¿Qué pinta la religión?
El hecho de no apelar a una inspiración divina no necesariamente convierte en más racionales las propuestas de ateos y agnósticos
Asturias ha vivido una pequeña escaramuza político-religiosa con motivo de la celebración de la fiesta de Covadonga. Próximamente se librará una batalla de mucha ... más envergadura en las Presidenciales norteamericanas de noviembre, pues el factor religioso de los votantes es extraordinariamente relevante. La última encuesta del Pew Research Center, realizada del 26 de agosto al 2 de septiembre de 2024, revela que la mayoría de los votantes registrados en tres grupos religiosos clave dicen que votarían por Trump o se inclinarían por hacerlo si las elecciones fueran hoy. Concretamente, el 82% de los protestantes evangélicos blancos, el 61% de los católicos blancos y el 58% de los protestantes blancos no evangélicos apoyarían a Trump. Por su parte, Harris cuenta con el respaldo de aproximadamente dos tercios o más de los votantes registrados en otros grupos religiosos. El 86% de los protestantes negros, el 85% de los ateos, el 78% de los agnósticos, el 65% de los católicos hispanos y el 65% de los votantes judíos parecen decantarse por Harris. Desde una perspectiva europea, cabe preguntarse qué pinta la religión en la política.
Resulta también interesante en la encuesta del Pew la consideración del ateísmo y el agnosticismo como variables religiosas. Esto me parece relevante también por la tendencia en ciertos discursos a considerar políticamente neutrales o asépticas las condiciones de ateo o agnóstico, mientras que las creencias religiosas resultarían espurias. Pero esto requiere algunas aclaraciones. La primera de ellas es que la influencia de las creencias religiosas en la política no versa sobre asuntos específicamente religiosos. Los creyentes que participan de la democracia –diferente del escenario de los países integristas, en los que la autoridad política se confunde con la religiosa– a lo que aspiran es a que su visión de ciertos aspectos de la organización de la vida social y política resulte prevalente. Y, ciertamente, esta es la razón por la que suele ser cuestionada su influencia. Esta es, me parece, la manzana de la discordia.
Lo que voy a intentar argumentar a continuación es que el ateísmo o el agnosticismo no dejan de ser creencias y que su influjo político es análogo al de las creencias religiosas. Es decir, que el hecho de no apelar a una inspiración divina no necesariamente convierte en más racionales las propuestas de ateos y agnósticos. Aparentemente, quien carece de creencias religiosas puede adecuar mejor sus opiniones políticas a las exigencias propias de cada circunstancia social y política, pues estaría libre de condicionamientos religiosos (una visión del mundo procedente, por así decir, de otro mundo). Desde una perspectiva completamente abstracta, esto podría ser cierto, pero en la práctica esto no es así. También existen sesgos y prejuicios en quienes no profesan ninguna religión. Me ha llamado la atención que en la mencionada encuesta del Pew Research consta que aproximadamente tres cuartas partes de los ateos (77%) y alrededor de seis de cada diez agnósticos (62%) dicen que el aborto será muy importante para decidir por quién votar, frente a un 44% de católicos blancos que le dan esa importancia. Se trata, por tanto, de una cuestión de mayor relevancia para ateos y agnósticos que para católicos blancos. Y es que, en realidad, la defensa del derecho al aborto no deja de obedecer a una fuerte creencia; en concreto a la creencia liberal individualista, según la cual la libertad del individuo está por encima de cualquier otro bien humano; algo realmente discutible desde una perspectiva racional.
Dicho todo esto, creo que sí que sería deseable para el orden democrático que ateos, agnósticos y creyentes intentáramos convertir nuestras creencias y convicciones –religiosas o no– en razones. Respecto a las religiosas, pienso que resulta completamente deseable la propuesta que formuló Habermas en su célebre conversación de 2004 con el cardenal Ratzinger de que los creyentes aporten razones seculares. Sostiene el filósofo que, sin confundir los planos, la filosofía puede escuchar las tradiciones religiosas y encontrar en ellas intuiciones expresadas en clave religiosa, pero susceptibles de ser traducidas a un pensamiento no religioso y, de esta manera, resultar asumibles por cualquier persona. En las tradiciones religiosas se expresan, sostiene Habermas, conceptos morales que pueden alimentar la reflexión filosófica si son adecuadamente 'traducidas' al pensamiento secular. Así considera que ha sucedido en el diálogo entre fe cristiana y pensamiento griego, que ha aportado, por ejemplo, la idea de la igual dignidad de todos los hombres, a partir de la idea religiosa del hombre como imagen Dios. Añado yo que, en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, los cristianos (Martin Luther King era ministro bautista) fueron determinantes.
Insisto, lo deseable para la democracia es el esfuerzo de los ciudadanos por argumentar racionalmente nuestras posturas, sin descalificar preventivamente ninguna por el hecho de que procedan de creencias religiosas o irreligiosas. La amenaza para la democracia no son las creencias religiosas sino el peso exorbitado de las emociones y la renuncia, en creyentes y en ateos, a ofrecer argumentos racionales. Representa también un desafío encontrar una explicación racional del éxito electoral de Trump. Pero ésa es ya una tarea para sociólogos y politólogos.
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