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Las formas y el transcurso de los años

En comercios y locales de hostelería se usan cada vez más expresiones afectivas dirigidas a jóvenes o mayores: 'Chicos, vida, cielo, cariño' resuenan en nuestros oídos muchas veces que pedimos un vino o compramos en un supermercado

Sábado, 11 de enero 2025, 01:00

Hace poco escribí en esta columna sobre el edadismo y sus prejuicios, algunos deplorables. Hoy querría fijarme en aspectos más formales, que parecen chocar en ... la relación entre generaciones, aunque tampoco se trata de una colisión sin matices. Pongo como ejemplo de esto último, la práctica en comercios y, cada vez más, en locales de hostelería, de expresiones afectivas o de proximidad, a modo de latiguillos, dirigidas a personas jóvenes o mayores, 'Chicos, vida, cielo, cariño' resuenan en nuestros oídos muchas veces que pedimos un vino o compramos en un supermercado.

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No sé si esta praxis, generalizada, surgió como consigna desde la propiedad de comercios y bares o si es un contagio de unos hábitos espontáneamente adquiridos y exportados. Me da lo mismo y, particularmente, no me molestan, aunque mi interlocutor de tiernas palabras no me conozca de nada. Eso sí, me recuerda –y el mundo del humor verbal o gráfico lo tienen bien recogido– las adulaciones, no siempre sinceras, a quienes, normalmente señoras, compraban prendas de vestir. Quedáranles bien o tres tallas más grandes: «Te está clavada», «ni hecha para ti», «se te ve espectacular» … Todo ello regado de términos más reservados a amores primerizos que al Código de Comercio. Y parecido en la alimentación, con la frescura o textura de algunos productos.

Naturalmente, esta forma de dirigirse al público es una palada más de tierra al uso del usted, que se considera clasista, distante y antiguo, generalizándose el tuteo con toda suerte de interlocutores y sin consentimiento previo. Tratarse de tú siempre fue una forma recíproca de otorgarse confianza y aunque, en efecto, buena parte de la sociedad reservaba el usted a personas 'respetables' por su cargo, estudios o posesión económica y tuteaba a quienes no tenía por tales, la corrección de esa lamentable discriminación verbal o tiene por qué solventarse tratando a todo humano como si fuera de tu familia. Y no hace tantas generaciones que a los padres se los trataba de usted. En cuanto a que el tratamiento distinto implique distancia no me lo creo con carácter absoluto. Puede traducirse en respeto, por los años o la sabiduría, pero doy fe de haber tratado de usted a personas que me guiaron profesionalmente en la vida y me obsequiaron con un enorme afecto. En fin, ¿qué es algo antiguo? Sí, viene del 'vuestra merced', pero la forma separada de tratamientos –no hablo ya de los honoríficos– es algo que, con los matices del inglés, se da en nuestras culturas más próximas. No me imagino, aún en 2025, a un estudiante alemán tuteando a un profesor universitario o a un paciente haciendo lo propio con su cirujano. Y lo mismo en relaciones diarias sin connotación de especial autoridad moral o científica. Y aquí, en organizaciones sociales como sindicatos o partidos, es una antigualla tratar a otro afiliado de usted e incluso a terceros que se acerquen a la formación. Confianza, igualdad y educación son cosas diferentes. Recuerdo a Unamuno y su reflexión sobre el tuteo a Dios («intimidad entrañable, en Ti me endioso»).

Eso sí, en las Cortes o en los Parlamentos autonómicos, los miembros se dicen de todo, pero anteponiendo lo de 'señoría' a la descalificación o el insulto. Fuera de este convencionalismo un poco cínico y quizá a salvo de las manifestaciones ante jueces (y no siempre), el usted está desterrado. Va a quedar sólo, a este paso, en Canarias y la América hispanófona, donde se usa como segunda persona de plural en detrimento del vosotros.

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Y vuelvo a la conexión entre las formas y el desprecio a las generaciones anteriores, como si se tratara de una batalla ganada en el progreso humano. No dudo que, a título personal, sean legión las personas respetuosas y amables con sus mayores. Pero que hay un problema de ruptura generacional es innegable y máxime a la vista del ritmo enloquecido de vida que llegamos. Hace poco, en un programa de radio, recordábamos cómo, por fortuna, en el Primer Mundo, la atención a la infancia era ya un bien universal, en tanto que la ancianidad, cada vez con edades más longevas, presenta grandes déficits de atención. Las limitaciones físicas y psíquicas y la dependencia ponen patas arriba la tranquilidad familiar y los establecimientos residenciales son una salida, pero no una solución equiparable al bienestar doméstico. Cuidar a los cuidadores es un desiderátum que debe asumirse de forma unánime y no como eslogan de una fuerza política. E, igualmente, aprender de la vejez.

Las vivencias de los años, lo sufrido y disfrutado; el conocimiento de las personas y el valor de las cosas, no las aprende el sabio de la universidad. Ésta, como lo leído y lo viajado, afianzan y perfeccionan el saber, pero la vida es una sucesión de exámenes y los jóvenes y adolescentes deberían copiar de esos exámenes para obtener buenas calificaciones, sin sorpresas, en el transcurso de los años, sin perjuicio de que ahí está el libre albedrío para cosechar, mucho lo poco, de lo que sembramos. Este año, a finales, se cumplirán 35 de la Declaración por la Asamblea de la ONU (Resolución 45/106), del 1 de octubre como Día Internacional de las Personas de Edad. Eufemismo, porque edad tenemos todos desde que nacemos. Pero si, actualmente, hay en el planeta unos 790 millones de seres humanos con más de 65 años, en 2050, pasaremos a 1.600. Es un problema de toda suerte: geriátrico, sanitario, de pensiones y, sobre todo, de afectos. Y el afecto empieza por el diálogo y el aprendizaje de quienes no son muebles ni piezas arqueológicas que distinguen a quiénes tutear y a quiénes no.

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