Joaquín Fuertes, el decano del Decano

Estos días de viento y lluvia en los que resulta agradable quedarse en el café viendo las nubes y leyendo EL COMERCIO, voy pasando hojas – ... como suelo hacer cada jueves– en busca, siempre primero, de la columna de mi amigo y compañero Joaquín Fuertes titulada, en este caso, 'Resistiendo'. Lleva su escrito un prefacio que dice: «De repente me recuerdan que llevo sesenta años colaborando en EL COMERCIO». Entonces, hago una parada, levanto la vista y digo para mí: ¡Sesenta años! ¡Ahí es nada! Doce quinquenios son muchos meses sacando del casillero de la cabeza, del alma y también del corazón cientos y cientos de cuartillas lanzadas como palomas mensajeras para posarse cada semana en las páginas centrales de este veterano periódico tan gijonés y asturiano. Y es que, sin temor a exagerar, pocos columnistas de periódicos conozco con tanta valentía, agudeza, puntería y arte literario como Joaquín Fuertes al tratar temas culturales, sociales y políticos, especialmente de nuestra ciudad, de Asturias y en general de la vida de esta España tan revuelta y jodíamente desatada otra vez. Experto en cine y teatro, también actor y animador de la cultura en tiempos difíciles, el paso de la vida le ha clavado a Joaquín algún rejón, pero –como su mismo nombre indica– tiene fuerza invulnerable con la que ha ido venciendo, en su Castiello (o castillo almenado de libros) la soledad del escritor. Pero también ganando el afecto, respeto y hasta el cariño de muchos compañeros, amigos y lectores. Joaquín es ahora un octogenario joven. Cabeza y estatura poderosa, mirada, andares y expresión carantoñera, de guerreador de la escritura como algo que nace en sí: todo ese caudal de experiencia y cultura que Joaquín, desde las trincheras de la actualidad, sabe equilibrar literaria y periodísticamente cada semana. En esta vida corta y desvalida, yendo de un lado para otro, sesenta años escribiendo son casi un milagro. Y también un consuelo y una esperanza para cuantos caminamos y escribimos tras él.