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La soberbia del sumo sacerdote

El fútbol español está de enhorabuena, porque cuatro oficiantes nacionales han obtenido los máximos galardones. Pero esto parece incomodar al 'falso patriota'

Viernes, 8 de noviembre 2024, 01:00

Los dirigentes del fútbol saben que las ceremonias de confrontación futbolística despiertan fanatismos y pasiones desaforadas en cada rincón del planeta. Como pontífices de la ... nueva religión, adquieren el carácter de infalibles y el aurea de sumos sacerdotes del negocio del balón. Esta nueva religión traspasa las fronteras de las religiones tradicionales y se extiende por el mundo con dioses comunes, ceremonias únicas y patrones equivalentes. Millones de seres humanos de todo el planeta se acercan y se aferran al fútbol con la esperanza de consolidar un sentimiento de pertenencia, y los dirigentes, cual obispos feudales, manipulan esta fidelidad. Y ese sentido de la pertenencia a una marca concreta trasciende incluso a localismos o nacionalismos. Cada marca se representa a sí misma, aunque intente confundir a los fieles apropiándose de simbologías nacionales. A los fieles se les prometen triunfos y títulos (paraísos terrenales), se les permite la humillación del contrario y se les garantizan glorificaciones universales para sus oficiantes.

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Uno de estas glorificaciones es el renombrado Balón de Oro. Lo concede desde 1956 una revista francesa, y es el premio futbolístico más importante del mundo. Se reconoce al mejor jugador y a la mejor jugadora de fútbol del mundo, a quien destaque como entrenador, a los mejores equipos, masculino y femenino, a la joven promesa, al guardameta más hábil, al máximo goleador o a quien honre mejor los valores humanitarios. Los sistemas de votación son complejos y en ellos se implican periodistas de cien países. Se busca una visión global y equilibrada de las actuaciones individuales y colectivas de los jugadores. Los galardones se conforman, para los equipos a los que pertenecen los afortunados, como una importante fuente de nuevos ingresos. Se incrementa la venta de uniformes y los ingresos publicitarios se multiplican.

La devoción hacia los sacerdotes del equipo tenido por propio transciende incluso a la pertenencia al pueblo o nación. Algunas de las marcas mantienen en sus confrontaciones más relevantes a sólo dos o tres oficiantes nacionales, incluso a ninguno. Puede parecer que los equipos sacralizados representen intereses locales o comunitarios, pero esto no es verdad, por mucho que luzcan en sus sagradas camisolas símbolos nacionales. Bien evidente se ha mostrado esta circunstancia en la última entrega del Balón de Oro. El equipo, supuestamente madrileño, supuestamente español, que apenas cuenta en su plantilla con oficiantes nativos, en una inaudita borrachera de ufanía y presunción, y guiado por su poderoso y acaudalado pontífice, se ha enojado diabólicamente porque a uno de sus sacerdotes (brasileño de naturaleza) no se le ha concedido el máximo galardón, que ha recaído, para deshonra (¡oh!) de la nueva religión, en un madrileño, en un español. Los electores premiaron al equipo y a su entrenador como los mejores del mundo, pero no resultó suficiente para satisfacer la extravagante ansia de dominio del pontífice. Varios años se había premiado a oficiantes de la marca con ese Balón de Oro, y entonces la elección fue tenida por válida, pero en esta ocasión el vanidoso sumo sacerdote ha despreciado al galardonado español (porque no es de su marca) y ha manipulado la devoción de sus fieles al tomar la contradictoria decisión de no acudir a la ceremonia de entrega para hacer visible el ultraje a su afamado oficiante, que se quedó con la miel en los labios. Y esto a pesar de que la marca 'ofendida' (¡oh, paradoja!) había sido premiada como la mejor del mundo. La estrella brasileña, que quedó en segundo lugar, contagiado por la soberbia de su dirigente, no ha dudado en proclamar que él es el mejor y que los electores no saben nada de esta nueva religión.

El pontífice de la marca blanca desprecia la cantera, abomina de la selección nacional, aunque utiliza sus símbolos, y contrata por cifras millonarias a los mejores sacerdotes del mundo. Esta actitud de desprecio hacia el galardonado nacional, compartida por el pontífice y por el oficiante, los inhabilita para futuros premios, no sólo por renegar del sistema de elección sino por alejarse, con sus decisiones y sus declaraciones, de los edificantes valores de respeto y honestidad. Es importante transmitir a los niños y a los jóvenes que hay que saber ser el segundo, incluso el último. El fútbol español está de enhorabuena, porque cuatro oficiantes nacionales han obtenido los máximos galardonados. Pero esto parece incomodar al 'falso patriota'. Las voluntades se nublan y solidifican en un solo objetivo: el fútbol de la salvación; y todas las órbitas de la realidad confluyen en ese objetivo hasta invadir bárbaramente las personalidades de la misma manera que tantas veces lo hizo y lo hace cualquier otra religión.

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