Tere Rojo

Era 1962 cuando nació, en la parroquia de Jove, la niña de la voz prodigiosa y del talento a flor de piel. Capaz de aprenderse todas las canciones y de interpretarlas con un toque personal inconfundible, tenía siete u ocho años cuando en La Escuelona, donde iba al colegio, destacaba su voz por encima de todas las demás, y su remango a la hora de enfrentarse al escenario escolar y al exigente público formado por sus compañeros en los festivales de final de curso. Allí iba ella, afinada y feliz, la falda tableada de cuadros escoceses y los calcetines, con toda la energía y el arte que cabían en unos años que no llegaban a la decena pero que sabían imprimir emoción y alma a cada una de las canciones que sin acompañamiento alguno cantaba ante todos.

No cuesta ningún trabajo ver en su rostro de ahora mismo la ilusión que tuvo que haber sentido cuando la llevaron a cantar a Radio Gijón, porque aquella niña valía mucho. Esa rebeldía del pelo empeñado en alborotarse ahora, tal vez es memoria de la firme voluntad de entonces, y esa mirada en la que se abisman océanos de luz seguramente brillaba con la misma intensidad que sigue teniendo aunque hayan pasado ya tantos años. En su gesto de entonces se dibujó ya en aquel momento una decisión inapelable, que ya no iba a abandonarla nunca. Cualquier cosa a la que dedicara su vida iba a estar mediatizada por la música, por las canciones y por aquel temblor de la emoción que quería instalarse en su garganta pero se veía derrotado por el incendio de la voz.

Y ahí comenzaría su trayectoria con la Agrupación Artística Gijonesa, y el aprendizaje que supuso, y la Sociedad Artística Popular. Ahí vino la entrega sistemática al trabajo de la voz con grandes profesores de canto, su participación en masas corales, la experiencia imborrable de su paso por el programa de Televisión Española Gente Joven a mediados de los ochenta, dueña a sus apenas veinte años de un aplomo y de una seguridad vocal que la acompañan desde siempre. En su biografía, los nombres de las orquestas en las que fue dejando su voz y sus canciones desde que tenía diecisiete años y que forman parte de la memoria más sentimental de generaciones de gijoneses: Veracruz, Damasco, Trípoli, Alquimia, Metrópoli. Hasta fundar en 1991 La Orquestina. Faltan dedos en las manos para contar todos los premios, reconocimientos y homenajes recibidos, y falta espacio en el corazón para la gratitud que siente por la respuesta del público, por los que escuchan atentamente cuando canta, por los que bailan al ritmo de su versión más festiva, por los que se emocionan con ese latido que palpita en su garganta cuando se enfrenta al micrófono.

Ha publicado tres discos: 'Mis sueños', 'Canciones confinadas' y, el más reciente, 'Rojo y Blanco a la carta', con Charly Blanco. Se confiesa gijonuda irredenta, y algo en la forma en que mira viene a decirnos que no hay profesión como la suya, que no hay nada mejor que transmitir, que hacer viajar al corazón de la gente esa emoción que late en cada una de las palabras que se hacen melodía, en cada una de las ideas que escriben en el aire el pentagrama de la belleza.