¿Por qué votamos lo que votamos?
Creo que los motivos que impulsan la llamada 'dirección del voto' tienen que ver, más que con las ideas, los programas, las tradiciones o los líderes, con las emociones
Creemos tenerlo tan claro que no salimos de nuestro asombro cuando los resultados de las elecciones contradicen nuestros deseos o nuestras previsiones. ¿Cómo es posible ... que hayan votado a tal candidato, si había sido pillado en corrupción flagrante? ¿Cómo los votantes no ha reconocido a tal gobernante con todo lo que ha trabajado por la gente? ¿Por qué ha obtenido mayoría esta persona a nuestro modo de ver tan vacía y mediocre? Y volvemos a plantear la pregunta de siempre: ¿por qué la gente vota lo que vota? ¿Votamos por ideología, tradición o simpatía hacia un líder? ¿Votamos porque leemos y contrastamos los diferentes programas? ¿Votamos por miedo? A menudo olvidamos que cada individuo vota por sus propias razones o sinrazones, que pueden coincidir, o no, con las razones o sinrazones de los otros, es decir, por motivos únicos y personales. No importa lo realizado, las leyes aprobadas, las medidas tomadas en favor de la gente. Yo creo que los motivos que impulsan la llamada 'dirección del voto' tienen que ver, más que con las ideas, los programas, las tradiciones o los líderes, con las emociones.
La emoción es una reacción psicofisiológica que representa un modo de adaptación a ciertos estímulos (objetos, recuerdos, personas o sucesos), y esta reacción puede ser o no consciente. Los mecanismos fisiológicos se ponen en marcha, los sistemas biológicos se activan y se liberan neurotransmisores y hormonas. De esta manera, las emociones pueden convertirse en sentimientos e, incluso, en expresiones verbales. Las emociones establecen nuestra posición con respecto al entorno y nos impulsan en una u otra dirección, nos arriman a unos y nos alejan de otros. Cada individuo se emociona de una manera y por motivos diferentes, si bien existen comportamientos estándar que igualan o diferencian grupos, sociedades o culturas.
Percibo a mi alrededor un mundo que se desmorona como consecuencia de los fanatismos políticos, que son quienes mayor control ejercen sobre las emociones. Provoca vértigo la velocidad a la que nuestro mundo se fracciona en infinitos mundos perdidos, mundos que vagan por los comedores de caridad, por los albergues nocturnos, por las estaciones inmundas, por las agónicas y desesperanzadas hileras del desempleo, por los centros de desintoxicación o por las consultas de psiquiatría. Estos mundos perdidos son la consecuencia de una intención. Los conceptos de depresión y crisis no son más que ásperas cortinas de sucio humo que de manera burda y global intentan ocultar la realidad de cada ser humano que sufre en su psicología individual el impacto de la circunstancia colectiva.
La forma de determinar la dimensión de este impacto tiene mucho que ver con la existencia de las emociones políticas, es decir, alteraciones afectivas intensas desencadenadas por una categoría concreta de acontecimientos, bien políticos (guerras, terrorismos, totalitarismos...), bien sociales (inmigración, racismo, marginación o fractura social...), bien económicos (regulaciones de empleo, guerra de precios, explotación...), bien culturales (antagonismos, idiomas, analfabetismo...) o bien religiosos (fanatismos...). Cualquier suceso, violento o no, procedente de la 'organización de la colectividad' (esto es, del ejercicio de la política) viene a marcar el destino individual de la persona concreta sin que ésta en la mayoría de los casos haya sido tenida en cuenta. Es así que las emociones políticas pueden conformar de manera imperceptible nuestras formas de pensar. Y si tenemos en cuenta que todos atravesamos (o nos encontramos en) una historia colectiva, quiere decir que todos experimentamos emociones políticas.
Vivimos la decadencia de un sistema que, curiosamente, en cada crisis se fortalece a sí mismo, y lo hace a costa de ir creando nuevos mundos perdidos y de manipular las emociones políticas. Y es que se pueden fabricar de forma intencional ciertas emociones políticas. Y en estas emociones políticas propiciadas intencionadamente por la magia occidental (incluso por la magia global) hay mucha malevolencia, al utilizar el miedo como sistema psicológico colectivo e instaurar, por tanto, ese miedo en el seno de cada individuo. Hemos tenido intentos recientes muy exitosos de controlar las respuestas ocultando información, evitando reflexión, propiciando falsas asociaciones con fenómenos ya inexistentes (como el terrorismo) o provocando emociones como el miedo.
Los fanatismos son quienes mejor manejan la fabricación de emociones políticas. Sin duda los motivos para votar son numerosos, pero estoy convencido de las emociones ocupan un lugar primordial. Nuestro voto debería ser el resultado tanto de un minucioso análisis de las propuestas expuestas, de las trayectorias de los candidatos y de las experiencias de acciones de gobiernos previas, como de una valoración de la propia capacidad para esperar, arriesgar y confiar. Pero suele ocurrir que la acción de votar es, más que nada, una declaración emocional.
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