Al Congreso de los Diputados a veces le faltan una carpa y un trapecio. Una carpa con listones de colores como los de los viejos ... circos y un columpio para que sus señorías cumplan adecuadamente con su vocación. Las sesiones parlamentarias toman demasiadas veces el cariz de un espectáculo circense. No falta el forzudo Abascal que levanta mancuernas de goma pintadas de negro como si fuesen de acero ni escasean quienes hacen del columpio una esencia política al estilo de la ministra Montero, por no hablar de tanto espontáneo metido a payaso. Y el espectáculo, como en los viejos circos de leones hambrientos y casacas con remiendos, es triste.
Publicidad
Es triste y conduce a la melancolía. Y al descrédito. Terreno abonado para el forzudo fingidor de Vox. Preguntas que sistemáticamente quedan en el aire, latiguillos inventados para fomentar el aplauso y la chirigota. El payaso con la cara embadurnada de yeso y el tonto que no sabe que es tonto. Y luego, pasar la bandeja. Cuando los descabalados circos de antaño llegaban a las ciudades, estas se despoblaban de gatos callejeros. Algo tenían que comer los famélicos leones. Ahora sus señorías, cuando llegan las elecciones, se echan a la calle en busca del voto. Cazando gatos para seguir tirando de feria en feria, de legislatura en legislatura.
Y por en medio de la penosa función anda entre bastidores un personal oscuro que custodia la taquilla, acarrea el forraje de las fieras y hace los recados de las estrellas de la compañía. Aprendices de magos a los que vemos sacar de la chistera sus tristes vergüenzas. Entregados a la pobre alquimia de los arrabales pretenden transformar embutidos navarros por billetes bancarios y viceversa. Chistorras en euros y euros en chistorras. Lechugas, folios. Folios para anotar el código de la vergüenza. Y de eso, y de prostitutas y bacanales en paradores, saunas, y tú más, y tú más, discuten los señores diputados en un diálogo que, siempre y de forma aceptada por todos, es de sordos.
Esos son los asuntos centrales que marcan la vida de usted: los descorches de un ex ministro, los negocios más o menos turbios de un suegro o los sobres de Luis Bárcenas. Cada día suben el volumen del megáfono como si el aumento de decibelios les diese la razón. Así que no extraña que cuando el desfondado Núñez Feijóo presenta su número estelar llevando al presidente del Gobierno a la comisión del Senado, este, asumiendo su papel de jefe de pista, lo salude con un cómico: ¡Ánimo, Alberto! Un ánimo extensible a toda la ciudadanía, a ese público silencioso que ni aplaude ni abuchea pero que ante el penoso espectáculo necesita consuelo desesperadamente.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión