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El presidente Erdogan y su mujer Emine, durante un mitin de la campaña electoral, el pasado 29 de marzo.
Erdogan, la irresistible atracción del modelo chavista

Erdogan, la irresistible atracción del modelo chavista

El primer ministro turco ha dejado de ser el pragmático impulsor de un islamismo moderado para convertirse en un dirigente autoritario y arrogante

Miguel Salvatierra

Viernes, 18 de abril 2014, 07:14

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El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, hace tiempo que ha dejado de ser el dirigente que impulsó un islamismo moderado capaz de atraer a votantes laicos y distantes de su ideología. Su proyecto tenía una poderosa carga de seducción: relegar a los militares a los cuarteles, relanzar la economía y convertir al país en una potencia emergente más cercana a Europa. Su acceso al poder hizo ver que un Gobierno islamista podía ser compatible con una democracia pluralista en el seno de un país de aplastante mayoría musulmana. El modelo turco empezó a verse con admiración y deseos de emulación en un mundo árabe en proceso de mutación.

Gran parte de ese proyecto se ha cumplido y el electorado lo refrendó con creces en las sucesivas citas con las urnas, premiando al primer ministro turco con abultadas mayorías parlamentarias. Sin embargo, once años después de su llegada al poder, el liderazgo de Erdogan ofrece un perfil muy distinto. Los escándalos de corrupción forzaron a finales del año pasado un amplio reajuste que afectó a cerca de la mitad del Gobierno, tras verse implicados varios familiares de ministros y salpicar incluso a un hijo del dirigente turco.

Frente a los escándalos, Erdogan ha sacado a relucir un comportamiento autoritario y arrogante que ha provocado una fuerte contestación. Para frenar las investigaciones, el primer ministro y su Gobierno han acometido una expeditiva purga de policías, jueces y fiscales, han sometido a su criterio al aparato judicial, han acosado sin recato a los medios de comunicación, han encarcelado periodistas y han prohibido Twitter y YouTube. Estas actuaciones provocaron a finales de febrero violentos disturbios en varias ciudades turcas, como Estambul, Ankara y Esmirna, con miles de personas pidiendo la dimisión del Gobierno. Las protestas fueron una continuación de los duros enfrentamientos que el pasado mes de junio se produjeron en la plaza Taksim de Estambul entre la policía y los opositores a un plan urbano del Gobierno y que causaron cinco muertos y más de mil heridos.

Con este panorama, el primer ministro turco afrontaba las elecciones municipales del pasado 30 de marzo como un examen a su gestión y honorabilidad. El resultado fue una rotunda victoria gubernamental que abre el camino a la candidatura de Erdogan a la presidencia de la República. Alejado de ese compromiso aglutinador de sus orígenes, el dirigente turco ha decidido fortificarse tras su base electoral más adicta y religiosa, circunscrita sobre todo a las zonas rurales de Anatolia y a las barriadas más populosas de las periferias de las grandes ciudades.

Una deriva autoritaria que tiene muchos puntos de contacto con el modelo chavista y que ya está provocando, como en Venezuela, una profunda fractura social. Al igual que en el país caribeño, el Partido de la Justicia y el Desarrollo de Erdogan (AKP) ha cultivado con mimo las clientelas adictas, intensificado sus programas sociales con reparto de combustible, alimentos y medicinas en los barrios más populares. Una estrategia política encaminada exclusivamente a mantener el poder gracias al voto, pero al margen de procedimientos justos y democráticos.

Queda por saber si ese respaldo electoral se mantendrá en las próximas citas de las presidenciales de agosto y legislativas de 2015. En el horizonte comienzan s surgir nubarrones: la economía da síntomas de agotamiento y la inestabilidad social no deja de crecer. Pese al respaldo de las urnas, Erdogan ha dilapidado su prestigio, ha hecho más frágil el entramado institucional y democrático del país y lo ha alejado de Europa.

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