¿Por qué el chigre se llama chigre?
Si durante un tiempo llamar 'chigrón' a un establecimiento hostelero revelaba cierta pátina de desprecio, ahora son instituciones regionales llenas de identidad
El chigre es tan asturiano como la fabada, la Cruz de la Victoria, el hórreo o la sidra escanciada. No hay pueblo a este lado de la Cordillera Cantábrica, por diminuto que sea, en el que no encuentres uno. Que la región ye chigrera no es un secreto pero no todos conocen el origen del término tantas veces acuñado y muchas más frecuentado.
A los chigres les pasa como al tiramisú, la hamburguesa o el pan con tomate. No existe un consenso sobre su nacimiento. El folclorista, bibliógrafo, crítico de arte y novelista Luciano Castañón creía que el nombre era un americanismo que comenzó a usarse a finales del siglo XIX y que designaba los lugares en los que se vendía sidra.
Jesús Evaristo Casariego, historiador y ensayista natural de Tineo, cree que la génesis está en los muelles gijoneses, donde se manejaban poleas para los amarres llamadas, precisamente, chigres. A uno de los marinos se le habría ocurrido utilizar uno de ellos para descorchar una botella de sidra y la parte dio nombre al todo. Pura metonimia.
Ambas versiones las recoge Eduardo Méndez Riestra en el Diccionario de Cocina y Gastronomía de Asturias. Es chigre es el local y también el artefacto o palanca, antes de bronce y ahora de hierro fundido o acero, que existe tradicionalmente en las sidrerías para descorchar los cascos.
El chigre es asturiano pero, desde 1947, el término forma parte del Diccionario de la Real Academia Española que lo define como una «tienda donde se vende sidra u otras bebidas al por menor». Cuenta el autor de la antología gastronómica regional que hasta Franco sabía de su existencia y recomendó a su secretario reclutar a los chigreros de las cuencas para saber qué se cocía en territorio minero.
Si durante un tiempo llamar «chigrón» a un establecimiento hostelero revelaba cierta pátina de desprecio, el chigre es a día de hoy una institución regional. Contaban hacen solo unos meses, en una entrevista con EL COMERCIO, Samuel y Yolanda Trabanco con motivo del Premio Nacional de Hostelería a la empresa hostelera comprometida con la responsabilidad social que en un momento dado vieron la posibilidad de dignificar el chigre y lo hicieron.
«Ahora entendemos que, aunque la sidra sea popular, es también un producto de calidad y que la calidad puede estar presente en un chigre, aunque se escancie y salpique. Teníamos frente a nosotros la posibilidad de presumir de ser algo popular, tradicional, adaptándonos a los tiempos y cuidando cada detalle, y lo hicimos. Dimos valor a cosas a las que otros no se lo habían dado. Resulta que ser de pueblo no solo no es malo, es buenísimo», explicaban.
El descrédito se ha dado paso al orgullo y describir un local como «un chigre de toda la vida» tiene más de loa que de desdoro.