En una pequeña ciudad del Norte, uno se entera de las noticias antes de que circulen por las redes o los periódicos. El pasado viernes, ... a eso de las 8.30, cuando me dirigía a mi despacho profesional, me encontré una persona conocida que me afirmó venir «pasada» a trabajar, con el susto en el cuerpo. Acababa de ser testigo del atropello de dos menores en la zona del Cristo, cuando un coche invadió la acera y las atropelló.
Publicidad
Ella misma me narró que el conductor era un joven que estaba tan asustado como las propias crías que fueron víctimas del vehículo. Las buenas noticias hoy son que parece que evolucionan las tres favorablemente, que no peligra su vida, y que el chaval dio negativo en las pruebas de alcohol y drogas.
Acostumbrados, lamentablemente, a gente que coge un vehículo cargado hasta las trancas de licores o estupefacientes, y que causan dolor ajeno hasta extremos insospechables, aquí parece que vivimos un despiste, un error, que casi le cuesta la vida a unas niñas que simplemente iban al colegio, pero que esperemos quede en un incidente tremendamente desagradable.
Tenemos que asumir que los coches son un elemento tan útil como imprescindible, pero también son máquinas que matan a conductores y peatones. Hace tiempo que en el centro de nuestra ciudad se debe circular a 30 km/h, o a 50 en otros tramos.
Publicidad
Y a todos nos cuesta, por supuesto. Es difícil atravesar la Ronda Sur a 50 por hora, o General Elorza sin tráfico, o las enormes Avenidas de La Florida. Pero también es cierto que los fabricantes de coches aseguran que, en caso de accidente, garantizan sacar a uno «vivo» en caso de que circule a un máximo de 60 km/h, pero a partir de dicha velocidad, ya no se comprometen a que la resistencia del chasis del vehículo nos salve la vida.
Por eso, porque la vida no la valoramos como debemos, las ciudades se han preparado para ser más peatonales, tener menos humos, circular a menor velocidad y convertirse en un lugar apacible para los peatones. Decía un sociólogo reconocido con varios premios internacionales que, en 25 años, la diferencia entre el primer y el tercer mundo sería que, en este último, se seguiría circulando en vehículos diversos, en lugar de caminar, que es lo que harán las sociedades evolucionadas.
Publicidad
Así que, cuando veamos a la policía local con la pistola radar que nos sanciona cuando nos pasamos de listos, no debemos pensar en la parte peyorativa, sino en que se cuida de nosotros, para que esa velocidad nos permita salir vivos en caso de accidente, o que si invadimos una acera, desgraciadamente, la cosa sea un susto, grave, pero un susto.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión