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DAMIÁN ARIENZA

Robert Taboada

Coreógrafo. Bailarín de claqué, y técnico superior en Realización de Proyectos Audiovisuales y Espectáculos, sus coreografías grupales y flashmobs animan las calles de Gijón

Hubo un tiempo en que para Robert Taboada, Gijón era ese lugar asociado al verano, la playa y la vuelta a las raíces familiares. Había nacido en Bélgica, en 1969, de padres que como tantos encontraron fuera de España el modo de mejorar su vida y como tantos también decidieron que cumplidos los nueve años de Robert, el hijo mayor, era el momento de retornar para evitar el desgarro que sería un tiempo después cuando emocionalmente la vuelta supusiera una ruptura de amigos, vida y circunstancias para los hijos.

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Así que Robert Taboada se vio en Gijón, la ciudad de la playa y del verano iniciando una vida nueva y adaptándose al sistema escolar español que incluía un dominio del idioma que se había restringido al que se hablaba en casa.

La pasión que habría de ser el eje de toda su existencia resultó palpitar en la pantalla de un televisor en un día cualquiera en que los movimientos atléticos de Gene Kelly, o la elegancia de los de Fred Astaire bailaron bajo una lluvia o recorrieron calles de París, o sedujeron a una Ginger Rogers acrobática y leve como una pluma. Y aunque es muy difícil explicar por qué se despierta ese deseo, los días de Robert empezaron a estar acompañados de un sonido rítmico mientras palabras nuevas e inesperadas (tap, shuffle, stamp, flap stomp) empezaban a adueñarse de su voluntad a la vez que tumbado en su cama y con los pies apoyados en la pared trataba de reproducir aquellos movimientos maravillosos de los pies que había visto moverse ante él como si formaran parte de la coreografía de un sueño.

Ahora que han pasado ya algunas décadas de aquello, en Robert Taboada pervive el pacto con la ilusión que se fraguó en aquel cuarto infantil, cuando lo de ser bailarín era uno de esos sueños que parecen inalcanzables en una ciudad sin una sola academia que ofreciera enseñanzas de claqué y con una decisión que entre otras cosas solo podía ser considerada un poco rara. Y mientras la vida iba dejando caer las hojas de su almanaque, en la decisión de Robert crecían las ideas que son potentes porque se alimentan de la certeza de quien sabe qué es lo que quiere hacer porque ya sabe quién es. Lo dicen sus ojos en los que es fácil leer el itinerario que le ha traído hasta aquí, hasta las coreografías que en distintos rincones de Gijón alteran gozosamente la rutina de los días, y pintan con sonidos y baile las tardes más plomizas y los días más esplendorosos, con su propia vocación de vida concentrada en unos brazos que se elevan y dibujan en el aire las geometrías de los vuelos que se comparten, en el ritmo de unos pies que conjuran lo malo para dar rienda suelta al sueño.

Porque desde hace unos cuantos años, Robert Taboada es el artífice de todos los espectáculos espontáneos en cualquier escenario gijonés: la ciudad pone el marco al movimiento y al ritmo, y él pone el carisma incuestionable, el liderazgo y el magisterio para que grupos de personas de edades y condición muy variadas encuentren en el baile su forma de expresarse al compás de las melodías y los ritmos de los años ochenta (Michael Jackson, Tino Casal, Abba, Madonna…). Su formación, como Técnico en Realización de Proyectos Audiovisuales y Espectáculos ha encontrado el canal perfecto para que la sorpresa se confabule con el rigor y con la alegría que es fácil adivinar en cada uno de los participantes.

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Y como la magia existe y las casualidades son las que impulsan el mundo, hoy justamente, se cumplen cuarenta años de un concierto, el Live Aid en Wembley, y la presencia de Madonna acompañada de uno de sus bailarines, Michael Perea, que tomó el relevo de lo que un día había sido Gene Kelly en el imaginario de Robert y definitivamente le decidió a ser lo que ya era desde siempre, desde que en la lejana Bélgica era capaz de reconocer e identificar los vinilos de sus padres mucho antes de saber leer, a escribir con las claquetas sonoras de sus zapatos una caligrafía de ilusión, con la certeza de que eso de bailar es (Sabina dixit) soñar con los pies.

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