Secciones
Servicios
Destacamos
Una de las excentricidades de Elon Musk reside en los nombres que elige para sus hijos, que suman ya trece. X Æ A-Xii, Exa ... Dark Sideræl, Techno Mechanicus, son algunos de sus nombres. Como parece que tener hijos le atrae, quizás con la idea neoreaccionaria de que los hombres mejor dotados contribuyen al bien de la humanidad trayendo al mundo muchos hijos de su estirpe, se le pueden sugerir, para los próximos hijos si los hubiera, nombres como Odoacro, Alarico o Atila, insignes bárbaros que consiguieron domeñar al imperio romano de Occidente.
Lo digo porque ésta me parece una buena forma de entender el nuevo paradigma del poder en el mundo. Más que de plutocracia o autocracia o de dictadura o de antipolítica, habría que hablar más bien, si se me permite el neologismo, de una 'barbarocracia'. Me parece la forma más clarificadora de comprender lo que está ocurriendo en el tablero político internacional, con Trump a la cabeza, acompañado por Milei y por el propio Musk, entre otros.
Ortega y Gasset nos dio hace ya casi un siglo en 'La rebelión de las masas' unas claves certeras para entender su mundo y, lamentablemente, también el actual, mediante su caracterización del hombre-masa como un nuevo bárbaro. Y los personajes a los que me estoy refiriendo cumplen bastantes de las características que Ortega le atribuía al hombre-masa; especialmente, la imposición de la mediocridad y el completo desconocimiento del trabajo civilizatorio que ha recorrido la humanidad hasta el presente; es decir, son capaces de manejarse en un mundo de alta tecnología sin hacerse cargo de la complejidad de la herencia de civilización recibida, fruto de un paciente y fatigoso esfuerzo. El nuevo bárbaro ni es consciente de haber recibido una herencia ni siente la obligación de proyectarla hacia el futuro.
El deprecio de las normas más elementales de educación de estos 'líderes' es mucho más dañina de lo que sus seguidores advierten. No me refiero sólo a su recurso habitual a las palabras malsonantes –la Unión Europea se creó para 'joder' a América, según Trump–, o a los insultos –referirse a los inmigrantes como 'mierda', por ejemplo–, o al coqueteo con el saludo nazi o al desprecio de la etiqueta y de las formas; sino, sobre todo, a la permanente exhibición obscena del propio poder. Los vídeos del presidente norteamericano sobre el futuro de Gaza como un resort o coronándose como rey, sus amenazas sobre Groenlandia o Canadá, la imposición a Ucrania de algo muy parecido a una rendición y la exigencia del control de sus tierras raras, su desprecio por la Corte Penal Internacional y demás instituciones internacionales y nacionales (asalto al Capitolio); en fin, la imagen de sentirse dueño del mundo y de que no admite ninguna cortapisa a su poder es realmente primitiva y bárbara. Tal exhibición de poderío lleva implícito no sólo el desprecio de las reglas más elementales del sentido institucional; supone también el desprecio de la democracia, de los derechos humanos, de la diplomacia y del sentido mismo de humanidad; resulta bochornoso, en efecto, el insolente desprecio del sufrimiento de ucranianos y gazatíes que Trump exhibe.
No resulta muy reconfortante descubrir admiradores suyos entre los europeos. Y no pienso sólo en las formaciones más de derechas, sino también en ciudadanos moderados que, frente a la hegemonía americana y los modos resolutivos de Trump, se avergüenzan de la lentitud, burocracia o reglamentaciones europeas. De acuerdo, Europa se está quedando atrás en la competición por la hegemonía mundial y tiene claras deficiencias estructurales, pero no debemos perder de vista que es Trump –rompiendo el statu quo– quien está estresando las relaciones internacionales y abocando al mundo a un escenario de confrontación total. Podemos quejarnos del exceso reglamentario europeo, pero hay que tener presente que a lo que nos enfrentamos es al caos desregulatorio mundial.
En realidad, algo bueno que puede traer la era Trump a Europa es un efecto vacuna contra los libertarios. Los continuos despropósitos de Trump, Musk, Milei, etcétera, ayudarán a comprender que, en realidad, un mundo o una nación sin reglas y 'sin complejos' son un mundo o una nación peores. El tiempo lo dirá. Y, sí, este primitivismo bárbaro de los poderosos también pone a las claras otras quiebras más profundas que aquejan a Europa y a Occidente, entre las que destacan el efecto narcótico de las pantallas en un mundo sin libros, contra el que nos previno ya en 1956 Ray Bradbury en 'Fahrenheit 451', la impugnación posmoderna de la razón y de la verdad, y la deconstrucción de la civilización, cuyo vacío ha venido a ser ocupado por los nuevos Atilas, aunque no hayan leído ni a Foucault ni a Derrida ni a Rorty.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.