas son necesarias.

-También trata del amor.

-Creo que 'Ema' es una historia de amor. Una fantasía de amor eterno.

-La protagonista y quien da título al libro es una mujer mayor que decide cambiar las reglas del juego. Vivir una vida distinta a la que se le supone.

-Ema siempre quiso vivir una vida distinta. Como la otra Emma, la de la doble 'm'. La diferencia es que la de Flaubert se ve arrastrada a un abismo del que no puede salir. Era el siglo XIX y la mujer no tenía salida. Ema es una 'babyboomer' que se larga a transgredir en los setenta, en plena explosión del amor libre. Ninguna de las dos se luce como se espera de una madre. Ema, la mía, recupera la relación con sus hijos que le perdonan todo. La hija de Emma, la de Flaubert, en cambio, es una sombra irrecuperable. No sabemos qué fue de ella. Y ya de mayor, Ema juega a vivir cada día como si fuera el último.

-¿De dónde nace la historia de 'Ema'?

-Difícil respuesta. Empecé a escribirla divirtiéndome con sus intolerancias. No hay como descargar en un personaje los impulsos propios que no son políticamente correctos. Cada vez me fui metiendo más en su cabeza y surgió su historia. Me divertí mucho escribiéndola, pero también la padecí.

-Y en estos tiempos que nos gusta tanto etiquetarlo todo, ¿cómo definiría su libro?

-Cada vez me cuesta más definir nada. Mucho menos una novela que yo he escrito. Prefiero que opine el lector.

-Su novela tiene una estructura muy llamativa. No hay un narrador. Son diálogos salvo pequeños textos, pensamientos, de la propia protagonista. ¿Por qué?

-Me llevo bien con los diálogos. Empecé a escribirla sin saber si iba a continuar con esa estructura. Después fui probando si era capaz de lograr que el lector se ubicara en un espacio, en un tiempo, y describir sin que hubiera un narrador que se ocupara de eso. Lo tomé como un desafío. Como los 'Oulipo' franceses que se proponen escribir con una técnica limitada. El ejercicio me fue llevando y pude sostenerlo hasta el final. En una primera versión, el pasado de Ema estuvo en manos de un narrador omnisciente, pero al retrabajarla, lo eliminé.

-¿Y es maniática? ¿Corrige, por ejemplo, mucho sus obras?

-Muchísimo. Primero me dejo llevar por el relato como sale en bruto. Después, voy cambiando todo sin perder el contenido de la historia. Ema llevó siete años de trabajo hasta que, aún a mi pesar, tuve que darla por finalizada. También me gusta dejar reposar una novela y retomarla al tiempo. Al tomar distancia puedo continuar con rumbos inesperados.

-¿Qué está leyendo ahora?

-'Hamnet', de Maggie O'Farrell. Y espero con muchas ganas el nuevo libro de María J. Mena, 'Poemas sordos'.

-¿Y qué es para usted escribir?

-Es evitar ahogarme en todo lo que mi cerebro produce y rebalsa por salir.