Vivir en medio del grito es inevitable, por eso, muchos días, echo mano del silencio y me pongo a leer cosas ya leídas o a ... ver fotografías. Son, en este caso, fotos de un Candás casi desaparecido que me llegan a través de Facebook enviadas por mis amigos José Antonio González Cuervo, Tito Aramendi, Marcelino Menéndez, Alberto Feijoo… entre otros. Y es que en estos días previos a la Navidad y nuevo año la nostalgia suele tener un sentido más íntimo: algo así como si sintieras morriña de un fragmento del propio camino andado; de cuando eras de otra forma. Añoranza –creo yo– de ése que fuiste es lo que encierra el íntimo sentido de la melancolía que acompaña estas fiestas. Son, como digo, fotos o retratos de antiguas juventudes marineras. Fotos de muchachas en carne de flor, de mujeres oscuras de ropa, de hombres en su apogeo o ancianidad; muchos de ellos con el corazón desvanecido por el trabajo. En todo caso, son las fotos de un instante que sonríen al objetivo para salir con gesto de fiesta, y que ahora las ves como el lejano susurro de un Candás desparecido hechas, muchas de ellas, al amparo de un viejo telón de fondo: paredes desconchadas, ventanas sin algún cristal, tejados y chimeneas de carbón, fiestas y romerías con ablaneras y molinillos de viento, niñas y niños de catecismo, escuela de Pina, silabario, 'Corazón' de Edmundo de Amicis, tabla y Ramón de Xuan. Fotos, sí, de subidas y bajamares, con lanchas y barcos pintados como caramelos dentro de un muelle con mucha arena. Un pueblo con perraya y juventud que jugaba a la pelota en la Pregona y la Ribera.
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En todo caso, Candás es un pueblo que no quiere olvidar su pasado y a quienes han contribuirlo a hacerlo. Esa es la razón de estas fotos. Al fin y al cabo, el ser humano es una historia de recuerdos, cicatrices y esplendores. Como dice el poeta: «Ojalá fuese cierto que se pierden los pétalos, pero queda el perfume de las flores.»; que en Candás siempre es también el de la mar.
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