En otras ocasiones manifesté mi escepticismo sobre una eventual declaración de la ciudad de Oviedo, en su integridad o incluso sólo su casco antiguo, como ... Patrimonio de la Humanidad. Lo que no es óbice para abordar ambiciosas reformas interiores y garantizar la preservación de los elementos característicos de la urbe, en la idea de intentar en el futuro ese reconocimiento o, al menos, hacer de la capital asturiana un conjunto arquitectónico y artístico de primer orden.
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Hay ciudades que se dicen de cine porque garantizan unos exteriores por los que no ha pasado el tiempo, ni las guerras y revoluciones. Ni las catástrofes naturales. Oviedo está muy lejos de poder ofrecer amplios espacios inmutados, pero tampoco es un escenario de cartón piedra. Yo me atrevería a conceptuar la ciudad como un museo. Paseando por sus calles y sus espacios más entrañables, hay piezas, a veces disgregadas y sin continuidad de época o estilo, que merecen la pena a efectos de conservar en la retina de propios y extraños. Naturalmente, ese museo también puede ser de los horrores, como el celebérrimo martillo de Santa Ana, bochorno del Consistorio y el Obispado. O el kiosco del Bombé o el mosaico de Los Álamos. Menos mal -¡aleluya! - que las fuentes decimonónicas del Campo, por fin van a tener agua, que es lo propio.
Pero también es una ciudad de museos. En un reciente libro de Ignacio Quintana, titulado 'Dos museos en el Oviedo Antiguo y otros dos extramuros', se da cuenta, de forma amena y a la vez erudita, no sólo de los espacios culturales destinados a la exhibición de piezas artísticas, arqueológicas o religiosas, sino, justamente, de esos hitos que, dentro y fuera de las antiguas murallas, identifican a Oviedo; desde el Teatro Campoamor a las fábricas de La Vega o de Gas. Y reivindica, una vez más, aludiendo con dureza a las ruinas del famoso martillo, el museo de la ciudad. Allí ubica a Clarín, al que recuerda, como hace igualmente con Dolores Medio o Ángel González. Es cierto, también lo he escrito más veces, que, en los recorridos clarinianos, donde la imaginación es a veces muy osada, se omite el rastro real de Alas Ureña. Nunca he visto a ningún grupo guiado detenerse en Uría 34, en cuya casa anterior se redactó 'La Regenta', si bien es cierto que ningún consistorio puso una placa recordatoria; ni, a salvo de personas iniciadas, me consta que se pidan visitar los objetos personales, libros y manuscritos del autor, depositados en la Biblioteca de Asturias, en El Fontán. Pero Quintana -aludiendo a las leyendas negras de la ciudad-, llega a decir que, si en 1937 viviera un octogenario Clarín, lo que hoy sería normal, habría sido fusilado junto a su hijo. Confieso que me produjo escalofríos, aunque viendo el también aludido episodio de la destrucción de su monumento, da que pensar.
Parece que, con las debidas adaptaciones de la idea original, por diversos motivos, económicos, como ocurrió, dicen algunos, con la segunda torre catedralicia, el deslumbrante Museo de Bellas Artes contará pronto con una nueva fase, absolutamente necesaria, incluso para dar funcionalidad a parte de la ampliación de Patxi Mangado. Ojalá se materialice porque, en efecto, si la ciudad atesora errores y horres históricos, el Bellas Artes es un verdadero orgullo regional. Su 'Guía', recientemente editada, es verdaderamente espectacular; otro tesoro bibliográfico por el que hay que felicitar a editor, coordinador y autores literarios y gráficos.
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Porque de Oviedo, lo estoy ejemplificando en este comentario, también salen grandes libros. Bibliotecas, Museos y Archivos siempre han tenido numerosos denominadores comunes y el mismo trasfondo cultural. En 1934 se perdieron bienes irrepetibles en una verdadera catástrofe documental e histórico-artística. Pero la ciudad, con importantes apoyos, generosidad y más aciertos que errores (que alguno hubo y grave), logró salir adelante y volvió a ser un lugar de cuya pertenencia nos sentimos orgullosos cuando lo mostramos a quienes nos visitan.
No sé qué haremos con la antigua Fábrica de Armas, que tanto valor y tantos valores acumula; ni con el antiguo complejo sanitario, ahora incluido en el plan del Cristo. Somos pocos ovetenses para pensar en cosas grandes, incluso si prosperara una rigurosa coordinación metropolitana. Pero, al menos, crucemos los dedos para que no acaben incrementando el elenco, nada desdeñable en Oviedo, de ruinas entrañables.
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