Vigdís Finnbogadöttir, la primera presidenta
Una serie de televisión aborda la vida de la pionera en llegar a la jefatura de un Estado por la vía democrática
Björk, la tecnología aplicada a la energía geotérmica y la expresidenta Vigdís Finnbogadöttir son las grandes aportaciones de Islandia al mundo. Sí, también descubrieron América ... cinco siglos antes que Cristóbal Colón, pero fue una estancia temporal y tan discreta como corresponde a este pueblo pequeño y remoto. Quizás la cantante sea la figura más famosa, pero eso cambiará rápidamente porque el mundo acaba de enterarse de la singular vida de la primera presidenta elegida democráticamente en el planeta. Una serie local, distribuida por Filmin, la ha dado a conocer.
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La trayectoria de la veterana dirigente, de 95 años, puede ejemplificar el espíritu supuestamente progresista que atribuimos al carácter nórdico, pero muy 'avant la lettre'. Ella nació en un tiempo en el que su país era aún un reino vinculado al monarca de Dinamarca y tenía 14 años, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando su Parlamento declaró la plena soberanía. En cualquier caso, esos avatares quedaban en un segundo plano en el seno de un hogar acomodado formado por un ingeniero civil y la directora de la asociación nacional de enfermeras. La placidez de aquella familia sólo se rompió por la muerte accidental de su hermano Porvaldur.
El retrato televisivo de la joven Vigdís muestra a alguien que se resiste al carácter patriarcal y pequeñoburgués de una sociedad como la islandesa en los años cuarenta. El antiguo dominio danés se abrió forzosamente al mundo, sumido en la contienda, por la ocupación de la isla por las tropas británicas en la Operación Fork. La modernidad y, sobre todo, el imaginario pop anglosajón influyó decisivamente en las nuevas generaciones.
Pero los afanes de nuestra protagonista iban mucho más allá, espiritual y geográficamente. Su pasión era el teatro y la cultura francesa en los albores del existencialismo galo, aspiraciones inhabituales en el seno de una comunidad formada, entonces, por granjeros, pequeños comerciantes y pescadores. La muchacha fue una de las primeras que voló lejos de su patria para formarse, nada menos que los 2.700 kilómetros existentes entre su Reykjavik natal y Grenoble, donde cursó la carrera de Filología.
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Posteriormente, amplió sus estudios en la Sorbona parisina y las universidades de Copenhague y Uppsala en Suecia. El individuo marca su vida a través de un entramado de acciones según los postulados de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, y Finnbogadöttir regresó a su país en 1953 decidida a ser coherente con la determinación aprehendida durante su largo periplo académico. Comenzó a impartir clases de francés y drama en la Universidad y a trabajar como guía turística. Un año después se casó con el doctor Ragnar Arinbjorn, del que se divorció antes de celebrar una década.
La profesora se integró en el movimiento pacifista islandés, contrario al vínculo entre el gobierno y Estados Unidos, omnipresente en el territorio gracias a su base aeronaval de Keflavik. En el plano profesional, accedió a la dirección de la Compañía de Teatro de Reykjavik, fundó un grupo experimental y se hizo popular en su país por presentar programas en la televisión pública. Entre otros cargos, se integró en el Consejo Asesor de Asuntos Culturales de los Países Nórdicos en 1976 y, dos años después, presidió esta entidad que engloba a los Estados del norte de Europa. También fue directora de la Oficina de Turismo de Islandia.
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El salto a la política vino impulsado por sus convicciones, afines a la corriente alternativa islandesa en los años setenta y en la que convergía la lucha antimilitarista, las reivindicaciones ecologistas y la causa feminista. Su posición pública también se había reforzado como primera soltera de su país en adoptar un niño. Pero, hasta entonces, la presencia de las mujeres en la política islandesa era residual y no gozaba de buenas perspectivas cuando se presentó a las elecciones presidenciales de 1980. Las ganó gracias a la dispersión del voto con un 33.6% de los sufragios, y así alcanzó el estatus de ser la primera presidenta en el planeta que llegaba al poder a través de comicios democráticos.
Dieciséis años al frente
La voz singular de Vigdís comenzó a oírse. Aunque Islandia es una república parlamentaria y el jefe de Estado carece de poder, supo utilizar el mandato para proyectar una imagen de renovación impulsando políticas medioambientalistas y de apoyo al colectivo homosexual. En el plano internacional destacó su condición de anfitriona de la cumbre en la que se encontraron Ronald Reagan y Mijail Gorbachov y en la que se refrendó el fin de la Guerra Fría.
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La aceptación de su modo de hacer fue clamorosa. Su candidatura venció en las tres siguientes convocatorias alcanzando el 92.7% en la de 1988. El episodio más controvertido tuvo lugar en 1994, cuando se produjo la adhesión de Islandia al Espacio Económico Europeo, un marco de actuación conjunta entre la UE y tres países periféricos como Islandia, Liechtenstein y Noruega. El acuerdo, una primera fase de integración, era rechazado por ese significativo porcentaje de la población que, desde la izquierda, abogaba por la neutralidad y la independencia económica y política. La presidenta, profundamente europeísta, renunció a aplicar su derecho a veto.
Tras 16 años al frente del país, decidió no presentarse a la reelección, pero no abandonó el espacio público. Fue fundadora del Consejo de Mujeres Líderes Mundiales y de la Comisión Mundial de Ética del Conocimiento Científico y la Tecnología, y nombrada Embajadora de Buena Voluntad de Unesco para las lenguas como representante de un idioma minoritario. También ha alentado la celebración de un nuevo encuentro de los dirigentes de Estados Unidos y Rusia en su pequeña república.
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Curiosamente, una de los últimos actos que Finnbogadöttir protagonizó como presidenta fue la entrega del premio Heimshorn a Björk, la otra figura islandesa. De alguna manera, ese encuentro también ejemplifica la idiosincrasia de un pueblo singular, donde la equidad de género ya no es un horizonte, sino la experiencia cotidiana.
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