Restaurante La Calea

San Juan de la Arena nos recibe extrañamente silenciosa y despoblada, como si no fuera, aparte de pueblo y puerto pesquero, un centenario y apreciado rincón de veraneo y segunda residencia. Pero recién iniciado el paseo llegan las terrazas concentrando alegrías y jolgorios que, a mascarilla en tránsito y sin romper distancias, alivian las libertades perdidas y nos devuelven la añorada vida normal durante un rato.

Roberto y Marcia destacan con la suya; y a terraza completa, los interiores, de chigre pulido y comedor independiente, nos acogen amplia y anchamente, que el edificio, de planta única y mampostería de piedra, pone esquina en el viejo corazón urbano, a un paso de la parroquial indiana, los palacetes burgueses y las pintadas casas pescadoras. Estamos en el restaurante La Calea, en San Juan de la Arena, en Soto del Barco.

Conocimos a Roberto hará dos décadas en su otro pueblo, Cangas de Onís, que es ciudad y regia. Impartía clases de cocina en la escuela de Llanes, dirigía restaurantes en la ribera del Güeña y trabajaba con entusiasmo los quesos comarcales. Un día le ofrecieron dirigir La Rectoral de Taramundi, y pegó el salto de Oriente a Occidente. Cumplida la etapa en la cuna del turismo rural vino para Avilés donde conoció a Marcia, brasileña de Goiania y cocinera de Asturias.

Cuando Roberto sufrió y superó un repentino golpe en la salud, decidieron cambiar de lugar y de vida, y regresaron a San Juan de la Arena que ya ejercía de residencia: aquí nació Alfonso, su padre, primero pescador, luego marino, y por último cartero en Cangas de Onís, donde casó con Michu, la maestra. Y Roberto se crió mitad por los Picos de Europa, mitad por el río, la ría y la costa de San Esteban.

Culinariamente unen técnica y sensibilidad, rula y huerta propia, dedicación y pasión por el oficio: «Nunca quise otro trabajo y mis padres me dieron apoyo pleno», afirma Roberto. «Yo trato de poner gotas de gracia tropical en las extraordinarias materias primas asturianas», añade Marcia.

El paté de perdiz con frutos rojos, la ensalada de pitu en escabeche de sidra, las recuperadas fabes con pitu, los arroces marineros, el cogote de merluza, el calamar de potera en arroz o a la plancha, el entrecot de tataki, el chuletón de vaca vieja, y la cuidada selección de mariscos y pescados de anzuelos y redes amigas ejemplifican la perfecta y completa madurez selectiva y creativa que disfrutan, y nos hacen disfrutar, en sucesión de armonías aromáticas, visuales y sabrosas.