El Rey con los pies de barro

La monarquía, que es simbolo de unidad y permanencia, no puede permanecer al albur de los delirios ideológicos de un cualquiera. Si lo hace, será cómplice del fracaso de una nación que, como se ha visto en las calles de Paiporta, todavía es capaz de responder con contundencia frente a la desfachatez de quienes la dirigen

Martes, 5 de noviembre 2024, 01:00

Seguimos despertándonos conmocionados, pesarosos, por la gran tragedia acaecida en Valencia. Una preciosa provincia, de gente maravillosa, asolada por unas terribles inundaciones que han dejado ... mucho dolor, devastación material y, sobre todo, desgarro personal. Más de dos centenares de familias rotas son el triste balance, en desgraciado aumento, de uno de los mayores desastres naturales de la historia reciente de nuestro país.

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La gota fría, un concepto meteorológico acuñado por la Escuela Alemana y consolidado en la zona del Levante en esta época del año, ha batido récords y ha dejado imágenes verdaderamente dantescas, testimonios y experiencias muy difíciles de olvidar. Aunque en este contexto de caos también ha habido auténticas muestras de solidaridad, los afectados siguen expresando su sentimiento de abandono. Se sienten impotentes, desvalidos, ante una maquinaria pública inoperante y sobrepasada por los acontecimientos.

Esa sensación de hartazgo ha cristalizado sin tapujos en la visita de los Reyes, el presidente del Gobierno y el presidente de la Comunidad Valenciana a Paiporta, una de las poblaciones más afectadas por la DANA. La visita de la comitiva se ha interrumpido por las intensas manifestaciones de indignación de un grupo amplísimo de ciudadanos que llevan días sin dormir, sin agua ni comida, luchando por recuperar sus casas y, en el peor de los casos, los cadáveres de sus familiares y amigos.

Los reyes aguantaron con profesionalidad; otros optaron por una bochornosa retirada

España, en ocasiones cortesana por demás, ha podido asistir atónita a la primera declaración directa de enfado contra su monarca. No se recuerda, ni cuantitativa ni cualitativamente, un hecho así en cerca de cincuenta años de monarquía constitucional. Don Felipe y Doña Letizia han sido quienes, entre estoicos y conmovidos, han aguantado con profesionalidad el clamor de su pueblo, a pesar de que las críticas y los insultos no iban principalmente dirigidos hacia ellos. Otros, en cambio, optaban por una bochornosa retirada a tiempo, pensando equivocadamente que siempre es una victoria.

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Era imposible imaginar que veríamos al Jefe del Estado teniendo que resguardarse bajo un paraguas, rodeado de su equipo de seguridad, ante las arremetidas de una turba enfurecida, o a su consorte con el rostro maltrecho por los lanzamientos de barro. Es lógico entender que es algo sobre lo que tomarán nota. Pese a que se han ganado el respeto de todos por su respuesta, no se entiende, no obstante, cómo se ha permitido llegar a una situación tan extrema. Es lo que tiene permanecer constantemente a las órdenes del gobierno de turno.

Algún asesor en Zarzuela debería replantearse muy seriamente si es bueno para la institución y, aún más importante, para el país, convertirse en la muleta de un grupúsculo de sátrapas, empeñados en marcarles la agenda y en manejarlos como marionetas. El aparato gubernativo, con este tipo de actos, no busca más que encontrar la cobertura mediática, la legitimidad social y la protección institucional que la nueva Corona puede ofrecer. Es un elemento más de toda la espeluznante estrategia monclovita para refrendar sus desmanes. Esta vez, sin embargo, les ha salido el tiro por la culata.

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La monarquía que, como recoge nuestra Constitución, es símbolo de unidad y permanencia, no puede permanecer al albur de los delirios ideológicos de un cualquiera. Si lo hace, será cómplice del fracaso de una nación que, como se ha visto en las calles de Paiporta, todavía es capaz de responder con contundencia frente a la desfachatez de quienes la dirigen. Buen aviso a navegantes.

Decir que el episodio responde a elementos marginales violentos o similares, como se ha llegado a afirmar, es de una villanía a la altura del personaje que lo defiende. Que nadie olvide que se siguen buscando muertos en el lodo. No sería de extrañar que en breve saliera el vocero de turno a certificar que los exaltados eran todos seguidores de la ultraderecha. «España se merece un gobierno que no les mienta», afirmó Alfredo Pérez Rubalcaba en 2004. Es, en efecto, demasiado pedir.

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