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Una señora paga su compra en el Mercado de la Mercé en Barcelona. Eva Parey

Pagadores

Los impuestos son necesarios, pero los contribuyentes son contingentes

Al igual que pasa a menudo en las corridas de toros, en lo que se refiere a los impuestos hay división de opiniones. Algunos consideran ... necesario presionar fiscalmente al ciudadano para que la colectividad pueda disfrutar de prestaciones sociales, así el contribuyente en concreto viva con el agua al cuello. Otros, los embrujados por el neoliberalismo, opinan que los impuestos no son sino confiscaciones camufladas. Los más desengañados sostienen que los impuestos no sirven tanto para garantizar beneficios ecuménicos como para sostener a la clase política. No faltan quienes se acogen a la convicción de que una sociedad prospera más cuanto menor sea la carga impositiva que se imponga a los contribuyentes, y que las carreteras y los hospitales, pongamos por caso, se generen a sí mismos por arte de magia. División de opiniones, ya digo. Como es natural, el asunto se ha ideologizado: se supone que la defensa de la presión fiscal sobre la ciudadanía se ajusta a un ideario progresista y, por otro lado, se supone que la defensa de la bajada de impuestos responde a una mentalidad reaccionaria y enemiga de lo público.

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En cualquier caso, el sentido común nos susurra que los impuestos lo que tienen que ser es en principio equitativos y en la práctica reinvertidos en la sociedad de manera eficiente. Y ahí empiezan los desajustes. Porque si le decimos a un pequeño comerciante que tiene que pagar su cuota de autónomo, que al alquiler del local, a la mercancía y a los suministros tiene que añadirles el 21% de IVA y que luego tributará como poco el 19% sobre la ganancia neta, seguro que se alegra enormemente por esa cadena de desembolsos, pero a lo mejor el ánimo le cambia un poco si cae enfermo, ya que, aparte de tener muy difícil el acceso a una prestación por baja laboral, tendrá que esperar varios meses a que le den cita médica con un especialista, varios meses más para que lo citen para las pruebas pertinentes y, finalmente, varios meses más para que su caso ascienda en la lista de espera y le asignen fecha para una intervención quirúrgica o para un tratamiento oncológico, pongamos por caso. Si en medio de todo eso, el hombre, en su calidad de parado sin derecho a paro, se entretiene mirando el televisor y se entera de lo que ganan los políticos y lo que sobreganan algunos gracias a chanchullos delictivos, pues igual se siente estafado, y ahí es cuando la gente empieza a alimentar sentimientos antipolíticos, y no por maldad de corazón, sino porque cae en la cuenta de que está formando parte de un engranaje de ilusos, por no decir que de una cadena de tontos que han caído en la estafa piramidal del Estado. «En España los políticos ganamos muy poco», se quejan muchos políticos. Sí, pues que monten un kiosco de chucherías y ya verán.

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