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Jamás se debería minimizar lo que ocurrió en Auschwitz. Aun así, Israel ha dejado claro que no es una anomalía histórica

Edurne Portela

Domingo, 28 de septiembre 2025, 00:19

El pasado 16 de septiembre la Comisión Internacional Independiente de Investigación de Naciones Unidas publicaba un informe cuya conclusión era: «Israel ha cometido genocidio contra ... los palestinos en Gaza desde el 7 de octubre de 2023». No hacía falta tantas alforjas para este viaje. Las imágenes de ciudades arrasadas como Rafah o Beit Hanoun, de desplazamientos forzados de miles de familias, de masacres en hospitales y filas del hambre, de bebés muertos o a punto de morir por inanición, nos vienen llegando desde hace meses, también el conocimiento de que Israel ha diseñado y está llevando a su término la destrucción de todas las infraestructuras que sostienen la vida palestina en la franja de Gaza.

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A pesar de que cualquier persona con un mínimo conocimiento —y decencia— podría reconocer en la actuación militar israelí las características de un genocidio, era importante que la ONU lo pusiera en negro sobre blanco. Aun así, la derecha y sus extremos de este país lo siguen negando y acusan a quienes defendemos los derechos humanos del pueblo palestino de apoyar a los terroristas de Hamás y de ser antisemitas. Confunden, a propósito o por ignorancia, el antisemitismo con la condena del sionismo etnoexcluyente que perpetra crímenes contra la humanidad dentro de un plan genocida. Estos crímenes de hoy constituyen una repetición siniestra de otros del pasado, cometidos ahora por los descendientes de quienes fueron las víctimas entonces. Lo digo claramente: las acciones genocidas del Estado de Israel recuerdan, en su planificación y ejecución, a las que los nazis perpetraron contra los judíos de Europa durante la segunda guerra mundial. Dirán que el epítome de la barbarie nazi fue Auschwitz y que nada es comparable por la dimensión de su horror. Y estoy de acuerdo. Nada se compara con Auschwitz y, a pesar de las actuaciones del Estado de Israel, jamás se debería banalizar, minimizar o perder la perspectiva de lo que sucedió en ese y otros campos de exterminio.

Aun así, Israel ha dejado claro que la intencionalidad del exterminio masivo que allí se produjo, la planificación minuciosa e industrial de la muerte, no es una anomalía histórica e irrepetible. A veces pienso que los miles y miles de páginas escritas sobre el genocidio de los judíos de Europa a manos del nazismo han servido, objetivamente, para que el Estado de Israel siga sus enseñanzas, aplicándolas al pueblo palestino como si fuera una especie de venganza bíblica, ojo por ojo, diente por diente. El verdugo de entonces, sin embargo, no es el objetivo de su venganza. El odio se ha desplazado hacia quienes impiden su ambición expansionista, a quienes les recuerdan que su tierra prometida es, en realidad, un territorio ocupado. Su mito fundacional es inseparable de la desaparición forzosa del pueblo palestino.

Nada se compara con Auschwitz y, al mismo tiempo, otros crímenes perpetrados por el nazismo y que dieron lugar al término «genocidio» acuñado por Raphael Lemkin en 1948, hace tiempo que se están produciendo en Gaza. Un genocidio, como nos enseñó el nazismo, no se comete de la noche a la mañana. Es un proceso gradual que normalmente empieza con la privación de derechos civiles, la desposesión económica, la destrucción de recursos materiales que permiten el desarrollo de la vida, el desplazamiento forzado, la detención y encarcelamiento de la disidencia, el ataque a la cultura y forma de vida del grupo minoritario objeto del genocidio. Un ejemplo: el 1 de septiembre leo en la revista La Marea un artículo en el que se cuenta que unos soldados y colonos israelíes arrancan miles de olivos para castigar a una aldea palestina en Cisjordania con el objetivo de aterrorizar y expulsar a los habitantes de sus tierras. Al mismo tiempo que practican estas tácticas de tierra arrasada, los soldados detienen a varios habitantes de la aldea, entran en las casas para robar objetos de valor e intimidan a los vecinos con perros.

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La escena podría haber ocurrido en la Polonia ocupada en 1939, en vez de con colonos israelís y ejército sionista con colonos alemanes y ejército nazi. Raphael Lemkin acuñó el término «genocidio» por el que se ha guiado la ONU desde entonces y siguió profundizando en su estudio, observando los eventos internacionales que podrían dar lugar a, desgraciadamente, usar de nuevo esa definición legal. Durante la guerra de Argelia, Lemkin señaló que solo el terror que Francia propagó entre los argelinos ya constituiría un genocidio. El terror que genera el ejército de Israel con las prácticas que he descrito hasta ahora, sería suficiente para hablar de genocidio. El informe de la comisión independiente señala que Israel ha creado intencionalmente una atmósfera de pánico y terror en la población palestina que les impide vivir una vida normal. Israel está ocasionando un trauma colectivo que difícilmente será superado por quien sobreviva a esta ocupación atroz. Un trauma que marcará a generaciones, como en su día lo hizo la persecución nazi de los judíos.

Mientras escribo estas palabras, Israel lleva a cabo una nueva escalada de ataques contra la ciudad de Gaza, arrasando edificios residenciales y acabando con las pocas viviendas que quedan en la ciudad mientras que hostiga a la población a dirigirse hacia Al Mawasi, una zona donde han bombardeado repetidamente las tiendas de campaña de los refugiados palestinos. Según Médicos sin Fronteras, el noventa por ciento de la población palestina ha sido desplazada forzosamente, obligados a vivir en continua huida, en tiendas de campaña precarias o entre ruinas y escombros, a la intemperie devastada.

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En el informe de la comisión independiente me llama la atención una frase: «Los Estados pueden enfrentar consecuencias legales si no actúan». Recuerdo que durante la guerra de los Balcanes se acuñó y comenzó a usar extensivamente el término «limpieza étnica», no tanto para precisar los crímenes de los serbios contra la minoría bosnia musulmana, sino para evitar llamar a esos crímenes «genocidio». Si la ONU reconocía que estaba ocurriendo un genocidio en el centro de Europa, los Estados que la conforman —todos firmantes de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio— se verían obligados a intervenir. Apelar al sentido ético de los gobiernos europeos no ha servido para parar el genocidio en Gaza. Veremos si apelar a su posible responsabilidad legal sirve de algo. En cualquier caso y a pesar de su previsibilidad, el genocidio ha ocurrido, está ocurriendo.

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