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Gaspar Meana

Los eufemismos de la crispación

Domingo, 28 de septiembre 2025, 02:00

Esta semana, en dos memorables intervenciones –literaria y jurídica– pudimos escuchar en Gijón y en Oviedo a don Luis María Cazorla, presidente de la Real ... Academia de Jurisprudencia y Legislación de España, riguroso escritor y, entre otros muchos méritos descollantes, secretario general del Congreso de los Diputados durante cuatro décadas. Fue un placer poder invitarle a Asturias y disfrutar de su sabiduría y de un brillantísimo debate, a propósito de su última novela, con don Pedro Silva y don Ignacio Villaverde. Pero aíslo de todo cuanto escuchamos de su boca, a propósito de su lección sobre las zozobras del Estado de Derecho, su denuncia de la actual crispación parlamentaria, unida –también lo expresó elegantemente– al nivel formativo de no pocas de las señorías vociferantes en el hemiciclo. En resumen, no dejó de trasladar que las formas tienen tanta importancia como la sensatez y acierto del fondo de algunas medidas y propuestas que, aún siendo radicales, podrían ser mejor defendidas y entendidas sin zafiedad ni tono agresivo.

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En algunos supuestos, ese enconamiento se entiende casi como una seña de identidad y un mérito de quienes piensan que hay que contar las verdades del barquero a voz en grito. Y no les faltará parte de razón, porque en una sociedad polarizada, eso tiene su público. Pero también hay expresiones, en niveles supuestamente más elevados, que intentan obviar el enrocamiento sectario de forma aparentemente más civilizada. En estos tiempos de crispación política y, lamentablemente, social, los medios de comunicación ponen, desde su flanco, el correspondiente grano de arena. A lo que es defensa, muchas veces despreciativa de la veracidad y la objetividad, de una posición política, en ocasiones extrema, se le llama 'línea editorial'. Un eufemismo, porque no es otra cosa que el heraldo o la correa de transmisión de un partido o una ideología. Y esto se acepta como algo normal, incluso por la competencia o rivalidad escrita o audiovisual. La verdad importa poco en comparación con la difusión o los índices de audiencia que se consideran mejor termómetro que lo que pregona el CIS.

Un poco de autolimitación no estaría de más o, cuando menos, la confesión pura y dura de a quién se sirve. Pero todos los medios pregonan que son independientes con lo que, a un hipotético lector que venga de otro país o planeta lejano, los excesos y bulos que lea o escuche le parecerán la cruda realidad. No es contraste de pareceres el mentir, el exagerar hiperbólicamente o directamente injuriar a quien no comulga con el credo de los financiadores de periódicos, radios y televisiones… y redes sociales.

Estos eufemismos ya los vimos desde la Transición, en materia educativa, con términos como el 'Ideario de centro', que no era otra cosa que reconocer el privilegio religioso para seguir gestionando una buena porción de la Enseñanza. Por no hablar –lo que nos corroe a muchos juristas– de las mayorías progresista o conservadora de los jueces y tribunales, para vaticinar o justificar el sentido de una resolución. Aquí, a la ausencia de veracidad y objetividad se une, en ocasiones, una suerte de carrera para lograr ganar las votaciones de sentencias en cuestiones que deberían procurar la unanimidad por encima del pensamiento político de cada miembro, evitando, como manda la Constitución, toda arbitrariedad.

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Ya sabemos que las informaciones, como los jueces, deben buscar –y eso nos venden– la verdad material de lo acontecido. Pero tal parece que se hacen la pregunta cínica de Pilatos: ¿Quod est veritas? Pensar e interpretar diferente es lo lógico y necesario en una sociedad no monolítica y dialogante. Pero negar deliberadamente la verdad, difundiendo la falsedad para dañar reputaciones y obtener beneficio de ello es algo deplorable a lo que las leyes y la Justicia deberían poner coto de forma ágil. La crítica sustentada en hechos probados y datos contrastados es algo loable y la base, además, de un sistema democrático cimentado en la alternancia en los gobiernos. La mentira, por más que se la institucionalice con eufemismos, es la termita del sistema.

Sé que es predicar en el desierto, pero es imposible no recordar a Antonio Machado: «¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela».

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