La semana pasada hube de abandonar mi habitual tono superficial para denunciar el despropósito perpetrado en la punta de Lequerica. Un mural absurdo, no por ... su calidad en la que ni entro ni salgo, sino por la absoluta impertinencia de su relación con el soporte, una ridícula pretensión decorativa de lo que ni admite decoración ni aspira a ella o, al menos, no a esa. Los murales son como cualquier otro ornamento urbano, es decir, más decorativos que funcionales y, por su propia naturaleza, adquieren un protagonismo derivado de su dimensión y grado de exposición y, por ello, en la misma medida comportan un riesgo proporcional en caso de desacierto. No tengo mayor duda tanto de la generosa intención del promotor del garrafal error de Lequerica como de la conformidad del autor con su obra, así como de la ignorancia o indiferencia de ambos hacia cualquier crítica al respecto. Y aún más, sospecho la indiferencia social frente a guarrada tan estridente, que viene a significar que la parroquia, pero desde el humilde menestral hasta la señora cultivada, necesita una etiqueta bien gorda y acreditada para distinguir a Picasso del último pintamonas, así como yo no distingo entre el do, re, mi, fa, sol.
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Y vayamos de una vez a lo potencialmente positivo del tema. No hace falta que yo descubra que Gijón es la ciudad de las altas paredes medianeras vistas. Haz memoria y a ver si recuerdas ciudad española en la que en cualquier espacio de cierta amplitud un vistazo circular detecte varias de esas paredes ciegas –y sordas y mudas– que se elevan, y no avergonzadas, sobre sus vecinas. Sabemos que son la consecuencia y la herencia indeseable de un urbanismo desequilibrado, ante –y anti– democrático, tan nefasto como irreversible. Pues bien, esas paredes podrían ser el soporte de nuevos murales. Los murales de la penitencia. Soy consciente de que habría de respetarse, por supuesto, un orden de prioridades en el gasto municipal, antes la salud que la fiesta. Pero que nos hayamos acostumbrado a la deformidad aberrante de las medianeras ajirafadas ni las dignifica ni las disimula, no descarto que sea una de las singularidades que identifican a Gijón para el visitante, un lujo, vamos. A partir de concursos de diseño cubrir esas superficies con motivos pictóricos estimulantes, adecuados a situación y escala, sería revertir las tornas, hacer virtud no de la necesidad, sino del vicio. Y, para propios y ajenos, un nuevo significado para el ominoso concepto de 'paredón'.
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