Hace cuarenta años Gijón era muy distinto. Una ciudad a medio construir con carencias graves, sobre todo de vivienda. Por eso, en el escalón más ... bajo de una sociedad medio agraria, medio industrial, medio de servicios, medio de todo, estaban los chabolistas. Una cantidad indeterminada de familias, la mayoría gitanas y portuguesas, llegadas al reclamo del crecimiento industrial de los años 60 para ocupar los trabajos peor pagados, más peligrosos y en muchos casos sin contrato de ningún tipo, que no se habían llegado a integrar nunca en la sociedad gijonesa. Por eso, cuando la crisis industrial se hizo presente fueron los primeros paganos. Malvivían en infectos poblados de chabolas en los aledaños de la ciudad (Poago, La Cábila, La Santina, San Juan, Villacajón…) ocupados en la chatarra, el ocle, las ferias en temporada y la mendicidad todo el año. El barrio paradigmático donde confluían todas las contradicciones y todos los conflictos sociales era Tremañes. Allí convivían las naves y polígonos industriales con la población rural y el más importante foco de chabolismo y miseria de todo Gijón, en torno a 300 familias en los poblados de San Juan y Villacajón.
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Todo esto viene a cuento porque se acaba de morir Cándido Viñas, Cándido el cura de Tremañes, y me ha dado por recordar que hace cuarenta años yo también era un joven universitario a medio construir. Un chaval que con 17 años aterrizó de voluntario en la guardería construida por la asociación 'Gijón, una ciudad para todos' (más que un nombre, todo un manifiesto) en el campo de la iglesia de San Juan, regentada por monjas de San Vicente de Paul, las monjas de Tremañes, una mezcla de ángeles, asistentes sociales, maestras de la vida y vecinas del barrio.
Allí conocí a Cándido, que después de estudiar teología en Roma, venía de ser profesor en la Universidad Laboral y de trabajar en el Dique Duro-Felguera y en limpiezas El Sol de basurero. Cándido, al que, como me recordaba un amigo común estos días, apelaban en el seminario 'Crisóstomo' por su elocuencia (en referencia a San Juan Crisóstomo uno de los mayores oradores de la humanidad) el jesuita que hizo de su vida su mejor oratoria. Cándido que llevó a la práctica aquella idea del cristianismo post Vaticano II de la inculturación, el proceso de integración en la cultura y la sociedad en la que se vive y a la que se pretende servir y también transformar. Cándido hizo de la transformación de su barrio, Tremañes, la razón de su vida. Se convirtió en el corresponsal eterno del barrio en este periódico y compartió con sus vecinos, chatos de vino, partidas de mus, penas, muchas, alegrías unas cuantas también. Siempre el primero para reivindicar lo que disfrutaban en otros barrios más agraciados y siempre con una sonrisa socarrona, atento a todo con sus ojillos brillantes tras las gruesas gafas y con la palabra justa en aquella voz ronca como de tertulia de chigre permanente.
Una inculturación sin aspavientos, que le hizo ser el mediador de tantos conflictos como los que se producían en un barrio en el que resultaba casi insoportable convivir con la mugre y la miseria. Comprensivo con toda debilidad humana, pero nada partidario de la condescendencia y el regodeo en la propia desgracia. La actitud del que trabaja por la dignidad y la justicia, no por la caridad. Si había que instalar duchas en la iglesia para que se aseasen los que no habían visto un grifo en su vida, se hacía, pero ¡ay del que fuese al médico sin lavar! la bronca estaba asegurada.
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Luego vinieron la Ciudad Promocional, las casas amarillas del Cortijo y el Gijón de las grandes obras de cirugía urbana. Pero esa transformación se fraguó en los años duros cuando hasta había que movilizarse frente a la pretensión del ayuntamiento de poner en la frontera a las familias de portugueses de Villacajón que afeaban con su miseria la entrada ferroviaria de la ciudad. La lucha de Cándido y la de unos cuantos vecinos, curas, monjas, feligreses, blasfemos, creyentes o no, que eso nunca fue impedimento para compartir esperanza y vaso de vino, transformó el barrio más degradado en un lugar de clases medias que hoy hasta tiene urbanizaciones de adosados.
Hace unos días decía entre lágrimas la presidenta de la Asociación de Vecinos Evaristo Valle con ocasión de la muerte de Cándido que «era uno más». No creo que él hubiese imaginado mayor elogio. Sin embargo, no fue uno de tantos, fue de esas pocas personas a las que Gijón debe su transformación, y no me refiero sólo a la transformación urbanística, sino social. Lo importante es recordar que frente a los que se creen importantes y no lo son, Cándido, el cura de Tremañes, sí fue de los importantes, sin él pretenderlo nunca. También, seguramente, para la transformación personal de aquel joven universitario de 17 años, pero eso es otra historia.
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