No soy el primero en decirlo, ni seré el último, pero muy pocas veces el nombre y la persona habrán mostrado una mayor congruencia: Eugenio ... Bueno era bueno de verdad.
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Le conocí pronto hará medio siglo, en aquellas reuniones en torno a Ana de Valle, en su casa de la calle Galiana o luego en la Casa de Cultura, cuando las reuniones informales se convirtieron en la tertulia de Jueves Literarios, con su página semanal en La Voz de Avilés y el premio de poesía que de inmediato alcanzaría merecido renombre. Allí estaban, cómo no mencionarlos en esta ocasión, José Manuel Feito, erudito y cordial y Marian Suárez, con su poesía hermética y rupturista y su eficacia en la gestión, que se le anticiparon y le esperan para seguir debatiendo, como siempre, de todo lo divino y lo humano.
Eugenio Bueno era ante todo poeta, en la vida y en los versos. Comenzó con mucho brío, ganando premios de alcance nacional. Eran versos los suyos que denotaban a un buen conocedor de los clásicos y de la métrica, a un poeta de verdad que a la vez fuera un hábil versificador. Pero le faltaba ambición y también las otras habilidades que son necesarias para abrirse camino en el mundo literario. Pronto renunció a figurar y, poco después, a escribir. Jaime Gil de Biedma, para explicar su silencio, afirmó alguna vez que él quería ser poema, no poeta. Si Eugenio Bueno tenía la misma pretensión, seguro que la consiguió. Su vida fue un poema, muy machadiano, hecho de bondad y buen humor, de amor a su tierra extremeña, a la que volvía todos los veranos, y a este Avilés al que no se cansaba de piropear cada primavera desde las páginas de la revista El Bollo. Y es que a su alejamiento de la literatura le puso dos excepciones: la colaboración anual en la revista de las fiestas de Pascua y el villancico que enviaba manuscrito cada Navidad a un puñado de amigos. Yo tuve la suerte de ser uno de esos amigos. La última vez que comimos juntos en el Atrio, añorando a otros comensales que ya no están con nosotros, le dije: «Tienes que cuidar mucho tu salud que parece que los contertulios de Jueves Literarios vamos saliendo de escena por riguroso orden cronológico. Primero fue Ana de Valle, luego José Manuel, después Marian, ahora el más viejo eres tú, así que mientras tú estés bien, yo, que soy el siguiente, puedo dormir tranquilo».
Manrique, ante un muerto querido, escribió para siempre aquello de que «nos dejó harto consuelo su memoria». Pero es necesario que pase el tiempo para que el desconsuelo de este día -en el que resulta difícil contener las lágrimas- se torne en consuelo ante tan hermosos ejemplo y lección.
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La próxima Navidad será la primera en que no me felicitará con un inédito villancico y pensando que no sería yo el único en echarlo en falta se me ocurrieron estos versos: «-Qué triste va a ser, María, / la Navidad este año / que sin hacer ningún daño / Eugenio se nos moría. / -No te preocupes, José, / deja tu melancolía, / porque yo muy bien me sé / que con todo su cariño / le vendrá a decir al Niño / los versos que le escribía».
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