A simple vista, el dilema planteado sobre el reciclaje domiciliario de basuras tiene difícil solución, tanto si se estimula con rebajas tarifarias a quien recicle ... o se penaliza con subidas de precios a aquel que no lo haga según está mandado.
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El planteamiento recuerda al plus de asistencia incluido en algunos convenios colectivos para combatir el absentismo. No se percibía por los dos o tres primeros días de falta al trabajo, aunque la ausencia se debiera a enfermedad u otra causa justificada, lo que penalizaba al personal cumplidor de su deber y a la vez permitía que los maulas usaran esa pérdida salarial como pretendida coartada moral para quedarse en casa. O en el chigre.
Un caso semejante sería el de quienes decidan no llevar a cabo el reciclaje de las basuras, que siempre encontrarían en el recargo que deban pagar por ello, o en la no percepción de la bonificación por reciclar, la justificación para su actitud. Por eso quizás sea más práctico elegir el endurecimiento de las sanciones a los incumplidores que hacer descuentos a los probos observantes de la norma establecida.
Mientras llega ese momento, y el de que se explique con detalle y de forma inteligible adonde van a parar los beneficios del trabajo ciudadano gratuito de separar papeles, vidrios y plásticos, se despide agosto con un tiempo espléndido, los mejores días del verano, que invitan a estar en la calle, al aire libre, ahora con el estímulo adicional de que la situación sanitaria presenta evidentes signos de mejora (mejora limitada a los avances en la guerra contra la covid-19, porque las demoras para intervenciones quirúrgicas, consultas externas y pruebas diagnósticas siguen en niveles insoportables, lo que deja un reguero de daños irreparables en las víctimas de esos retrasos, reveladores del fracaso del sistema público, del Sespa, del Gobierno regional presidido por Adrián Barbón, incapaz de cumplir los plazos que se ha impuesto a sí y mismo y constan en el Boletín Oficial del Principado, qué sarcasmo, fuente nutritiva para la voraz, insaciable y rampante sanidad privada).
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El buen tiempo, con poco sol, pero a la vez escaso en agua, que caracterizó el verano, facilitó el triunfo de las terrazas y del terraceo, estrellas rutilantes en el firmamento estival de la villa. Gijón entero se convirtió en una inmensa terraza gracias a las facilidades dadas por el concejo al negocio hostelero, autorizado a ampliar su grado de ocupación de la vía pública y gratis total. Pero la vuelta a la normalidad trae consigo que también se recupere para el peatón la superficie privatizada de modo temporal con mesas y sillas, una situación extraordinaria que no puede perpetuarse en el tiempo. Se ha anunciado ya desde el Ayuntamiento esa operación retorno, que sería imprudente aplazar, aunque haya entre los afectados, y sus palmeros de la oposición municipal, quienes se resistan a entenderlo. Al erario municipal no le sobran los recursos y no son despreciables los ingresos por la ocupación de la vía pública con terrazas, que en la práctica el pagador aporta gracias a los recargos en las consumiciones, cobrados incluso mientras permanece suspendida la vigencia de la exacción.
Y el botellón. ¿El botellón? Que le quiten el tapón, que le quiten el tapón, que le quiten el tapón al botellón, al botellón. Quitaremos el tapón, quitaremos el tapón, que del pueblo es lo que tiene el botellón. Y por ahí adelante. Continuará.
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