Los cuartos son los cuartos
Estamos en fechas prenavideñas -que empiezan a ser tan largas y pesadas como las preelectorales- y toca, es inevitable, hacer balance. O no hacerlo
A veces me siento como en esa canción de Los Secretos que dice «a tu pared pegado». Y no, no les hablo de amor. Ay, ... el amor. Les hablo de la vida. Y es que estamos en fechas prenavideñas -que empiezan a ser tan largas y pesadas como las preelectorales- y toca, es inevitable, hacer balance. O no hacerlo. Cada cual que haga lo que quiera. Esto del sí o del no, he de reconocer, es muy Rajoy.
-Hombre, señor Rajoy, ¿cómo usted por aquí?
-….
-Que ha decidido meterse en mi columna. Pues nada. Pase, pase, y a ver qué sale de todo esto.
Ustedes no me ven, pero tengo los dedos cruzados.
Por cierto, menudo éxito ha tenido el expresidente con sus minicolumnas deportivas. Serán de las más compartidas y comentadas de los últimos años sobre la actuación del equipo español en una competición. A don Mariano le da vergüenza reconocerlo y se hace el remolón, pero él sabe que sí. Lo han sido.
A lo que iba. Dejemos a Rajoy, aunque bien podría hacer un par de columnitas más sobre asuntos como las campanadas, por ejemplo, que están dando mucho de sí a cuenta de quién va a estar en tal o cual cadena de televisión. ¿Lo imaginan? Podría ser algo así: «Las uvas hay que tomarlas con cuidado. Son motivo de alegría, pero hay que saber tratarlas. Ya sabemos que primero van los cuartos y luego las campanadas, pero ojo con los cuartos porque los cuartos son los cuartos y no hay que olvidarlo».
La canción de Los Secretos, grupo que me gusta mucho, se titula 'Colgado' y habla de amor, sí, pero también de renuncia, de dejar de ser uno mismo para complacer a otros o de sentirse solo un accesorio. Bien, pues «como un cuadro a tu pared pegado, que nada tiene que hacer, salvo seguir colgado» es cómo vivimos últimamente. Pegados a los deseos de otros; a labores que nos comen la vida y el tiempo. Nos comen todo. O casi todo.
Ay, Dios. Creo que esto lo ha escrito usted, señor expresidente. Me refiero a lo del casi. Ha poseído mis palabras porque, a ver, lo que yo quiero decir a los lectores es que... Ya no sé lo que les quiero decir. Tal vez que en estas fechas de balances y comparaciones sea un buen momento para plantarnos delante del espejo y preguntarnos si queremos seguir así. Y no solo nosotros como seres individuales que deambulamos por el mundo, sino como conjunto social. He escrito deambular y lo he hecho con toda la intención porque, ¿deambulamos o caminamos? Parecen lo mismo, pero no lo son, porque deambular es ir de un lugar a otro sin un fin determinado, mientras que caminar, en sus múltiples acepciones, incluye un fin; es decir, un objetivo.
Pegados a tu pared. ¿Qué pared? La de la vida, sí. La de un futuro incierto en el que preferimos no pensar demasiado; la de una clase política que, cada vez estoy más convencida, gobierna solo para sí misma; la de una economía que nos devora (a nosotros y al planeta) para seguir enriqueciéndose. Esos sí que caminan. Caminan bien rectos y siempre tienen un fin. Nosotros, en cambio, deambulamos. Y esos, los que caminan, además, no están pegados a ninguna pared. O sí, me dice don Mariano con cierta retranca, a la del éxito. Y va a tener razón. Y si la tiene, pues yo se la doy porque no me importa, nunca me ha importado, reconocer errores.
En fin, que con Rajoy y Los Secretos sonando de fondo -menuda mezcla, quién me lo iba a decir-, les pido que no se cuelguen más. Esto me ha quedado muy de los 2000. Que dejen de ser el cuadro en la pared de otros y que dejen de deambular. Que caminen.
O no.
Este final no es mío, claro está, pero, a veces, los personajes de una columna, sean reales o solo producto de la imaginación de quien escribe, pueden tomar el control. Que se lo digan a Guillaume Musso, que ya lo sufrió, y de qué manera, en 'La vida es una novela'. Si no la han leído, háganlo. Es un libro donde realidad y ficción se funden, pero, ojo, no cómo uno podría imaginar.
Ahora sí que el final es mío.
Fin.
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