Muchos escritores, una vez adquirido cierto prestigio literario, fueron reclamados por la industria del cine, especialmente en los años 30, 40 y 50 para trabajar ... en los guiones. Fueron los casos de Thomas Mann, Steinbeck, Scott Fitzgerald, Truman Capote o Hemingway. La mayoría lo hicieron por dinero y las experiencias, en general, no fueron positivas. Christopher Isherwood (Cheshire, Reino Unido 1904 - Santa Mónica, Estados Unidos, 1986) también trabajó para Hollywood y llevó este encuentro con las entrañas del cine a la novela. 'La violeta del Prater' (1945) transcurre en Londres en 1933, cuando ya Hitler es canciller de Alemania. Un afamado productor británico pretende rodar un drama musical romántico y para ello cuenta con el director austríaco y judío Friedrich Bergmann y con Isherwood como guionista. La evolución de la relación entre el escritor y el director conforma el cuerpo principal de la novela. Isherwood es un joven tímido, silencioso e inexperto y Bergmann un hombre vanidoso y de áspero carácter. Flota en el ambiente el estallido de la guerra. Austria ya ha sido intervenida por Hitler y Bergmann sufre por la situación que afecta a su familia y su dolor y su preocupación repercuten en el rodaje. Isherwood describe magistralmente los trágicos resuellos que emiten los seres humanos cuando su naturaleza animal los obliga a mudar el pelaje. Con un lenguaje sencillo, directo y hermoso nos descubre el horror de ciertas sonrisas, el cinismo de algunas muecas y la génesis de las banalidades. Lo hizo especialmente en 'Adiós a Berlín' (1939) y lo haría más tarde en 'Un hombre soltero' (1964), su última novela, y también lo hace en 'La violeta del Prater'. Christopher Isherwood estuvo, intelectual y emocionalmente, muy relacionado con la filosofía hindú, a quien le atribuyó siempre mayor alcance que a las filosofías griegas. Su proximidad con la filosofía Vedanta influyó en su vida y en su obra y, según sus propias palabras, lo convenció de la existencia de la experiencia mística. Él confiesa que con esta novela intentó retrotraerse a una fase de su vida anterior al descubrimiento del Vedanta, sin embargo, al final del libro, hay un soliloquio pesimista en el que aparece esta influencia filosófica. Según él reconoce en una entrevista en 1974 para 'The Paris Review', lo hizo deliberadamente, porque trataba de dar una imagen veraz de cómo se sentía en aquella época, condicionado por el contacto con la filosofía hindú. «Siempre hay algo nuevo, dice en el citado soliloquio, tiene que haberlo, si no el equilibrio se destruiría, la tensión se rompería». La obra de Isherwood siempre fue muy respetada en los círculos literarios y tanto sus planteamientos como la forma de expresarlos siguen estando de plena actualidad.
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