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La Máquina

Aparte de las cocinadas por abuelas y padres, en el camino iniciático del plato angular asturiano hay dos o tres santuarios ineludibles. Uno es éste

Luis Antonio Alías

Lunes, 26 de enero 2015, 12:04

Quien ha oído cómo algún extranjero confunde Gijón con Jijona (¡vives donde elaboran el famoso turrón!) siente las mismas punzadas de perplejidad y enojo que cuando oye a más de un madrileño decir: La Máquina, esos famosos restaurantes asturianos de Madrid. Y no. Máquina indubitable desde hace noventa y ocho años sólo hay una, la de Lugones, con su fabada y su arroz con leche por blasón rampante, mientras que en Madrid hay varios vagones modernos completamente desenganchados de la genuina locomotora lugonense.

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«Aventuras que emprendí confiado con trece socios y no doce mas uno de las que salí muy decepcionado» apunta Monchi, el actual patriarca.

Infelizmente, bastantes jóvenes y numerosos desinformados de la Villa y Corte creen que la fabada de allí cuenta con la fundación, la tradición, la selección, la elaboración y el general reconocimiento de la de aquí. Pero por perfecta que parezca, la Neocueva no es Altamira.

La fabada de La Máquina entra en boca fuerte y aldeana para pasar candentemente a suave y cariciosa, añadiendo el compangu de matanza propia notas picantes y ahumadas, de leña y tahona; por su parte el denso arroz con leche funde roto el cristal de azúcar y canela meloso, goloso y glorioso, dejándonos ecos balsámicos de grama y laurel.

¿Supera la fabada de la Máquina a la de Casa Gerardo o no hay dos sin tres a la recientemente encumbrada del Llar de Viri?

La pregunta no pasa de capciosa. Cada una posee su trono, e igual que los Magos de Oriente, su raza y procedencia: en términos melómanos, la de Gerardo suena a Mozart, la de Viri a Mendelssohn y la de La Máquina a Beethoven.

¿Y aparte de fabada? Poco. La Máquina ejerce la monotemática y el monoteísmo, el raíl único y la dirección firme, no obstante la tortilla de espárragos, la tortilla de bonito, la tortilla de jamón, los huevos fritos con chorizo, el bistec o el entrecot den algunas alternativas, junto a quesos y embutidos de fuera y de dentro, siempre de alabanza y de matanza.

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Una maquinina de vapor identifica la casa en la carretera; dentro, pasado el recibidor y ocupada una de las mesas del comedor sereno y breve (mejor reservar) el tema de las máquinas ferroviarias se multiplica en cuadros, sellos y postales.

Y ningún conductor de ferrocarriles ejerció aquí otro papel que el de cliente. Ocurre que el fundador en 1916, Pepe, trabajaba de tornero (el torno, he aquí la máquina) en una cercana fábrica de explosivos, y la sinonimia jugó el equívoco.

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En 1947, Ramón y María toman en traspaso el bar-tienda al hijo de los fundadores, Benjamín el de la Máquina, que les traspasa al mismo tiempo el apodo. Pasan los años y María lógicamentela de la Máquina toma fama por sus rotundos y delicioso potes. En 1963 gana un concurso regional de platos típicos y queda segunda en la final nacional del Circo Price, con sonoro escándalo por el triunfo pringado de favoritismo y tongo del cocido madrileño. Entonces el grande de pasión y tonante de voz y pluma Ricardo Vázquez Prada, compendio en la generosidad de todas las actuales incorrecciones políticas, denunció con tal energía el tongo que la fabada de La Máquina inició su ascenso a la fama. Y salvo un mínimo paréntesis por un incendio que sufrió a finales de 1910, con los cordiales Monchi e hijos ejerciendo de perfectos anfitriones, cocineros, embutidores y conserveros (llévese la fabada empaquetada y póngalas usted mismo a fuego lento) ahí sigue, vía adelante, consumiendo carbón, echando vapor de agua y camino del primero de sus próximos centenarios.

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