La generación pobre
La desigualdad amenaza con cebarse en los jóvenes, la brecha intergeneracional se agranda y nos acordamos más de ellos cuando molestan para recriminarles su conducta que cuando requieren atención
Viendo lo que estamos viviendo, en la constatación de la realidad de la que somos protagonistas y testigos, sería necesario preguntarse qué sociedad estamos construyendo, ... cuál es la que queremos que sea, qué estamos haciendo para conseguirla, si la ruta emprendida para ello está o no equivocada y qué se puede hacer para corregir el rumbo si la senda que se está cogiendo no es la más adecuada. La economía va como un tiro, este país crece más y a mayor rapidez que cualquier otro lugar de Europa. Asturias está enganchada al tren del PIB aunque sea de vagón de cola, con una estructura sectorial en absoluta transformación con la nueva reindustrialización pendiente y en plena efervescencia turística. Estamos en la década del cambio, como esgrime el presidente Adrián Barbón, casi siempre que aborda en público la evolución que experimenta la comunidad autónoma. Hemos superado la etapa del carbón, estamos avanzando desde el ratón por la era digital e incrementando el valor de nuestra identidad con la tradición sidrera. Vivimos un proceso de reconversión permanente, donde el sector público se agiganta y cada vez existe de él mayor dependencia. De la estatalización económica hemos pasado a la cultura de la subvención a tutiplén. Sin fondos, vengan por los ayuntamientos, de la Administración regional, del Gobierno central o de Bruselas, no hacemos nada. Ni apenas las empresas pueden crecer sin ellos, ni los ciudadanos beneficiarse del desarrollo. Claro está que hay ayudas que favorecen la multiplicación de la riqueza, otras que permiten fijar el nivel de bienestar, pero una buena parte también se convierten en anestésicas, un gasto permanente en una sociedad mantenida que en lugar de repararla se va incrementando su necesidad. El estado del bienestar del que disfrutamos, al mismo tiempo, resulta muy caro de sostener. La fiscalidad está por las nubes y quienes trabajan están obligados a destinar el sueldo de medio año a pagar tributos. La economía va bien, pero también nos está costando muchísimo que sea así, cuando además tenemos por delante numerosos deberes por hacer, muchos retos que afrontar. La economía mantiene su despliegue y con ella se está batiendo los récords del empleo, con la mayor cifra de cotizantes a la Seguridad Social desde la crisis de 2008, pero sin que llegue a todos por igual. No se está produciendo un crecimiento socialmente equilibrado, más bien al contrario. Se está cayendo en un incremento de la desigualdad, un efecto tan pernicioso como peligroso por la utilización política y social que se pueda hacer de este fenómeno radicalmente indeseable.
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Cuando nos preguntamos qué sociedad estamos construyendo la primera mirada se dirige a los jóvenes. Y los jóvenes no están suficientemente bien tratados. Nos acordamos más de ellos cuando molestan para recriminarles su conducta que cuando requieren atención. Presumimos de tener la generación mejor formada de la historia y, por el contrario, la encauzamos para convertirla en la generación más pobre del último cuarto de siglo. La brecha intergeneracional se agranda. Es uno de los signos más preocupantes de esa creciente desigualdad. No es una lectura tergiversada. Los datos la acompañan, a tenor de los últimos estudios que han salido a la luz esta semana. El informe de Comisiones Obreras a propósito del Día de la Juventud recientemente celebrado pone de manifiesto la crítica situación de los jóvenes asturianos en el mercado laboral. Ya no se trata de recordar que esta región sigue a la cabeza de Europa por su alto porcentaje de desempleo juvenil, sino que constata la precarización de aquellos que tienen un empleo, muchos de ellos por debajo de su cualificación profesional, la inmensa mayoría de carácter temporal y además infrasalarial. Los sueldos de quienes trabajan apenas alcanzan el 23,5% del importe medio que se cobra en esta región. La inmensa mayoría no pasan del salario mínimo. Poco más que mileuristas. De ahí que se produzca otra derivada nefasta, como es la tardanza en la emancipación. La reciente estadística del Consejo de la Juventud refleja que solo quince de cada cien personas menores de treinta años logran independizarse y el 74% de los que tienen empleo no pueden hacer frente al pago de un alquiler. Y esta situación está empeorando a la misma velocidad con la que se está encareciendo el precio a la vivienda. Y el dato más atroz que debería hacer sonar las alarmas para quienes rigen nuestro destino. Más de 14.800 jóvenes asturianos ni estudian ni trabajan y ni siquiera buscan empleo. Eso hace pensar en cómo les está influyendo el entorno. Una bomba de relojería. ¿Qué estamos haciendo para evitar que, en lugar de formar parte de la sociedad sostenida, sean sostén de la sociedad? La reflexión se extiende también ante los chavales que sufren la descarga de discursos de odio por no tener el mismo color de piel ni hablar nuestra lengua o practicar nuestras creencias. ¡Qué manera de alimentar con la xenofobia un futuro suicida!
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