El monstruo eclosiona
Confluyen tres factores peligrosos: la utilización de los inmigrante como chivo expiatorio, las redes sociales que generan cámaras de eco y bandas de exaltados y agitadores pertenecientes a organizaciones ultraderechistas
Encontré hace unos días a una conocida que reside en Cimavilla y suele seguir mis artículos. Me conminó a escribir para EL COMERCIO algún artículo ... sobre esos jóvenes descerebrados que se jactan de ser ultraderechistas, simpatizan con ideologías autoritarias, reniegan de la democracia y actúan como si fueran nostálgicos de la dictadura que no vivieron, lo que les convierte no en patriotas, sino en patéticos. Me comentaba que está «hasta el moño» debido a que los fines de semana le despiertan a altas horas de la madrugada grupos de jóvenes borrachines y exaltados que corean el «Viva Franco» y cantan el 'Cara al sol' a grito pelado.
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La idea que me dio para este artículo cobra especial relevancia teniendo en cuenta los disturbios y altercados que se vivieron hace unos días en la localidad de Torre Pacheco (Murcia). Se supone que la paliza, sin ningún motivo, que sufrió un vecino sexagenario del pueblo, que paseaba temprano por la localidad, por parte de un joven que iba acompañado por otros dos –al parecer, magrebíes– convirtió Torre Pacheco en un polvorín.
Grupos radicales de ultraderecha, citados por redes sociales y con ganas de bronca, acudieron al municipio para dar 'caza' a los inmigrantes. Lamentablemente, una muestra más de la confluencia de tres factores peligrosos que incuban el huevo del monstruo de la xenofobia: la utilización de los inmigrantes como chivo expiatorio, las redes sociales que generan cámaras de eco y bandas de exaltados y agitadores pertenecientes a organizaciones ultraderechistas.
Así las cosas, es insoslayable señalar qué está pasando para que se haya puesto de 'moda', entre una parte de la juventud, esta deriva hacia la intolerancia, el fanatismo y a abrazar acríticamente posturas ultraderechistas y ultranacionalistas. Cargando las tintas sobre los inmigrantes, haciéndoles responsables de la precariedad en el trabajo, el paro, la inseguridad y la violencia en aumento, y sin embargo difuminan los hechos: una sociedad envejecida como la española, con una demografía negativa, necesita del trabajo de los inmigrantes, entre otras muchas cosas, para poder mantener las pensiones, cuidar de nuestros mayores y desarrollar trabajos que los españoles rechazan porque los consideran muy duros.
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Ante estos sucesos bochornosos, haré hincapié en tres causas que hacen eclosionar el monstruo de la xenofobia, del racismo y la intolerancia, que nos pueden conducir a explosiones de una violencia inusitada, si no ponemos freno.
La primera responde a la pregunta: ¿Qué tipo de educación recibieron estos bárbaros, que desprecian el Estado de Derecho y se toman la justicia por su mano?
A mi modo de ver, en España se intentó educar durante décadas contra el autoritarismo y se pensó que era suficiente con hacer desaparecer los prejuicios y la ideología difundida por la dictadura y que los jóvenes siguieran sus apetencias sin restricciones y sin normas claras. Fue un craso error. El respeto a la autoridad, que no debemos confundir con el autoritarismo, tiene que ocupar un lugar importante en la educación de los jóvenes, precisamente para poder corregir los errores e indicar lo que se debe hacer y lo que no. La dejación de autoridad desembocó en una permisividad mal entendida. Faltó autoridad y también la audacia para saber en qué consistía ésta.
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Los padres de las generaciones que siguieron al franquismo renunciaron a su autoridad como padres y se hicieron colegas de sus hijos. Asumieron el 'prohibido prohibir', no castigaron a sus hijos, sino que algunos intentaron argumentar con ellos el porqué de las cosas y respetaron sus deseos. Está muy bien, pero eso desembocó en lo que el filósofo Rafael Argullol denominaba el 'fascismo de la posesión inmediata'. Consiste en dar a los hijos lo que desean, incluso sin que lo merezcan, haciéndoles creer que son el ombligo del mundo.
Con esos mimbres afloró un monstruo henchido de derechos y ayuno en deberes. No se les inculcó el valor del respeto, que está íntimamente relacionado con la autoridad. Enseñar a respetar a los demás es un complemento de la libertad, porque ser libres se tiene que hacer dentro de una comunidad y eso significa reconocer a todas las personas, incluso a las que nos resultan más extrañas.
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El valor del respeto va más allá de la tolerancia. Podemos tolerar al que no nos gusta, pero el respeto hacia alguien es tenerlo en cuenta e intentar entenderle 'calzando sus zapatos'. Cuando nos falta el respeto hacia determinadas personas les faltamos al reconocimiento y les mostramos indiferencia. Los nuevos 'fascistas de la posesión inmediata' ya están aquí y dar 'caza' al inmigrante lo entienden como un derecho a la diversión y una inyección de adrenalina para el cuerpo de estos cachorros que están necesitados de experiencias fuertes. Decía Argullol: «Si queremos golpear al monstruo antes de que sea demasiado tarde, tenemos que empezar sin dilaciones contra los inspiradores de la gran mentira: la vida entendida como un botín de guerra que hay que tomar inmediatamente por un derecho de conquista».
La segunda causa está provocada directamente por el clima de polarización política. Partidos de ultraderecha como Vox, junto a plataformas de ámbito internacional como Deporte Them Now (DTN, por sus siglas en inglés) intentan sacar réditos políticos a estas explosiones de odio, señalan chivos expiatorios y ponen el foco en la inmigración como la causante de todos nuestros males. Un ejercicio de pura demagogia, que cala.
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La tercera es la capacidad de convocatoria de las redes sociales. Grupos de presión organizados vomitan odio e intentan linchar, primero digitalmente y después materialmente, a personas o grupos que consideran que han cometido algún exceso.
Ante esta lacra urge regular más eficazmente las redes. Una herramienta que se transformó en el vehículo transmisor de los sentimientos de indignación, al alcance de cualquiera y en la que algunos vuelcan esa parte de nuestro cerebro reptiliano, conformado por la agresividad instintiva, el miedo ancestral y la inseguridad. Utilizadas por intolerantes de toda laya, que manejan a la perfección las carencias emocionales de cerebros huecos maleducados y que saben tocar muy bien los hilos de la zona gris.
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