Francisco Franco, un militar palatino
Alfonso XIII, en su exilio, se lamentaba de la felonía del ya Generalísimo, quien, en modo alguno se planteaba restaurarle en el trono: «Elegí a Franco cuando no era nadie. Él me ha traicionado y engañado a cada paso»
Sobre la brillante carrera militar de Francisco Franco se han hecho centenares de biografías, mejor dicho, de hagiografías que poco a poco están siendo desmentidas ... una a una; sus hagiógrafos le han calificado como: «La espada más limpia de Europa», «El general más joven a los 33 años» y, rozando el ditirambo, Luis Suárez le consideró como «El primer general de la República», nada menos.
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El joven cadete Franco salió de la Academia con un pobre expediente, pero su ambición le hizo escalar y ascender con relativa rapidez; en 1912 alcanza del grado de teniente por antigüedad, y pronto se traslada a África, donde aspira a los más altos honores militares. Se sirvió de fugaces noviazgos con jóvenes hijas de militares de alto rango, siempre que le facilitaran alguna recompensa de las que solicitaba con asiduidad; incluso se ha publicado una obra titulada 'Las cartas de amor de Franco' dirigidas a una adolescente, Sofía Subirán, hija del coronel José Subirán, y este no será el único caso. Queipo de Llano narró, con su habitual desparpajo, el cortejo que hizo a la hija del general Gómez Jordana, quien debía informar sobre si era procedente o no concederle una recompensa que había solicitado; informada favorablemente y conseguido el ascenso, al parecer, se olvidó de pronto de la hija del general.
Las intrigas y recomendaciones en el seno del Ejército estaban a la orden del día. Franco buscó un padrino y lo halló, ni más ni menos, que en el mismo Rey Alfonso XIII. Cuando fue herido en el abdomen con riesgo de muerte en la batalla de Biutz, el 29 de julio de 1916, al recoger un fusil perdido por uno de sus hombres, se sintió agraviado, pues el Alto Comisario recomendó su ascenso a comandante e inició los trámites para que recibiese la Gran Cruz Laureada de San Fernando, máxima condecoración militar, pero ni fue ascendido por su edad (23 años, edad insólita para el grado) ni recibió la preciada cruz. La indagación contradictoria requerida para su concesión estableció que fue el primer herido de su compañía y, por tanto, no había podido dirigir su asalto ni protagonizar actos de valor.
Esta negativa impulsó a Franco a dirigirse directamente al Rey por escrito –práctica sancionada por un R.D. de 1914 por el que el Rey intervenía directa y constantemente en cuanto se relacionaba con las tropas y en la concesión de grados y ascensos–. El curriculum de Franco causó buena impresión a don Alfonso, con el que tuvo su primera audiencia en el otoño de 1916. El resultado fue totalmente exitoso; este episodio enseñó al joven teniente el «mérito de las intrigas bien llevadas». A partir de entonces Franco utilizó este recurso de forma tal que el Mayordomo Real y el propio Rey afirmaban que había sido el militar que más veces había acudido a Palacio pidiendo ayuda o planteando reclamaciones.
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Fue, por tanto, un militar 'palatino' o 'cortesano' en mucha mayor medida de lo que reflejan los limitados contactos con el Rey que constan y cuentan sus biógrafos más proclives. Cuando, finalmente, fue aceptado su noviazgo con la joven Carmen Polo y se planteó el casamiento, como regalo anticipado de boda, Alfonso XIII le nombró, en marzo de 1923, 'gentilhombre de cámara' y le incorporaba, por tanto, a su elenco de militares favoritos. Cuando, después de algunos aplazamientos «por motivos del servicio», se celebró la boda, en octubre de 1923, el padrino no fue otro que el Rey.
Tras la muerte en combate del coronel Rafael Valenzuela, Franco obtuvo por esa azarosa vía, el mando de la Legión y con él su ascenso a teniente coronel. El asunto fue objeto de debate en un Consejo de Ministros; la mediación favorable de Alfonso XIII fue decisiva para su nombramiento como jefe de la Legión. Franco siguió pidiendo cargos y ascensos; solicitó a Berenguer el puesto de subsecretario del Ejército… Obtuvo una nueva medalla militar por su actuación en Xauen, impuesta por el monarca; seguía siendo uno de los militares predilectos de Alfonso XIII, pues, entre otras razones, lo consideraba un firme monárquico. Ciertamente, Francisco Franco lamentó la caída del régimen alfonsino, y, desde luego, abominaba de la República, pero en ningún momento tuvo el más mínimo gesto para con el destronado Alfonso XIII; éste, en su exilio, se lamentaba de la felonía del ya Generalísimo, quien, en modo alguno se planteaba restaurarle en el trono: «Elegí a Franco cuando no era nadie. Él me ha traicionado y engañado a cada paso».
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Fue precisamente durante el bienio radical-cedista cuando el general Franco desempeñó cargos de enorme relevancia política que le valieron ser considerado, sin rival alguno, el héroe de las derechas, por su papel en la represión de la insurrección asturiana de 1934. El ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, notario de profesión, llamó a su lado a Franco, que actuó de facto como ministro en aquellos días; don Diego le cedió su propio despacho y se limitaba a firmar las órdenes de Franco; fue dotado de poderes cuasi absolutos, sin nombramiento oficial ninguno. Por fin disfrutaba de las mieles del poder político-militar sin apenas traba ni limitación, eso sí, de momento, por tiempo limitado.
Nombrado por Gil Robles –nuevo ministro de Guerra– jefe del Estado Mayor Central del Ejército desempeñó su cargo hasta el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero del 36.
A comienzos de 1936, dada la fragilidad del Gobierno ante las exigencias de la CEDA, Francisco Franco Baamonde (así era su segundo apellido, tal y como figura en su Hoja de servicios) ya estaba madurando un movimiento militar, al menos, desde enero de 1936, cuando se lo confía a su amigo, Antonio Barroso, agregado militar de la embajada española en París, «si las cosas seguían por el mismo cauce por el que iban».
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El triunfo de la coalición de izquierda fue el aldabonazo que abrió de par en par la opción golpista que, aunque estalló en julio, venía perfilándose tiempo atrás, contando, desde luego, con la aquiescencia del general Franco. Ya antes de que fueran públicos los resultados electorales, tanto Gil Robles como Franco intimidaron y conminaron al presidente del Gobierno para que declarase el 'estado de guerra' en todo el territorio nacional, ante el más que previsible «desbordamiento de las masas». Fracasado este 'golpe blando', los conspiradores: monárquicos de toda laya, falangistas, carlistas, y, por supuesto, los militares conjurados, entre ellos Franco, optarán por un golpe de estado en toda regla.
Don Francisco, trasladado a las Islas Canarias, pudo conspirar a sus anchas ganándose el apoyo de la guarnición de Tenerife, mientras otros destacados intrigantes preparaban el terreno en Gran Canaria y organizaban la compleja operación del 'Dragone Rapide' para trasladar a Franco a Tetuán, donde habría de ponerse al frente de las tropas de África. Sin embargo, para que esta minuciosa trama no dejara un solo cabo suelto, era menester asegurarse el apoyo, o en caso contrario, la neutralización del general Amado Balmes, comandante militar de Las Palmas de Gran Canaria, un verso libre en las islas. Su asesinato el 16 de julio de 1936, enmascarado como un accidente, dejó expedito el vuelo del 'Dragon Rapide' hacia Tetuán.
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Ángel Viñas titula la obra que coordina junto a otros especialistas en este tema: 'El primer asesinato de Franco. La muerte del general Balmes y el inicio de la sublevación'. Francisco Franco Baamonde se encaminaba hacia la gloria… Su ambición no tenía más límites que el de no dar pasos en falso, por eso acabó siendo 'dictador perpetuo'.
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