Homo consumens
La apoteosis consumista supone la configuración de una ciudadanía compuesta por individuos frágiles, gobernados más por las emociones que por la razón
Antes de la Navidad, la Organización de Consumidores y Usuarios calculaba que el gasto medio por español durante las fiestas, se situaría en 745€, si ... bien esta media es sólo aritmética, pues, según el portal Statista, el 80% de la población tenía previsto gastar menos de 500€. Yendo a un tema mucho menos navideño, pero manteniéndonos en el ámbito del consumo, otro dato del que disponemos es el proporcionado por la asociación 'Dale una vuelta', que trabaja para la prevención y tratamiento de la pornografía. Su Memoria de 2022 informaba de que, a escala mundial, los principales 'websites' con contenidos pornográficos reciben 115 millones de visitas diarias, lo que genera un negocio de 97.000 millones de dólares anuales. Y, cambiando de nuevo el registro, otro dato interesante es que el gasto mundial de moda se sitúa en un billón de dólares estadounidenses.
Aduzco estas cifras exclusivamente para introducir el tema del que deseo ocuparme, que no es otro que el protagonismo que nuestros hábitos de consumo desempeñan en nuestras vidas. Mi intención es unirme -aunque con matices propios- a la voz de quienes, desde Erich Fromm, consideran que consumir se ha convertido en una de las principales señas de identidad del hombre contemporáneo, de modo que nuestros hábitos de consumo dicen mucho sobre nuestra forma general de estar en el mundo. El consumismo nos define culturalmente, más allá de su relevancia económica y medioambiental.
Me estoy refiriendo al hecho de que la relación del individuo contemporáneo con todo lo que no es él mismo la establece en gran parte desde los parámetros del consumo. Consumir representa una necesidad del ser humano. El tránsito al consumismo ocurre cuando lo que se consume va más allá de la razonable satisfacción de una necesidad material, estética, afectiva, espiritual o del tipo que sea. La consunción se desvirtúa cuando se consume por consumir, cuando lo consumido realmente no enriquece a la persona. Comer, por ejemplo, degenera en gula cuando comemos por comer, cuando nuestra ingesta va más allá de lo que necesitamos para alimentarnos o para disfrutar moderadamente de la comida o de la bebida. Cuando, en definitiva, comer o beber no añaden nada a quien consume.
Y esa es la lógica del consumismo: que la aniquilación del bien fungible deja de aportar algo realmente valioso al consumidor. Esto resulta más patente aún en la pornografía. Esta resulta prototípica de la acción consumista porque su consumo se encuentra completamente desligado, en este caso, de cualquier significado valioso de la sexualidad. El consumo de pornografía nos da las claves del 'homo consumens'. La pornografía y el consumismo coinciden: 1) En que lo que se pretende es una satisfacción. 2) En la completa falta de compromiso del individuo con lo que le resulta satisfactorio. 3) En la importancia que cobran las 'experiencias' que se tienen. Y 4) En que, debajo de todo ello, la aspiración a la felicidad ha sido sustituida por la búsqueda del bienestar o la evitación del malestar.
Desde esta perspectiva cabe apreciar muchos comportamientos consumistas en nuestras sociedades. Pueden vivirse en esa clave muchas cosas: desde viajes -aunque sean baratos-, hasta experiencias espirituales o religiosas, pasando por las relaciones afectivas, la actividad deportiva, la alimentación sana o las horas de gimnasio. El 'homo consumens', que convierte en fungible -en deshecho- todo lo que toca, puede vivir también en clave consumista las visitas a museos, las experiencias artísticas, el voluntariado, la acción social o, incluso, la participación política. Todas estas cosas se degradan en consumismo cuando la motivación profunda no es ya saciar la sana curiosidad por lo nuevo, cuidar razonablemente de la salud, cultivar la belleza, arreglar los problemas sociales, contribuir generosamente a la mejora de la comunidad política o tener un verdadero encuentro consigo mismo o con Dios.
Al consumista lo que en realidad le mueve es 'sentirse bien', evitar el malestar de la mala conciencia o, sin más, disfrutar de una 'experiencia' interesante o gratificante. Seguimos siendo consumistas cuando compramos moda de segunda mano -esto mismo es también una moda- sin alterar nuestra pauta de consumo, de forma que, a la vez que seguimos siendo caprichosos con lo que vestimos, nos tranquilizamos porque utilizamos moda 'sostenible'. Actúan con la lógica consumista incluso esas parejas que duran hasta que se cansan el uno del otro.
Vistas las cosas desde esta perspectiva, la consecuencia más grave de la apoteosis del 'homo consumens' no es tanto, aunque sea muy importante, la sobreexplotación de los recursos naturales, cuanto la configuración de una ciudadanía compuesta por individuos frágiles, gobernados más por las emociones que por la razón, que confunden felicidad con bienestar, y que se encuentran poco dotados para establecer compromisos duraderos o para emprender proyectos valiosos. Con estos mimbres resulta difícil articular sociedades capaces de responder adecuadamente a los desafíos con que se enfrentan. ¡Feliz 2024!
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