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Apocalípticos artificios

En nuestra tonta ingenuidad creímos que las máquinas nos liberarían de las tareas tediosas y quedaría para la inteligencia humana todo aquello que tuviera que ver con el pensamiento

Sábado, 2 de agosto 2025, 02:00

No hay ninguna generación que no se haya planteado que algunos cambios abocan de forma irremisible al final de los tiempos o, al menos, al ... final del mundo tal y como se conocía hasta el momento. Vayan pasando revista y comprobarán el espanto de nuestros antepasados ante la irrupción de la imprenta, del ferrocarril, del cine o de internet. Todo iba a acabar con el mundo, y de alguna forma así era: los cambios que suscitaba cualquier avance en el conocimiento, la tecnología o el pensamiento supuso, a lo largo de la historia, una modificación esencial en las vidas de las personas.

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Por eso resulta arriesgado decir según qué cosas, porque hay afirmaciones que nos colocan en una visión apocalíptica que, después de cocida, casi siempre mengua, y ni el mundo se acaba, ni la gente cambia (que esto sí que, francamente, resulta bastante descorazonador, las cosas como son), y todo sigue más o menos igual. Bueno, pues aun así, creo que me arriesgo a decir que nada será, en realidad nada está siendo ya, como era, y el mundo ha empezado a girar de otra manera, con otro ritmo y puede que hasta en otra dirección desde que a eso, tan humano, tan específico de la inteligencia pudimos ponerle el adjetivo de artificial, y las empresas, que durante algún tiempo mantuvieron sujetas las bridas del juguete, no fuera a ser que tuviera consecuencias impensables, no pudieron evitar caer en la tentación del poder (y de la pasta) que suponía extender el uso, facilitar herramientas, promover el conocimiento de eso tan divertido de crear imágenes, de hacer vídeos y cambiar voces, de tener un colega a golpe de teclado (o de voz) que te resuelve todas las dudas, que te hace los trabajos de la escuela, que funciona como terapeuta y como consejero (eso sí, dándote siempre la razón), que almacena todos los conocimientos que tu memoria, la humana, tan frágil y tan vulnerable ella, no consigue retener.

Y antes de que nos diéramos cuenta, el mundo ya había cambiado. Y lo que creímos que no iba a suceder, ya está sucediendo: en nuestra tonta ingenuidad creímos que las máquinas, las tecnologías nos liberarían de las tareas tediosas y repetitivas, y quedaría para la inteligencia humana, para la creatividad, todo aquello que tuviera que ver con el arte, la música, la literatura, el pensamiento: todo aquello que nos era propio y exclusivo, y que, qué cosas, estamos comprobando que es lo primero que la IA con sus fallos (porque no nos engañemos, todo esto es puro prólogo), se está llevando por delante. Hemos dado (o nos han dado) el sustancial paso de que la tecnología ampliara nuestras posibilidades a que sencillamente las sustituya.

Como de costumbre, como pasa con todas las cosas, los dueños de todo han vuelto a meternos un gol por la escuadra, solo que esta vez no está muy claro si no se habrán pasado de frenada a la hora de controlar los procedimientos usados para ello. Que el poder es muy listo lo sabemos, pero igual lo de crear una inteligencia artificial se les va de las manos, y por mucho que nos cuenten que blindan el poder de las máquinas, cualquier relato de ciencia ficción va a quedarse cortito el día que esos cerebros necesiten proveerse de átomos de carbono (o de lo que sea que tengamos los humanos en nuestra composición molecular) y nos aplasten para conseguirlos con la misma inconsciencia con que nosotros nos cargamos cualquier especie que consideramos necesaria para nuestra supervivencia.

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