La catedral de San Lázaro
Los actuales vecinos defienden con fervor La Malatería, asentada sobre la antes repudiada leprosería medieval que da nombre al barrio y al río Gafo
SUSANA NEIRA
Domingo, 18 de mayo 2008, 12:31
Si un leproso huía a la ciudad y le pillaban, regresaba de vuelta con una patada; a la segunda, le daban 50 palos; y a la tercera, lo mataban. La dura norma, recordada por Josefa Sanz, profesora de Historia de la Universidad de Oviedo, la recogen las ordenanzas municipales de 1274 y se aplicó durante siglos a todos los residentes de La Malatería de Cervielles.
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El desaparecido centro situado a las afueras de Oviedo -entonces el límite lo marcaba una muralla sobre la que ahora se asienta el Ayuntamiento- pasó a dedicarse a San Lázaro, santo protector de los leprosos, en el siglo XV. Sin pretenderlo, sus repudiados huéspedes también bautizaron al río cercano: se decía que los llamados gafos (gente contaminada) se aseaban en estas aguas.
Con los siglos, la ciudad absorbió el barrio y la actitud hacia sus inquilinos cambió. Del centro de Cervielles sólo queda el nombre y su historia en los documentos de la época y en los libros del doctor José Ramón Tolivar Faes (como 'Hospitales de leprosos de Asturias durante las Edades Medias y Moderna', 1966). Construido un nuevo edificio en 1929 sobre sus cenizas, llamada Casa de Caridad de San Lázaro, y cambiado su uso (en un principio acogió a todo tipo de desamparados y ahora a mayores) ya no genera repulsa, sino todo lo contrario.
Los vecinos de San Lázaro aprecian tanto la residencia que, gracias a la proposición de Asamblea de Ciudadanos por la Izquierda (ASCIZ), aplauden desde el pasado miércoles que el Ayuntamiento procure la protección del edificio y lo salve de la piqueta. Será en el Pleno Municipal de junio, cuando proponga incluirlo en el Catálogo de Edificios y Elementos de Interés del Concejo de Oviedo.
«Siempre lo repito: para nosotros es como para Oviedo La Catedral». Habla así María Teresa Martín, presidenta de la asociación de vecinos de San Lázaro, donde vive desde hace 35 años.
Su padre se alojó durante tres años en la residencia de Establecimientos Residenciales para Ancianos de Asturias (ERA). El Principado sustituyó en la gestión a las religiosas de San Vicente de Paul. María Teresa recuerda con nostalgia a «las monjas, que eran muy buenas y daban mucho cariño a los mayores».
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En aquella época ya vivía allí Isabel Dago. Su madre no podía cuidarla y la envió a San Lázaro con 12 años. Al cumplir los 30, con una situación más estable, regreso a la casa familiar, pero nunca rompió el lazo. Al morir su progenitora, retornó a La Malatería. «Y allí sigue a sus setenta y pico años. Antes se recogía a gente de cualquier edad», justifica Javier Llaneza, recepcionista del centro. Ahora quienes ocupan las 84 plazas son, en su mayoría, personas asistidas.
Pero no todos se recluyen en La Malatería. «A algunos los veo comprando en el supermercado o de paseo, y a otros los vamos a visitar con frecuencia los vecinos del barrio», dice María Teresa.
La residencia también ha dado buenos disgustos a San Lázaro. «Había una capilla preciosa al lado, donde se bautizó y casó mucha gente del barrio pero la tiraron en la etapa de Antonio Masip y ahora está allí el centro terapéutico».
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El respaldo vecinal frenó el segundo palo. La Consejería de Bienestar Social en la anterior legislatura, gobernada por IU, quería trasladar de forma permanente a los ancianos a la futura residencia de Ciudad Naranco y ubicar allí oficinas. Tras varias protestas, la Administración reformará el edificio para mantener el uso y lo abrirá a más generaciones. «Que la mejoren está bien. Pero que La Malatería siga siempre aquí porque la llevamos muy dentro», resume María Teresa.
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