Conmemoraciones laicas y vínculos religiosos
El 20 de septiembre tiene muy importantes motivos para ser recordado: la formación de los modernos estados europeos y la secularización de la gobernanza del papado, pero también la implantación de la democracia plena en la actual UE
Me refiero al día de hoy; fecha aparentemente insulsa en comparación con la inminente fiesta mateína o la entrada oficial, el lunes, del otoño. Pero ... todos los días tienen sus recuerdos y traen sus diversos afanes. El 20 de septiembre tiene muy importantes motivos para ser recordado desde distintas ópticas: la formación de los modernos estados europeos y la secularización de la gobernanza del papado, pero también la implantación de la democracia plena en la actual Unión Europea.
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Comienzo presumiendo que todas las personas que están leyendo estas líneas deploran los Estados teocráticos y el adoctrinamiento que inculcan a sus súbditos, incluso fuera de sus fronteras. Pues si hoy nos fijamos lógicamente en las dictaduras islámicas, es lo cierto que la historia, no tan lejana de Europa, está asentada en el poder religioso sobre la sociedad civil. Los Estados Pontificios (o Estado de la Iglesia) fueron las regiones de la península itálica que estuvieron bajo el poder papal desde mediados del siglo VIII (la época de los primeros reyes de Asturias) hasta 1870. Llegaron a abarcar lo que, en la actual división autonómica de Italia son el Lacio, Las Marcas, Umbría y Emilia-Romaña, e incluso zonas francesas como el mítico Aviñón.
La reducción del imperio del Papa –siéndolo Pío IX–, se hizo patente en 1861, el año de la unificación nacional, cuando se circunscribió al entorno romano –el Lacio– y pasó a ser un enclave del Reino de Cerdeña que, en ese momento, era motor de la unificación italiana. Pero un 20 de septiembre, como hoy, de 1929, los constructores de la nación trasalpina, Víctor Manuel II, el Conde Cavour y Garibaldi, dejaron al pontífice sin titularidad territorial alguna y el Vaticano estuvo bajo soberanía italiana.
El Papa Ratti (Pío XI) y Benito Mussolini finalmente resolvieron la tensión en los Pactos de Letrán y crearon el actual Estado de la Ciudad del Vaticano, al que se adjudicaron 44 módicas hectáreas de la ciudad de Roma, con sus palacios y dependencias.
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Pero, en todo caso, una historia milenaria que había empezado cuando el rey lombardo Astolfo, en 751, conquistó Rávena, duró como extenso Estado teocrático hasta el 20 de septiembre de 1870.
Curiosamente, diez años más tarde, otro 20 de septiembre, se instauró la capitalidad argentina en Buenos Aires. Y podríamos preguntarnos qué tiene que ver una cosa con otra.
Pues algo, sí. Acabo de escribir que el poder secular del Pontífice estuvo vinculado temporalmente al Reino de Cerdeña, de poderosa historia. Y se da la circunstancia de que la patrona de la isla y de su maravillosa capital, Cagliari, es la Virgen de Bonaria, cuyo santuario conocí un día en el que España tocó el cielo futbolístico, sin intercesión, supongo, del santoral. Y Bonaria, según relatos parcialmente legendarios, en simple traducción, dio nombre a la ciudad de Buenos Aires como es bien conocido y relativamente pacífico.
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Pero, al comienzo, en la defensa de los valores democráticos, anunciaba que también un 20 de septiembre, Europa y sus instituciones representativas dieron un paso muy significativo en cuanto a proximidad de los ciudadanos y sus representantes. En efecto, hace hoy cuarenta y nueve años se implantó la elección por sufragio universal al Parlamento Europeo, aminorando la tópica acusación de déficit democrático en las viejas Comunidades Europeas.
España, que celebra actualmente las cuatro décadas en la organización continental, tardaría aún unos años en poder organizar unos comicios en los que todos los mayores de 18 años y en listas de ámbito estatal, pudieran ejercer tan excelso derecho, tanto de sufragio activo como pasivo.
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Es más, con ojos de estudiante, aquel avance me resultaba distante y hasta extraño a mis inquietudes del momento. Y no quiero olvidar que ese logro se debió, en gran medida, a la iniciativa y presión fundamentada del Movimiento Europeo Internacional, al que hoy me honro en pertenecer.
Una Europa moderna, sin confesionalidades ni obediencias debidas a credos y jerarquías que, desde el respeto, deben situarse en el plano de las conciencias y creencias de cada uno.
Penosamente, en este momento de tragedias y exterminios, con todas sus contradicciones, la Unión Europea no deja de ser un desiderátum para quienes huyen de guerras, hambrunas y persecuciones. También del yugo religioso, discriminatorio y hasta cruel con las mujeres.
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La pena es que Europa, por mil condicionantes con otras potencias, mira con mucho tiento la posibilidad de asumir protagonismo en la erradicación de acciones de corte genocida.
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