Viajeros o turistas
Viajamos para buscar experiencias extraordinarias y nos molestan esos otros que buscan lo mismo, porque su presencia nos arruina la exclusividad y la autenticidad. Cada vez resulta más complicado trazar la línea entre lo auténtico y lo superficial
Viajamos para perder el brillo de la memoria o para dejar algún verso nuevo en la libreta de las resurrecciones, para sumarle matices al lienzo ... de la existencia. Viajamos para encontrar diferencias y hacerlas propias y así crecer creyendo que somos incompletos. Escribe Saramago en su intenso 'Viaje a Portugal' que es disciplina conservadora, en cuanto al afán de visitar ciudades, regirse por los principios básicos que mandan prestar atención a lo antiguo y pintoresco y despreciar lo moderno y banal. En mi caso, creo que viajo, principalmente, para encontrar el silencio y la belleza.
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Cuando uno viaja por los caminos del mundo tiene la sensación de que los turistas son siempre los otros. Los que caminan, se alojan, consumen, visitan museos o fotografían estatuas junto a nosotros son 'los turistas'. Nosotros somos viajeros. Tendemos a considerarnos, en todo momento, no como turistas, sino como viajeros infatigables por los caminos trillados del planeta. Los turistas son una especie ajena, una plaga que todo lo invade y lo desnaturaliza. Uno es un soñador de sí mismo y no se considera turista ni siquiera haciendo cola para visitar el Louvre o la casa de Ana Frank, ni siquiera fotografiando entre codazos la Fontana di Trevi, ni siquiera descendiendo en el Valle de los Reyes a las tumbas de los faraones acompañado de visitantes de todas las nacionalidades. No, qué va, los turistas son los otros.
Si nos preguntan cuál es la diferencia entre ellos (los turistas) y nosotros (los viajeros) no sabemos qué decir, pero estamos seguros de que existe una diferencia sustancial, existencial incluso, una distinción que da sentido a nuestros viajes y a nuestras vidas. Si la pregunta nos la hacen en una Capilla Sixtina abarrotada, con nuestro cuerpo embutido como una sardina en la lata pontificia de las mercaderías, o en la Galería de la Academia de Florencia, intentando fotografiarnos al lado del David, responderemos que ellos han llegado hasta esos templos del arte por pura inercia, dejándose llevar por las llamadas sin sustancia de las redes astrales y para subir las fotos a los escaparates virtuales de la diabólica exhibición. Nosotros, sin embargo, hemos llegado para admirar los frescos del genial Michelangelo di Lodovico Buonarroti (hasta nos sabemos su nombre completo). Nosotros, viajeros y no turistas, hemos buscado la obra del grande de Caprese para vivir la experiencia de una proximidad incontestable con la belleza y con la grandeza del arte universal.
Si entramos en el Louvre para acercarnos a la 'Mona Lisa', o en la Galería Uffizi, para contemplar 'El nacimiento de Venus', o en El Prado para disfrutar de 'El jardín de las Delicias', renegamos de las multitudes que se agolpan frente a las obras, nos indignamos, sentimos como una afrenta el olor infernal de la muchedumbre de sobacos, odiamos desesperadamente a los intrépidos fotógrafos de sí mismos y sentimos una rabia inmensa sin considerar ni por un momento que somos una pieza más del fenómeno llamado turismo de masas.
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Walter Benjamín hablaba del aura de la obra de arte. ¿Es importante la obra o lo es el hecho de estar junto a ella, de fotografiarse con ella, de sentir la experiencia de estar próximo a ella? Lo nuestro es una experiencia estética; lo de ellos, los turistas, es una experiencia social. Volverán a sus trabajos enseñando las fotografías y eso fortalecerá su identidad. Nuestras fotografías serán diferentes y las mostraremos en aras de la autenticidad. El mundo se ha quedado pequeño, porque en unas horas cualquiera puede viajar a cualquier lugar del mundo. Uno ya no se define por su trabajo, sino por su tiempo de ocio, cada vez más abundante. Viajamos para buscar experiencias extraordinarias y nos molestan esos otros que buscan lo mismo, porque su presencia nos arruina la exclusividad y la autenticidad. A la hora de viajar cada vez resulta más complicado trazar la línea entre lo auténtico y lo superficial, entre la realidad y la fantasía. Hay quien viaja para disfrazar su veraneo de turismo cultural y hay quien viaja convencido de que es preciso moverse para percibir cómo el mundo avanza por otros caminos que también son verdad. Dejaremos de ser turistas cuando consigamos colgarnos a la espalda una mochila vacía de prejuicios y llena de perplejidad. Mientras, seguiremos siendo turistas irremediables que sueñan con ser viajeros, extravagantes y aventureros, en el país de nunca jamás.
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