Yo tuve un profesor profético, que en tiempos de Mao decía que tarde o temprano llegarían los chinos para hacernos regar Castilla alimentados con pan ... y agua. También Alfonso Guerra se explayó, considerando que el agua que desde la cordillera Cantábrica se perdía en el mar había que cambiarla de rumbo para regar la España seca. Como el propio Guerra decía, para convertir el país en algo que no lo reconociera ni la madre que lo parió.
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Mentando a la bicha, en estos tiempos que corren, Franco ya se quejaba en los primeros años de la dictadura de los problemas de tener que salir adelante después de una guerra, una posguerra y pertinaces sequías. Quién sabe si, poniendo a Freud por medio, Franco no pasó sed en alguna ocasión en Marruecos, y de ahí le vino la obsesión de construir pantanos. Hubo chistes y burlas de algunos, comparándolo con la rana, por su obsesión con el agua embalsada.
Pero son tan necesarios en los tiempos que corren, los pantanos, que en los periódicos ha aparecido la advertencia de que si en este mes de noviembre no llueve, como ha ocurrido en los anteriores, los cortes de agua, sobre todo por el centro de Asturias van a ser inevitables. Los embalses del Aramo, para suministrar a Oviedo están tocando fondo, y en Tanes hay un descenso alarmante. Así que los depósitos que aún guardan en los desvanes algunas casas construidas hace más de 60 años –por cierto, muchos de ellos son de uralita–, habrá que volver a adecentarlos.
Los veteranos de Gijón, que es donde me encuentro, se acuerdan del llenado de cacerolas y de bañeras para paliar los cortes de agua de la noche a la mañana. Se hacían pozos en Caldones y en Deva, para añadir al agua de los Arrudos, hasta que gracias a Uninsa se construyó la traída del Narcea y Gijón pudo llenar sus cañerías. A principios de los años 60 el alcalde Ignacio Bertrand consiguió dos cosas fundamentales para Gijón: la escolarización completa de los barrios, y el suministro suficiente de agua. Sin cortes, y con agua de calidad, comparada con la de otras poblaciones.
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El agua, siempre el agua. En los asedios a las ciudades, castillos y cuarteles, desde los tiempos de las catapultas a los actuales, el corte del agua era el elemento primero a tener en cuenta. No poder beber, y menos apagar los incendios, era la forma de rendir al asediado. Los que han leído 'La forja de un rebelde' de Arturo Barea sabrán que en las guerras de Marruecos a los soldados los vigilaban sus mandos para que no se bebieran la orina, que precisaban para enfriar los cañones de las ametralladoras.
Estos días en Irán las autoridades están planeando abandonar la capital, Teherán, para que la gente no se muera de sed. Pero parece ser que en otros lugares la sequía también es persistente, y no saben dónde alojar a tanta gente.
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Creo que fue mi viejo amigo Alberto Álvarez Rea, cuando era presidente de Cadasa, el que dijo que era necesario construir el embalse de Caleao, habida cuenta de la concentración humana e industrial en el centro de Asturias. Los de siempre, con los argumentos también de siempre –entre otros, que por allí circulaban los osos pardos– echaron abajo el proyecto. Cuando escribo esto, marca el termómetro 25 grados a la sombra. No quiero terminar diciendo que todo se debe a que no llueve. Me maldecirían los que perdieron sus vidas y sus bienes con las riadas.
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